Hannibal es una serie que te provoca hambre.
Ja.
Durante un fragmento del capítulo 1.7., el espectador asiste a una memorable ópera culinaria, donde los alimentos son manejados como piezas de museo y las especias traspasan la pantalla. El arte de la cocina, la sublimación de los sentidos hecha celuloide. Recetas sofisticadas en una oda al buen gusto. Ritmo, delicadeza y una esponjosa sensación física que hacen apología del gourmet.
Solo hay un ligero problema: la carne que cocinan es humana.
(Si no eres muy alérgico a los espoilers, puedes seguir leyendo)
Recordaba Jon Juaristi, siguiendo a Freud, que “lo siniestro aparece cuando lo que nos es cercano y familiar adquiere matices extraños y abominables”. A Hannibal Lecter le confías tus secretos, pero es D. Siniestro. Y toda la sorprendente primera temporada (en España por AXN) se levanta sobre la ocultación de esa doble cara. Como antifaz, un dandy, un psiquiatra reputado, un connaisseur, un ciudadano culto y refinado. A flor de piel, un monstruo. Un asesino en serie. Un tarado colosal. Un caníbal de fogón y Chianti.
Ante el atrevimiento de competir con el Lecter creado por Anthony Hopkins -uno de los iconos más representativos de la cultura popular del fin de siècle-, esta precuela ha apostado, astuta, por alejarse radicalmente del original. Han refundado al personaje mediante una interpretación de choque, mucho más física, emocionalmente fría y distanciada, a ratos extrañada con ese acento europeo. El salto sin red ha funcionado y el imponente Mads Mikkelsen logra emanciparse del referente. También Will Graham, encarnado por un psicótico y sonámbulo Hugh Dancy, capaz de hacer descender a este consultor del FBI hasta los abismos de la duda, es decir, Hamlet, de la locura(*). Este desigual duelo de titanes -ejemplificado de manera soberbia en la escena que clausura la temporada(**)- tiene mucha culpa del éxito artístico de esta arriesgada propuesta.
(*) Porque Hannibal se empeña en fotografiar la locura. El espectador asume habitualmente el punto de vista del agente Graham, compartiendo sus pesadillas, sus desorientaciones espaciales y sus reconstrucciones de los asesinatos. Este inquietante recurso de aire lynchiano multiplica el magnetismo… y el estupor de que una cena tan indigesta se sirva en la televisión en abierto.
(**) El canon está claro y es bastante conocido: la novela Dragón rojo, de Thomas Harris, y sus derivadas cinematográficas (no tienen los derechos para adaptar El silencio de los corderos, por cierto). Una de las grandes destrezas de la serie es apelar al imaginario “silenciocorderil” que todo espectador tiene sin saturarlo. Esta distancia autoconsciente es clave para el pacto de lectura. Se escucha acá el eco de un paciente que se come su lengua, allá asoma un viscoso Dr. Chilton y acullá terminamos con el espejo invertido de Clarice y Lecter en la prisión. Más aún: la insoportable ambigüedad que se genera en todo banquete que exhibe la serie radica en que nosotros -por cuestiones extratextuales- sabemos más que el propio relato, ya que somos conscientes de la antropofagia gastronómica.
Aún así, la mayor osadía de Bryan Fuller emerge en la puesta en escena. Hannibal es hipnótica, onírica y absorbente en su demencia. Junto con Breaking Bad y Mad Men, es la serie mejor dirigida del momento. Gasta una imaginería desbordante(***). Chorrea ingenio, mala leche y afán pictórico. Su violento expresionismo -preñado de símbolos pesadillescos como relojes que se disuelven o la obsesiva visión de un alce negro- convierte el visionado de cada capítulo en una experiencia paradójica, donde el salvajismo de las imágenes contrasta con la elegancia a la hora de filmarlas.
(***) Para lograr esa atmósfera malsana vestida de Tom Ford, el empleo de los sonidos se erige en herramienta capital. ¡Espléndido su manejo! Hay secuencias enteras en las que puedes cerrar los ojos y sentir lo que ocurre.
Aquí topamos con el clásico -ya lo hemos discutido en este blog- dilema de la ética de la representación. Hannibal es una hemorragia de plasmas desagradables e impactantes. De las más repugnantes escenas que uno haya podido masticar en una ficción televisiva. Que, además, se embellecen con la crujiente puesta en escena.
Y, sin embargo, hay que afrontar el navajazo: ¿son escenas gratuitas? ¿Aportan algo sustancial al relato o siguen la doctrina del shock? Uf, no lo tengo claro. Soy amante de la elipsis y me enerva el sensacionalismo visual. Sin embargo, estoy convencido de que Hannibal no es The Following ni Banshee ni Spartacus. Hay exceso, por supuesto, pero no solo integrado en el corazón de la trama (¡asesinos en serie!), sino -y aquí es donde se marca la diferencia- con una aspiración estética que convierta esas turbadoras imágenes en simbólicas, poéticas, alucinadas o, como el propio Bryan Fuller afirma, en operísticas. Admito que es hilar muy fino (y tengo dudas, ojo), pero creo que esta aproximación legitima a Hannibal [actualización: BasuraandTV enlaza esta sugerente reflexión de Todd VanDerWerff].
