“Todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada. En casa de los Oblonsky andaba todo trastrocado. La esposa acababa de enterarse de que su marido mantenía relaciones con la institutriz francesa y se había apresurado a declararle que no podía seguir viviendo con él“.
Al terminar el emboscado primer capítulo de The Slap me vino a la memoria, de forma machacona, el famoso inicio de Anna Karenina. La infelicidad se siente como única, pero sus razones son universales: la envidia, el rencor, la incomunicación, el miedo, la decepción.
Recuerdo que en algún momento me topé con las reseñas del fenómeno The Slap, una novela escrita por un australiano de ascendencia griega convertida rápidamente en un best-seller para urbanitas. Jamás le di importancia hasta que, hace un par de meses, el lector Iamon me recomendó una miniserie de la ABC oceánica basada en dicho libro de Christos Tsiolkas¹.
Indagué y descubrí rostros conocidos: Sophie Okonedo, Melissa George o Johnatan Lapaglia. Pero, sobre todo, la premisa sonaba apetecible en su minimalismo de partida (¡y hasta en sus créditos!): Hector, hijo de inmigrantes griegos, celebra sus 40 años con una barbacoa a la que acuden sus padres, sus primos y un puñado de amigos de juventud con sus familias. Hay secretos -confidencias, rencores, afectos prohibidos- en muchas miradas y pequeños gestos. Los niños corretean por el chalet hasta que un padre, harto de las barrabasadas de uno de los enanos, le pega una bofetada a un mocoso bastante impertinente. El guantazo desencadena -al inicio de forma tan histérica que hace tambalear la trama y la credibilidad- un terremoto de dobleces, mentiras y heridas sin cicatrizar que van dibujando un mosaico enfermizo, tan agrio que no hay personaje con el que sea posible empatizar.
Con una premisa así, tan destructiva, un clásico de la crítica es revelar cómo The Slap arremete contra la hipocresía de la clase media occidental. ¡Como si la clase baja o la nobleza fueran siempre familias felices que se parecen unas a otras! No. Si hay algo transversal es la infelicidad, amigos. Y The Slap entra a degüello para radiografiarla, de forma brutal unas veces, nihilista otras y cínica en las de más allá².
La burguesía emprendedora y exitosa, los cuarentones de azul piscina y torsos aún hercúleos, el melting-pot australiano (hay personajes blancos, negros, islámicos e indios) o la idiosincrasia familiar griega no son más que el tapiz donde tejer los conflictos. Por eso The Slap va ganando fuerza conforme avanzan los capítulos, porque una anécdota -la bofetada- se envenena y crece como una bola de nieve hasta convertirse en categoría. En obsesión. Como los húsares de Los duelistas, llega un momento donde los personajes ya no recuerdan por qué se gritan jódete, pleitean en juicios o se ponen los cuernos. Simplemente se odian, se detestan y chapotean en esa infelicidad que ellos mismos han regado con egoísmo y mentiras.
El éxito de The Slap es consecuencia de la estructura elegida: aunque las historias se entrecrucen, cada capítulo está focalizado en un personaje, de forma similar a cómo hacía Skins. Esto permite, por un lado, versatilidad temática (las obsesiones y miedos de cada personaje varían notablemente y enriquecen el drama) y, por otro, sirve para enseñar la cara B de unos tipos que, a primera vista, no resultan muy atractivos ni moral ni emocionalmente. ¿Problema? Que algún capítulo como los de Anouk o Manolis les falta pegamento, como si pelearan guerras aparte.
En todo caso, como decía, esta colmena de edades, razas y etnias (aquí el árbol familiar) apuntala el alcance de la serie y la hace tan actual y cercana. Una virtud -no menor- es que The Slap te hace debatir sobre aspectos que tarde o temprano te salpicarán como padre, esposo, hijo o amigo. Así, a bote pronto, sus historias reflexionan sobre la crisis de los 40 (y la clásica tentación de las Lolitas), sobre la permisividad en la educación de los hijos, sobre la estúpida judicialización de la vida ordinaria, sobre la asunción (¿opresiva, liberadora?) de la herencia cultural, sobre los prejuicios machistas revestidos de defensa de la familia (Harry), sobre los prejuicios “progres” revestidos de falsa tolerancia (Gary y Rosie), sobre el alcoholismo de baja intensidad, sobre la confusión entre amor y sexo, sobre las diferencias entre amor y amistad, sobre los límites de la sinceridad de pareja, sobre el perdón o, incluso, sobre las distancias que hay que mantener en el hogar con la familia política (y, en especial, las suegras, je).
No es poco lo que ofrece una propuesta tan inusual y, a primera vista, tan plana. No se engañen: el juego subterráneo es lo que la hace fascinante por momentos. Y tan dolorosa.
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(1) Intuyo que la herencia literaria provoca ese misterioso narrador que presenta a cada personaje, como si se tratara de una vaga conciencia moral no exenta de ironía. Las voces en off suelen ser muy criticadas, por redundantes, en el medio audiovisual. Aquí me parece que sí funciona bien: es mínima, no invasiva y complementa la historia, tanto por la básica información que ofrece como por el tono que establece para cada personaje y sus aspiraciones y/o frustraciones.
(2) Espoiler del final de The Slap: he evitado aportar en el cuerpo de la reseña un detalle fundamental, que atañe al cierre. A mi modo de ver, sin resultar explícito, sí que hay una evidente redención por parte de los personajes, escenificada sobre todo en Richie y las paces que hace consigo mismo y su entorno. Por esa razón, no es casualidad que la serie decida despedirse con él, tan secundario hasta el momento. Además, la última secuencia musical de montaje refuerza la idea de que los personajes han aprendido la lección y, sin soufflé, son conscientes de qué pasos han de dar para combatir la infelicidad (Gary y Rosie se mudan, Aisha regresa, la paternidad reconcilia a Harry, Anouk vuelve a escribir, etc.). No comeran perdices, de acuerdo, pero al menos sabran que la vida puede resultar más luminosa cuando hay perdón y verdad.
carlos risu
Estimado Alberto (ji) Si algo valioso hay en estas reseñas (en esta, precisamente) es que me has despertado ganas de revisitar la serie atendiendo a tus claves. Y el resultado es aún más enriquecedor y sólo por eso no deberías dejar de escribir al menos hasta que deje de leerte. Y no sólo eso, fíjate si el twitter es relevante que además he vuelto a ver Mystic River y Letters From Iwo Jima a ver si es verdad lo de que la segunda es más aburrida y mira, ahí dos cosas: estoy en desacuerdo en el jucio de valor y de acuerdo en que Clint aborda los sentimientos humanos tan desde diferentes ángulos que es irrelevante casi discutir qué peli es la que más te cuadra. ¡A lo que no llego es a seguir viendo Last Resort! La he cancelado apenas a la tercera entrega, ea, uno ya no está para esos trotes. Crisis de los cuarenta pues. Bofetón al acecho. (Y un \”tirapalante\” enorme a este blog, didáctico y amplio, como debería ser). Y premio al comentario-del-año-a-un-post-sobre-una-serie-que-nadie-ha-visto, qué cojones.
AlbertoNahum
Jajaja (ji), Carlos, qué vacilón eres. El premio al comentario del año es aún más merecido porque la serie es del 2011, o sea que fíjate tú si tienes mérito de escribir y yo de reseñar 🙂