Tawney: “¿Soy una mala persona, Daniel?”.
Daniel: “Por supuesto que no”.
Tawney: “¿Eres tú una mala persona”.
Daniel: “Sí”.
La culpa es como el ajo: arrasa allá por donde pasa.
La sensacional Rectify ha labrado su fama explorando todos los ángulos de la culpa, desde el delito hasta la redención, flirteando con la huida y el imposible olvido. Todo un campo semántico que colorea -unas veces con tonos ocres, otras con ese esperanzado amarillo amanecer- la ratonera emocional en la que se encuentra Daniel Holden, uno de los tipos más enigmáticos e inasibles de la serialidad contemporánea.
La segunda temporada de Rectify -que culminó el pasado jueves en el Sundance Channel americano- ha sabido ejercer una transición dramática modélica entre la promesa de excepcional miniserie que encerraba su primera temporada y la madurez necesaria para un producto que reclama un trayecto más largo.
(Espoilers de la segunda temporada)
Partiendo de un estilo tan arriesgado -contemplativo, poético, intimista-, la extensión a diez capítulos imponía conceder un mayor peso a la trama, para no caer en el sopor o el ensimismamiento indie. Así, Ray McKinnon ha optado por abrir el foco de la desdicha y alumbrar con desasosiego las consecuencias del regreso de Daniel en la familia Holden–Talbott. Aún más: los propios guionistas se obligaron a coger el toro por los cuernos, pues durante los dos primeros capítulos, en lugar de tomar el atajo de la elipsis narrativa, dejaron a un moribundo Daniel en el hospital (*) y se afanaron por ir activando las minas del resto de conflictos. Ya explotarían más adelante. Y así ocurrió. ¡Bummm!
(*) En una serie absolutamente centrada hasta entonces en el personaje interpretado por Aden Young, tampoco era plan de borrar por completo al protagonista de la acción. Habría resultado demasiado shock. Por eso, fue astuto lo de optar por el flashback y la ensoñación para mantenerle en el relato. Kerwin, oh, Kerwin. Durante el resto de la temporada, el entrañable capellán Charlie Chaplain ha ejercido de sucesor narrativo de Kerwin. Su mejor claqué: cuando Daniel vuelve a escuchar música tras años sin hacerlo.
El resultado ha sido un relato que ha acogido una suave mutación durante estos diez capítulos. Ha disminuido, sin traicionarse, en intensidad y autoconsciencia estética y ha ganado en misterio y miga narrativa (**). Ya no es aquel Daniel mentalmente adolescente y emocionalmente adormilado que intentaba encaramarse a un mundo demasiado vertiginoso, sino este adulto que trata de medir el control de daños. Y eso pasa, inevitablemente, por encarar la pregunta clave, el verdadero misterio de Rectify: no quién mató a Hannah, sino cuánta culpabilidad tuvo Daniel en su asesinato.
(**) El capítulo que menos me gustó fue el 2.6. (“Mazel Tov“), en parte por una jugada de guión muy forzada, aunque necesaria para dinamitar la trama: ¿por qué demonios el sheriff Dagget le cuenta a Foulkes lo del incidente del café entre Daniel y Ted Jr.? El episodio tuvo otro detalle nada creíble: cuando una parroquiana se enfada porque Amantha y Jon paseen su amor en público. ¿Dónde está la ofensa?
La jodienda de Rectify es que aborda el asunto con una ambigüedad insoportable. McKinnon sabe que puede jugar con todas las cartas marcadas porque su protagonista es, en esencia, un tipo contradictorio y paradójico. Un ser roto, desencajado. Y, por qué no decirlo, porque el complejo de culpa también permite hacer elástico el mismo concepto de culpa. Las variantes son interminables: culpable por omisión de auxilio, culpable por pichafloja, culpable por incitación a la droga, culpable por amistades peligrosas…
Sheriff Daggett: “Te estoy preguntando si tu vida merece la pena ser salvada. ¿Mereces la salvación, Daniel?”
