“Lo más hermoso que podemos experimentar es el misterio. Constituye la fuente de todo arte y ciencia verdaderos” (“Babylon”, 10.5.)
Esta cita de Einstein (al cuadrado) ha ejercido de motor de Expediente X desde sus orígenes. Aquella gloriosa historia -entretenida, intrigante, inteligente- donde el terror, lo paranormal y el humor se bamboleaban para pavimentar la cacareada tercera edad dorada que la televisión trajo bajo el brazo del nuevo milenio. Sin Expediente X o Twin Peaks no se entiende el fenómeno Lost, por ejemplo. Allí hizo sus primeras armas Vince Gilligan, ándale. Y lo que quieran ir sumando.
“No la toques ya más, que así es la rosa” cantaba nuestro Juan Ramón con sus jotas. O, si prefieren una versión más atlética: ¿para qué demonios regresaste por segunda vez, Jordan, pudiendo despedirte con la cartera que le robaste a Malone y la cadera que le dislocaste a Russell? La comparación tiene sus problemas, claro, puesto que la brillantez del Mulderscullysmo ya se batía en retirada en sus últimos años. Aún así, ¿por qué volver?
No soy un experto en Expediente X (para eso, siempre Mr. McGuffin), por lo que mi autoridad para adentrarme en conspiraciones, fumadores alterados y Roswelles es limitada. Es más, como explicaba hace años, la imagen que tenía yo de la serie andaba distorsionada entre grabaciones de vídeo y programaciones telecinqueras a salto de mata. Sin embargo, sí puedo analizar estos seis capítulos en su conjunto sin mear demasiado fuera del genoma.
Porque el primer problema que ha padecido esta resurrección (catalogada con acierto como Zombie TV por Sepinwall) ha sido narrativo. Expediente X fue una de las series pioneras en desarrollar un potente arco argumental de fondo, una mitología, que se engarzaba con los “monstruos de la semana”. Quince años después no puedes regresar con tan solo seis capítulos y obviar cuánto ha evolucionado el relato televisivo (*). Esta temporada 10 despliega una macro conspiración no solo histórica, sino mundial, de la que vemos hasta sus consecuencias (ese Washington al borde del colapso)… ¡que solo se ha desarrollado en dos capítulos: el 10.1 y el 10.6.! Pero hace tiempo que las series con ambición -y Expediente X siempre lo fue- dejaron de tratar el relato como una morcilla en la que bastaba con atar bien los dos extremos para que dentro cupiera de todo. Y, sin embargo, los cuatro capítulos centrales apenas aluden a naves espaciales, autopsias alienígenas y pitillos de garganta. Tan solo vagas referencias al hijo de Scully y su abducción, y la introducción de esos pálidos y simpáticos reflejos que son Einstein y Miller.
(*) Bueno, poder, poder, claro que puedes: ¡han arrasado en los índices de audiencia, así que chúpate esa, crítico de los cojones! Vaaale.
Pero lo peor es que precisamente los extremos del embutido han sido lo más indigesto. Son dos capítulos aburridos, que requieren de mucha exposición (no es casualidad que en uno sea Mulder y en otro Scully quienes actúan como narradores delegados al inicio), poco sutiles, postizos, mal ejecutados narrativa y dramáticamente. Aburridos, hablando en plata. Todavía me hacen gracia lo facilón de escenas como Miller descubriendo dónde está Mulder gracias a un programa bien visible en el ordenador o Scully sorteando el tráfico de una ciudad infernal a base de bocinazos. Ouchh. Hay un añadido: no digo que en los noventa las narrativas de la conspiración fueran una novedad (Hitchcock, los thrillers paranoicos de los setenta), pero no había un espectador tan resabiado como el actual. Ahora, el post 11-S, post-Bilderberg, post-Occupy o post-moderno a secas han hecho que hasta empecemos a desconfiar de si nuestros padres son, eso, nuestros. Esto hace que una trama donde el Gobierno juguetea con nuestro genoma desde hace 60 años se quede en una propuesta demodé, viejuna, sin la sofisticación que pretenden los misterios de las nuevas religiones laicas que nos asuelan.
¿Todo esto implica que este revival de Expediente X ha sido un desastre? No sé para los más fans, pero para mí no todo ha sido negativo. A pesar de su moralina política de bazar y de un Mulder en ácido que parecía habitar de nuevo Californication, “Babylon” (10.5.) engarzaba con cuajo a la nueva pareja de detectives Einstein y Miller, estirando el estereotipo sin romperlo. Del resto, más metódicos, me aterró la tétrica imaginería infantil de “Founder’s Mutation” (10.2.), me convenció la solidez terrorífica de “Home Again” (10.4.) aderezada con el dolor filial de Scully y la irónica melodía de Petula Clark, y, por supuesto, me pareció una genialidad metarreferencial (como tantos otros vaciles de la serie) el hilarante “Mulder & Scully Meet the Were-Monster” (10.3.), subvirtiendo la transformación (es el monstruo quien se convierte en hombre), jugando con los puntos de vista y guiñándole una y otra vez el ojo al espectador más cómplice (**).
(**) Una de las delicias de tener las nueve temporadas en DVD (Amazon UK) es el de poder revisar ciertos capítulos que pasan por clásicos para los verdaderos entendidos. Aquí se cascan un ránking con todos. Hace unas semanas vi el asombroso “Jose Chung’ From Outer Space” (3.20.) y no extraña que el rumbero 10.3. haya sido escrito por el mismo guionista. ¿Se imaginan que un Vince Gilligan se animara a regresar para pergeñar maravillas al estilo de “Bad Blood” (5.12.)?
El cliffhanger ocular y el éxito de audiencia convertirá lo que parecía una miniserie para nostálgicos y pistoleros solitarios en un chicle de proporciones extraterrestres. Yo, como Mulder, siempre he querido creer; pero resultaría mucho más fácil si ajustáramos todos los relojes al 2016…
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