El juicio definitivo sobre el segundo año de Sherlock (BBC, Antena3) tendrá que esperar. Ahora mismo es una temporada inacabada. Coja.
A estas alturas de la vida -y como escribía el año pasado-, no revelo ningún secreto al recordar que Arthur Conan Doyle “mató” a su exitosa criatura en “El problema final”, uno de los mejores relatos de la saga. De hecho, Moriarty no era más que la invención de una némesis a su altura, un personaje que justificara un digno final para tan extraordinario detective. Lo gracioso aterrizaba después: ante el clamor popular, Conan Doyle resucitó a Holmes sin dar más explicaciones, en plan “decíamos ayer”. El enigma final -escenificado en las cataratas suizas de Reichenbach– quedó sin solución.
Eso, en 2012, ya no es posible. El público se sentiría estafado. Solo hay que oler como se ha incendiado la red tras la emisión de “The Reichenbach Fall” (2.3.).
Por eso pospongo mi opinión total: necesitamos conocer los trucos del mago antes de emitir veredicto.
O no…
Lo arrollador de este asunto -con repercusiones evidentes para quienes abordan relatos de misterio- es que la inteligencia colectiva que supone internet ¡¡ya ha resuelto el caso!! Como pasaba en Breaking Bad o en Lost, la peña siempre está dispuesta a deslizar teorías y demostrarlas con metraje y taquígrafos. ¡Fantástico! Vean este vídeo donde un parroquiano explica la houdinada mediante dibujos y fotogramas (espoilers a partir de aquí, como es lógico):
A mí me convence su teoría: cuadra en la escena y, sobre todo, con el crucial papel de Molly. El año que viene regresaremos al lugar del crimen para dar nuestra última palabra.
De momento, reflexionemos un segundo sobre la recepción. Hay un cambio sustancial: la posibilidad de mirar y remirar una escena, de contrastar tus ideas con el twitter de enfrente, de contribuir en un post donde miles de personas aportan datos para esclarecer el caso de anoche, etc., todo este escenario 2.0., decía, hace imposible que te den gato por liebre. Cualquier relato de intriga televisiva, sometido a la sobreexposición de la red, obliga a sus creadores a prever hasta el más mínimo detalle; cualquier incoherencia o desliz será descubierto y rápidamente diseminado.
Volvamos ahora al tejado del St. Barts y pongamos el gran enigma en barbecho. La escena es muy poderosa y está ejecutada con tiralíneas. Destila emoción, tragedia, sorpresa, humanidad, derrota, triunfo, dolor, muerte… Es un clímax de matrícula de honor. Dos genios intentando el más difícil todavía, dos tipos que, desde su superioridad moral y científica, podrían pasar por protagonistas del famoso pasaje de Crimen y castigo. Dos mortales jugando a ser dioses, al fin y al cabo.
Por eso nos cautiva tanto la personalidad de Sherlock Holmes. Es su ingente ingenio, por supuesto, pero también sus límites morales, su tiránico desprecio del hombre común, su talón de Aquiles en forma de corazoncito (¿Watson, Irene Adler?), su depresión ante la falta de retos intelectuales. De Holmes nos fascina el hombre y sus contrariedades, no la máquina y sus perfecciones.
Eso lo refleja con rotundidad esta gimnástica recreación de Moffat y Gatiss. Más allá de una banda sonora juguetona y elástica, la realización mantiene el nivel acrobático de la primera, con secuencias tan lúcidas como la resolución del caso del boomerang desde el sofá de casa (2.1.), las alucinaciones psicotrópicas de los Baskerville (2.2.) o el robo inicial a tres bandas operado por de Moriarty (2.3.). Se consolida una serie ágil, muy pizpireta, visualmente ambiciosa, capaz de convertir los monólogos-metralleta de Holmes en un baño para los sentidos.
La estética es una de las claves para actualizar el mito, evidentemente. La otra, más complicada, consiste en buscar un ángulo nuevo de historias ya conocidas, no solo por las novelas y relatos de Doyle, sino por las numerosas adaptaciones cinematográficas. Mientras que Guy Ritchie ha optado por convertir a Holmes en un ninja, la BBC ha mantenido su línea de fidelidad part-time.
Moffat agarra el esqueleto argumental de los libros y lo barniza con un acabado narrativo posmoderno, donde la relectura es capaz de combinar el guiño al fan con la autonomía de la nueva propuesta. Esto es, cada capítulo se entiende por sí mismo aunque ande rebosante de subtexto para los más cafeteros (¹). Así, Irene Adler adquiere una sexualidad salvaje que -aparte de enfadar a cierto feminismo– deja en segundo plano su extraordinaria inteligencia; la mansión de los Baskerville ha sido convenientemente reciclada en un siniestro espacio de experimentación química; y “El problema final” se ha teñido de periodismo, bits y fama tóxica.