Y no existe un puñetero sinónimo que ofrezca consuelo; ni la familia, ni el amor, ni la trascendencia cristiana, ni el desenfreno nocturno, ni el perdón al hermano de Hannah para quebrar el bucle. Daniel está atrapado. La culpa quema. Abrasa. Solo así se entiende la conversación de “Until You’re Blue” (2.9.) que abre este post o esa obsesión con las cintas del pasado o los muñecos de trapo con los que revivir la asfixia que nunca ocurrió. La culpa es el grillete que más duele. Y ni siquiera en un viaje a Atlanta existe la llave que le permita escapar de sí mismo. “¿Donald, the Normal?” ¡Quiá!
Por eso el poderosísimo duelo con el senador Foulkes que centra la season finale deja un regusto amargo. Y no solo por la cantidad de hilos argumentales que deja colgando de cara a la tercera. No. Junto a esa ambigüedad sobre la culpabilidad de Daniel que el relato alimenta y refuta constantemente, como una pescadilla que se muerde la cola, gravita durante toda la temporada el demoledor cierre de “Charlie Darwin” (2.3.), con esa melodía tan simbólica y demoledora. En aquel capítulo, Jon, el abogado, asume que durante mucho tiempo ha estado creyendo en -peleando por- la inocencia de un condenado a muerte que, simplemente, se “divertía simulando” ser inocente. Ese cierre en el 2.3., la penúltima conversación con Tawney o el esperpéntico tour con Trey durante varios capítulos evitan la certidumbre. ¿Y si la primera confesión de Daniel fuera la verdadera? ¿Y si miente para poder pasar página y dejar de provocar olas en su entorno? ¿Y si la culpa es una carcoma que va royendo el alma sin piedad? Sin duda, nuestras simpatías están con Daniel en todo momento; el relato así nos quiere, de su lado. Pero las certezas fuertes jamás han sido el abono de Rectify.
Junto a una mayor indagación narrativa y emocional en torno a la culpabilidad de Daniel, el otro gran salto de la temporada ha sido el del ensanchamiento del campo de juego. Sin olvidar que los planetas giran alrededor del sol, Rectify ha evolucionado hacia la coralidad. Todos los secundarios -salvo el hermano pequeño, que ha vagado por el espacio sideral hasta las escenas finales- han entrado en órbita, adquiriendo tridimensionalidad y autonomía.
El mayor salto lo ha pegado, sin duda, un Ted Jr., hasta el punto de que se ha convertido en el personaje más trágico del relato. Un Titanic andante. Es un tipo que está cavando su propia tumba, llevado por los celos y el trauma del “asalto cafetero”. Ya lo anticipé el año pasado: el mayor pecado de Ted Jr. es el de ser, bajo su fachada de triunfador deleznable, una buena persona (***). Su cada vez más envenenada relación con Tawney ha trascendido el simplismo del melodrama barato para convertirse en la flor con más espinas de Rectify.
(***) Uno de esos deliciosos detalles de guión que marcan toda la diferencia: en el último encuentro con Tawney le desliza en el bolso un fajo de billetes, sin que se dé cuenta. Ay, más tarde estalla de ira; somos esclavos de nuestras pasiones.
Sus silencios que duelen, sus miradas que sospechan, sus anuncios de embarazo a destiempo o sus terribles abortos que no encuentran consuelo… porque ni siquiera lo buscan. ¡Ha resultado tan triste ver cómo dos buenas personas se destruían calladamente! Como buena fruta madura, Rectify ha sabido evitar el blanco y negro de la culpa: Tawney, con su aplastante ingenuidad, confirma las sospechas de Ted Jr. cuando admite sus sentimientos por Daniel. Y el propio Ted -en una soberbia interpretación de Clayne Crawford– dejaba entrever en su mirada atormentada la titánica lucha de un hombre contra sí mismo. Por eso no es raro que se buscara esa última paliza: él también necesita pagar su culpa.