Esta fascinación sensorial es orgánica y coherente con el resto de la serie. Sucede con la “magia” de Will. La escena que abre el piloto inaugura un motivo recurrente, no solo visual, también temático: la mezcla de la realidad con las visiones del agente del FBI. Todo Hannibal crece explotando esa tensión entre sueño y realidad, una dicotomía que infecta todo el relato: duda y certeza, original e imitador, delirio y cordura, refinamiento y crueldad, máscara e identidad. ¿Quién es realmente Hannibal Lecter? ¿Quién Will Graham?
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Unos cuantos bocados más, algo más específicos, que no quiero dejar pasar:
-El bueno de José Andrés, tan popular en Washington D.C., ha sido el asesor culinario de la serie. No es de extrañar, pues, que aparezca una pata de jamón ibérico entre los exclusivos manjares que degusta el protagonista con sus invitados.
-Ignoro si por las paranas noctámbulas de Will, si por el famoso capítulo que no se emitió o qué, pero a ratos me ha costado seguir la trama de fondo. Me he desorientado. Entiendo que el Dr. Lecter es un tipo con una inteligencia fuera de lo común. Pero, vaya, se me antojan demasiadas casualidades para que nadie sospeche de él en algún momento (¿lo de Nicholas Boyle, en serio?). Sí lo hace Will, claro, pero cuando ya está caput. Jack Crawford: te estoy mirando a ti, sí.
-De hecho, el personaje interpretado por Laurence Fishburne queda algo plano tras trece episodios. Su complejidad aumenta cuando conocemos tanto a su mujer (y el cáncer que acecha) como a aquella ayudante que asesinó Lecter, pero siguen faltándole capas para convertirse en un secundario interesante. En general, toda la segunda línea de peones está a muchos metros de distancia de la sabrosa pareja protagonista. Ni la maquiavélica periodista, ni la hija de Garret Jacob Hobbs, ni el personaje de interés romántico, Alana Bloom, alcanzan la redondez necesaria.
-Un poco más salaos saben algunos de los ocasionales. Destacaría dos: el Dr. Chilton que, con su hijoputez patente, encaja como un guante en el aroma enfermizo de la serie; y la calmada psiquiatra que interpreta Gillian Anderson. Sus ambivalentes conversaciones (parece que conoce rasgos de su faceta criminal) sirven para arrojar luz sobre el pasado de Lecter y, sobre todo, son claves para humanizar al monstruo, puesto que ejercen de frontón emocional. ¡Si Hannibal llega hasta a llorar delante de ella!
-El capítulo que menos me gustó fue el 1.10. “Buffet Froid“. No le veía ni pies ni cabeza a toda la subtrama de Georgia (un vehículo para la empatía de Will) y no me convenció tanta casualidad en el asesinato del Dr. Sutcliff.
–Eddie Izzard siempre deslumbra. Ay, The Riches.
-Mi frase favorita de la temporada: “No te he envenenado, Tobias. Jamás le haría eso a la comida” (1.8. “Fromage“).
Liz
Concuerdo totalmente. Una delicia en todos los sentidos y mi gran descubrimiento del 2013. Duele muchíismo saber que estuvo al borde de la cancelación y que ojala su éxito con la crítica sea un tirón de orejas para la cadena. Que maravillosa pesadilla culinaria.
PD: Acabo de tenermiar de ver el final de temporada, por eso estoy como entusiasmada. pero es que vamos, un aplauso.
Álex
Me fascina de esta serie, entre otras muchas cosas, el juego de identidades y lo conflictos éticos que propone a partir de ellos. Lo proponen con el personaje de Eddie Izzard y lo rematan con la manipulación de Lecter hacia Will, culminando todo en esa última escena final que nos recuerda a la mitología del personaje pero que, a la vez, propone un cambio de juego muy interesante que abre nuevas vías de abordar una historia que para muchos es conocida.
En cuanto a los personajes secundarios yo también creo que en ocasiones no están tan aprovechados o afilados como pide el relato pero espero, y aquí también traigo a Justified, que su desarrollo se vaya expandiendo con el paso de las temporadas tal como hemos estado viendo con los secundarios que pueblan Harlan.
Fantástico artículo, por cierto. ¡Ahora no sé de que escribir yo si ya lo has dicho tú tan bien!
Un abrazo.
David
Hoy por fin comienza su segunda temporada. Aquí os dejo mi opinión sobre la primera 😉
http://seriesanatomy.blogspot.com.es/2014/02/hannibal-begins.html
Un saludo!
teresa
La trama de Georgia es también un guiño a los fans de una de las primeras series de Bryan Fuller \”Tan muertos como yo\”. Elizabeth Muth, era la protagonista de esa serie donde su personaje, Georgia Lass, moría en el primer capítulo y descubría que tenía encomendado seguir viviendo bajo otro aspecto para recolectar las almas de la gente que muere. Fuller ha querido dar una reinterpretación a su personaje y dar un caramelito a los fans de \”Tan muertos..\” que nos quedamos sin final satisfactorio ni nada.