Esta mezcla de deconstrucción y homenaje ha desembocado en una segunda temporada más redonda que la primera. Sigo pensando que algunos capítulos se hacen largos y hay detalles de la trama que, de puro enrevesado, se escapan. Pero la sensación es que el producto permanece imbatible en su nicho. Buena culpa la tienen los actores: Cumberbath anda soberbio con su locución acelerada, sus muecas de desprecio y ese físico atlético y espigado que tanto define al personaje; incluso cuando pierde los papeles (en el último capítulo), es capaz de mantener el porte regio en medio del histerismo. Martin Freeman ejerce de frontón ideal: ya en The Office aplicaba una interpretación básicamente reactiva; aquí, además de contrapunto cómico, hay que otorgarle mucho crédito en la emoción que el espectador siente en los minutos finales. Nuestra pena se acrecienta gracias a sus ojos incrédulos, a su “oh, Dios, no” y a esta breve oración a pie de tumba. Por último, en el apartado actoral he de reconocer que me equivoqué con Andrew Scott (Moriarty): su apariencia de vulgar vecino de abajo contrasta de lujo con sus brotes psicóticos y una mirada encendida, luciferina. Todo el histriónico juego de máscaras que construye el último capítulo resulta eficaz, entre otras cosas, por la maleable y enfermiza actuación de Scott (²).
A pesar del shock del último salto, no hay duda de que Sherlock ha dado en el clavo. Entretiene, desafía el ingenio, genera conversación, marca tendencia en moda y, para colmo, arranca lagrimillas. Si, además, ofrece una respuesta convincente para ese último truco de magia, entonces será para quitarse el sombrero…
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(¹) Sobre subtextos. Como siempre que se muestra una amistad masculina fuerte, hay segmentos de la audiencia que se empeñan en ver una relación amorosa. El caso más palmario es el de Supernatural, donde dos hermanos se convertían en sujetos de múltiples fantasías homosexuales en la denominada fan-fiction. Al igual que ocurría en la serie de Kripke -donde los Winchester se reían del asunto en un memorable episodio-, Sherlock recoge esos mismos rumores para tomárselos a cachondeo. En “The Reichenbach Fall”, mientras Holmes y Watson huyen esposados, tan juntitos, el segundo exclama con mucha mala leche: “¡Ahora la gente sí que va a hablar!”
(²) Una mención especial, también, para el actor invitado de cada episodio: Lara Pulver está deliciosamente maquiavélica como Irene Adler, Russel Tovey (el más flojo) parece que sigue en su papel de Being Human y la gesticulante Katharine Parkinson (The IT Crowd) exhibe un registro más moderado.
Adrián Buzzetti
¡Muy bien!
En el último saludo, Holmes explica que se devolvió con las botas puestas al revés para que creyeran que no había vuelto del acantilado. La teoría del parroquiano de turno está muy bien, pero ni él mismo se dió cuenta de un detalle en el que sí se fijaron los productores de la serie. La mano a la que Watson le toma el pulso no es la de Holmes. Los dedos de holmes son finos (en eso sigue completamente a la serie). El cadáver al que le toma el pulso tiene los dedos gruesos, como de un obrero, no los de un científico, ágiles y delgados, como el Watson de los libros lo describe y en la serie lo sieguen.
Porsupuesto esto es completamente irrelevante, dada la explicación de nuestro avesado caballero del pizarrón, pero sí corrobora que en producción, la BBC se preocupa de todos los detalles.
Saludos.
Javier Meléndez
Después de leer tu magnífica y detallada entrada, haré lo que hago siempre: veré Sherlock (2) con las referencias que das.
Fernando Hugo
Pues lo siento, pero en esto no puedo estar de acuerdo. O al menos, no del todo.
Por un lado, tengo la sensación de que la audiencia, multiplicada por la red social, comienza a ser un tanto obsesiva con los detalles. Un tanto demasiado. Yo admito que soy bastante exigente con ellos durante el visionado. Pero luego, creo, hay que volver a ver cada ficción, para fijarse en qué es lo que de veras es relevante. Algo de este juicio sumarísimo que se tiende a hacer en la red \”en tiempo real\” es lo que causa a mi parecer muchas injusticias, que ya descartan Alcatraz (esto lo comentaba en su blog con Miss Macguffin y ella misma habla de qué hubiera pasado si hubiéramos hecho lo mismo con Fringe, fiarnos sólo del piloto).
Por otro lado, saber o no el truco del mago… Hay todo un debate ahí. Causa un efecto contradictorio, como ya se comentaba en la película de Nolan. Si no lo cuentas, estás estafando; si lo cuentas, y no te convence (a modo de cada espectador, de cada individuo) entonces te parece taaaan fácil, que también es probable el desprecio.