Al ganar verticalidad, también han ganado muchos enteros el estoico Ted Sr. -la brecha por la que se partirá la familia-, el sheriff Dagget y el estupendo abogado que interpreta Luke Kirby. En los tres casos -uno desde el vínculo familiar, otro desde el social y el último desde el legal- estamos ante personajes que se debaten entre la convicción y el deber. Los tres se enfrentan a dilemas en los que deberán despejar una misma ecuación: ¿debemos llevar la verdad hasta sus últimas consecuencias? En un caso destruirá la familia, en otro removerá las ciénagas más apestosas de una comunidad y, en el último, dará al traste con el amor de una vida. La verdad también tiene un precio. Porque parece que Amantha y Jon no puedan existir como novios sin la sombra de Daniel. Por eso resulta más que lógica la zozobra de Amantha al perder la razón vital que le insuflaba oxígeno o esa última reclamación de la hermana coraje: si Daniel se exilia, ella ya nunca más irá en su busca.
Al final, como tantas cosas en esta serie, Daniel es como un agujero negro que absorbe todo lo que hay a su alrededor. Una marca de Caín. “Amantha, nombra una sola persona que esté mejor desde que yo salí” (2.9.). Parece difícil no darle la razón. Pero también, parece difícil admitir que la lucha no merece -ni ha merecido- la pena.
Ojalá la tercera temporada de Rectify, que tantas preguntas ha de responder y tantas heridas cicatrizar, también permita subvertir aquella advertencia de Platón: “No hay nada más desgraciado que una conciencia culpable”. ¿O no se merece Daniel Holden un final feliz encontrando la paz consigo mismo?
Quizá no. Quizá sea ya demasiado tarde para intentar apagar el incendio.
María
Esta temporada ha sido de nivelón. El agrandar la historia implicando más a la familia tan compleja de Daniel (¿no se refiere alguien de la familia misma a la familia como \”disfuncional\”? pues eso) ha sido un acierto, pero todo y todos seguro es que van a explotar y nadie quedará a salvo.
Ted Jr. Menuda interpretación del actor. Al final, ese matrimonio acaba dándonos más dolor que la historia de Daniel, en la que hay demasiados claro-oscuros. Pero ver cómo el matrimonio se deshace y, como dices, ver que en el fondo son buenas personas… Eso sí que es demoledor. Y la madre tendrá pocos minutos, pero es otro de los personajes que ha ganado con la coralidad de la serie.
En cuanto a Daniel, su caso y su culpa… No acabo de ver cómo puede acabar todo en un final feliz. Puede que Daniel encuentre la paz, pero aún así no veo cómo pueden cerrar todas las historias con un final feliz para todos.
Maxi
Ahora con 10 episodios no tienes excusa para elegirla como mejor drama del año, eh.
Yo también tuve ciertas dudas sobre lo \”pesada\” que se podría llegar a volver la serie cuando me enteré que serían 10 episodios, pero supieron dar un pequeño vuelco, personalizado en Daniel, ya no tan ensimismado y reencontrándose con la sociedad que dejó, con lo que han conseguido incluso superar su primera temporada.
En mi opinión el drama y la actuación del año (post breaking bad), aunque lo de Matthew Rhys también es un trabajo impecable -e infravalorado-.
saludos
mackey
Con retraso, pero al final me he subido al barco de la segunda temporada de Rectify que, lejos de zozobrar, se ha erigido en uno de los cruceros emocionales mas apasionantes del año. Es difícil señalar algo mas de lo que has apuntado con escrupulosa precisión (para variar), si acaso quisiera indicar que el hilo mas sugerente me ha parecido el desolador desmoronamiento del matrimonio entre Ted y Tawney (qué preciosidad de chica, qué sensual su rostro, su tono de voz..), un relato tan honesto como triste. Hasta en el matrimonio con los cimientos mas sólidos puede entrar un huracán que se lleva todo por delante en un segundo, a pesar del profundo respeto y el cariño mutuo edificado a lo largo de muchos años por los cónyuges. Las vueltas que da la vida, las circunstancias en las que nos vemos accidentalmente envueltos, son impredecibles, y no solemos estar preparados para ello. Este sentimiento de desbordamiento emocional lo han sabido transmitir muy bien en la relación entre Ted y Tawney, con la inestimable ayuda de sus excelentes intérpretes.
Ted y Tawney al margen, la disección del alma de Daniel en busca de redención me ha parecido soberbia. Es un personaje con un poder de atracción enorme, que suscita un interés inusitado. Me importa todo lo que piensa, todo lo que expresa, con o sin palabras. Que la serie no haya girado en torno a él ha sido un acierto, pero si hubiese aparecido en el 100% de escenas de la serie no habría rechistado, porque estoy seguro que no me cansaría de él.
Lo que me tiene bastante alucinado sobre Rectify es que, siendo una serie de una naturaleza tan intimista, nos haya dejado un cliffhanger tan potente. Ni The good wife, oigan 🙂
Iván (Marbella)
Querido Alberto, como siempre, estoy disfrutando mucho de tu blog después de ver una serie: en este caso las dos primeras temporadas y 3 capítulos de la T3, de \”Rectify\”.
Conocía su existencia, pero hasta ahora (que ha aparecido en \”Canal-Movistar +\”) no había podido saborearla. Me encanta todo:música, historia, personajes, termas que se apuntan, fotografía, etc. El personaje de Daniel es magnífico y genera tanta compasión que te molesta la repetida injusticia hacia su persona: que sigan persiguiéndolo 20 años después por el asesinato de Hannah (cometido o no, pero con 18 años: que bueno que suene en su walkman el \”Creep\” de los Stone Temple Pilots, de 1992) , que ahora parezcan imputarle el del chico que suicida en el río, que nunca salga en el relato del “asalto cafetero” que todo surgió tras las vejaciones y miserias de Ted Jr. (que vilmente traicionó la confianza y el dolor de su hermanastro sobre la violación en la cárcel), etc. Y toda esta injusticia encarnada en personas concretas: Ted Jr., el Senador, el chico que parece ocultar algo y lo lleva a Florida para implicarlo en la muerte del que se suicida, la frialdad de Ted Sr. (que parece no enterarse de qué clase de persona es su hijo Ted Jr.), las incomprensiones de Amantha, la impasible Fiscal, etc.
Como puntos menos positivos, destacaría que en algún capítulo me ha parecido que se estanca la trama (levemente), y la insoportable falta de sutiliza en el tema de la sexualidad del 2º capítulo de la primera temporada (¡qué bueno es tenerla grabada para poder pasar las escenas desagradables!). Creo que desentona en el estilo de la serie.
De todo lo que he leído sólo discrepo de las valoraciones sobre el personaje de Ted Jr. y su matrimonio con Tawney: no me parece buena persona, ni con un matrimonio ideal antes de la llegada de Daniel. Está bien, no es \”malo, malo\”…Yo lo definiría de \”buena gente al estilo de Pilatos\”: un tibio, ni frío ni calor, y al final puede hacer más daño que los \”malos\”. Me recuerda al protagonista de la 1ª temporada de Fargo o al Walter White de Breaking Bad: tiene un EGO tan grande, que aunque hace cosas buenas, no para de buscarse así mismo en todo lo que hace y cuando le salen las cosas mal se convierte en un ogro…Está cosechando (en el asunto del \”café\” también) todo lo que él ha sembrado.
El misterio para mí es: ¿Cómo la profunda y delicada Tawney se pudo casar con semejante elemento?
Un fuerte abrazo marbellí. Gracias por todo. Cuídate.