Sobre si cuentas el truco o no, me da que el ejemplo de Perdidos es bastante esclarecedor. A veces olvidamos que no todos los géneros se basan en el puro raciocinio, y en aquel caso, con más de fantástico, al cabo, que de ciencia ficción, ofrecer respuesta a todo era, más que imposible, innecesario.
En cuanto al Holmes de Moffat, yo esta temporada he encontrado más coincidencias con el Holmes de Ritchie (bueno, y de los guionistas de la película) que diferencias. Música similar, efectismo audiovisual cuando se revisan las pruebas (casi juraría que con el mismo tipo de efectos de sonido), tensión entre Watson y Holmes respecto a qué relación mantienen…
Ciertamente, Moffat no usa el extremo espectacular del cine de Hollywood (y ese cuestionable paso a \”hombre de acción\”) pero gradilocuente también sería lo del atraco a tres bandas de Moriarty.
La gran diferencia, creo yo, es que efectivamente Moffat tiene tiempo/metraje y voluntad para no quedarse en el humor (que insisto, sólo a ratos es más sutil que el del Holmes de Ritchie) y ahondar un poco más en cada personaje. Esto no puede negársele, y hay grandes momentos en las dos temporadas.
Pero, ya digo que todo es bajo mi perspectiva, este Moriarty a mí me ha resultado sobreactuado e infantil, y sobre todo, dotándole de una dimensión
de \”gran cerebro del mal\” que, en verdad, sólo hemos visto (es decir, que sólo se ha expresado visual y narrativamente) en dos capítulos. Puede parecer pedestre pero si no vemos esos grandes planes malignos que prepara y ese poder que detenta, no basta con que Mycroft le denomine como tal villano super poderoso. Ahí, gana por goleada el de la segunda parte del Homes hollywoodense, aunque sólo sea porque las dos horas se centraban justamente en él como oponente.
José B.
Hola de nuevo Alberto, yo leí las 60 historias de Sherlock y esta serie me encanta. Te cuento que estoy estrenando blog y he escrito un post sobre la manera en que creo se resolverá el gran truco de la muerte de Sherlock. Te agradecería que lo leas y me des una opinión. Puedes hacer click en mi nick para acceder y ahí buscar el post titulado \”El Problema Final de Sherlock\”.Gracias.
PD: en unos días publicaré un post sobre la grandeza de The Shield y sus pequeños fallos, de los cuáles ya hablé un par de veces en este blog. Saludos.
Jose
Me parece que lo de menos es cómo se resolverá el embolao, si bien me parece que el juego que antes sólo se daba monitor adentro ahora contribuye a que el espectador tome parte, de modo que sólo podemos congratularnos con que los responsables de esta maravilla tengan en cuenta que no escriben para una audiencia fácil. Hay que jugársela, y ellos cumplen 🙂
ivan portuguez
Hola soy fanático de las novelas de Sherlock Holmes y me encanta la serie y estoy de acuerdo con la primera persona que comento en la aventura de la casa vacía Holmes (por lo menos en el que yo leí) explica como logro sobrevivir y hacer creer que estaba muerto.
Allí explica que solo Moriarty cayo al rio, que Holmes se hace pasar por muerto porque aun quedan cómplices de Moriarty que intentaran matarlo, que se subió a una pared rocosa y desde allí observo cuando llegaron a investigar y luego descubrió que un cómplice de Moriary lo había visto y en fin el caso trata de su reaparicion y de como busca encontrar y atrapar a este cómplice.
así que por eso me parece absurdo que digan que Arthur Conan Doyle dejo sin explicación la resurrección de Sherlock Holmes deberían leerla a mi por lo menos me parece una buena explicación o por lo menos la mejor que Doyle pudo haber dado después de la forma en que mato a su personaje…
Antonio Rodilla
El 20 de enero The Guardian publicó una entrevista con Steven Moffat en la que afirmaba que estaba todo pensado y que al comienzo de la temporada la gente no se sentiría engañada. A mí sí que me parece importante esto. Es más, me parece vital para la credibilidad de la serie. Y estoy seguro que lo tienen muy bien pensado por varios motivos. El primero, porque no tienen más remedio: las deducciones de Sherlock están fundadas en la deducción lógica, por lo que no se puede salvar al personaje haciendo trampas; y el segundo, porque entre sus afirmaciones, han dicho que Doyle sí hizo trampas descaradas cuando revivió a Sherlock Holmes: \”Hizo deducir a Watson que debió caer de una catarata y que nunca se encontró el cuerpo. Y que no se encuentre el cuerpo en una historia de detectives solo puede decir una cosa\”. Es decir, se plantearon como un reto fingir la muerte del detective, contra una acera de Londres y que fuera creíble.
Y una frase más de Moffat, que no sé si el tipo del vídeo (que desde luego tiene una teoría muy convincente) ha desvelado: \”Hay una pista de la que nadie se da cuenta. Tanta gente teorizando sobre la muerte de Holmes en Internet, y nadie la ve\”.
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