“Procura reparar con diligencia
del riguroso invierno la violencia”
(Alonso de Ercilla, La Araucana, Canto XVI)
(Ilustración: Javier Hueto, especial para el blog)
Puede que el otoño no sea una estación perpetua, después de todo. El famoso invierno de Juego de tronos, metáfora narrativa antes que general ruso, empieza a abalanzarse hacia el clímax. No sé si helará a traición, pero la granizada de sangre, mierda y vísceras alcanza ya cotas bíblicas. Hay falsos profetas ardiendo en fuego verde, como si fuera la destrucción del templo de Jerusalén. Pululan granjeros que huyen de la violencia, pastoreados por el Septón Ray, para acabar colgados cual mártires cristianos. Asoman niños que se aplican con el cuchillo como si fueran matachines de Herodes. O, ay, emergen esos bastardos pinzados, en escorzo, escalando entre trozos de carne cadáver como si ansiaran recrear La balsa de la medusa de Géricault. ¡Gensanta! Otro año más, las muertes sacuden a la peña con la eficacia del rayo, pero la novedad es que las nubes también achican, por fin, el mapa de Poniente. Se trenzan alianzas mientras que los Meñiques y los Varys de turno se afanan en delimitar el perímetro para la batalla, para la madre de todas las batallas: “Del riguroso invierno la violencia”, que cantaba el poema épico.
Es obvio que reseñar esta sangrienta fantasía épica en plena resaca electoral supone una invitación a esos maximalismos guerracivilistas -valga la redundancia- que tanto hemos abonado por esta España nuestra. A estas horas, seguro que twitter ya ha emparentado a Rivera con algún Stark (por ese heroísmo tan noble como patoso), a Rajoy con Hodor (por aquello de su exasperante dontancredismo), al soldado Sánchez con Jaqen H’ghar (no solo por su belleza, sino por su versatilidad para mudar el rostro ideológico) y a Iglesias con Tywin Lannister (por su manía en tratar de desollar el ciervo socialista). Sin embargo, a pesar de la indignación moral antipolítica, todos sabemos que el ejercicio del poder guarda más relación con la patosa burocracia de Veep, de la que escribiré en breve, que con la legendaria agonía de Juego de tronos.
Porque ahí radica buena parte del encanto de esta estupenda temporada: el relato ha sabido construir ese crescendo donde los actos tienen consecuencias y el tablero mueve fichas sin prisa pero sin pausa. Como en su espléndido tercer año. Of course, ya no es noticia que haya legionarios cayendo un día sí y otro también; al contrario, una de los lamentos que acarrea Juego de tronos es cuánto ha devaluado el (antaño) poco explorado mecanismo de la muerte de personajes principales como terremoto dramático. ¡Qué leches, lo dramático ahora es seguir vivo! Pero, sin forzar el ángulo emocional, sino tan solo el narrativo, es evidente que diñadas como la de Rickon, Bolton o los amos de Mereen desatascan la trama pegándole un patadón p’alante. Se han acabado los ritos de apareamiento y los juegos (sin reglas) de salón. El triángulo, de momento equilátero, tiene tres vértices sólidos (*): Jon Stark, Cersei Lannister y Daenerys Targaryen. Y todos se han dado cita, durante las dos próximas temporadas, con la épica del “solo puede quedar uno” (**):
(*) Aunque, claro, la presencia (¡qué facilidad para viajar tiene el zagal!) de Varys entre las sierpes de Dorne, aliadas con una enojada Lady Olenna, recuerda poderosamente que la geometría en Poniente es una disciplina muy, muy variable. Por no hablar del efecto desestabilizador que suponen los caminantes blancos. Molará ver cómo los Stark y los Lannister se alían contra el zombie helado para, nada más terminar la batalla, acuchillarse por la espalda…
(**) ¿O dos… que acaban siendo parientes directos? R+L=J
En estos tiempos de desencanto, la verdadera épica lo tiene complicado para sortear la prosa de gimnasio y el fogonazo de la autoayuda: “Soy fuerte, porque fui débil. No tengo miedo, porque fui miedoso. Soy sabio, porque fui tonto” y rechinares de dientes similares. Pero para que la epopeya pase de las vísceras al corazón, de la sentencia de vestuario al discurso narrativo, el relato ha de saber recoger lo sembrado. Es, para que nos entendamos, lo que convertía las Termópilas de 300 en una postal gore y los partidos de Friday Night Lights en una cuestión de vida o muerte. La primera carecía de profundidad dramática y se quedaba en la arenga “uh-uh”, mientras que el segundo te hacía preocuparte tanto por los personajes que hasta un melón rodando a cámara lenta por los aires del estadio te obligaba contener la respiración.
Juego de tronos, aupado por horas y horas de relato expandido, ha logrado entrecortar el aliento de millones de espectadores. Este año más que nunca. Precisamente porque la narrativa adopta forma de embudo y cada vez se amontonan más los conflictos, se van apilando las consecuencias, se van soltando nudos mientras los personajes aproximan sus destinos… hasta la colisión final por tierra, mar y aire.
Y no, ya hemos dicho otras veces que Juego de tronos no es una serie ni dramática ni narrativamente perfecta. Hay capítulos y tramas de relleno, cuya misión parece ser la de tener a los personajes calentando en la banda hasta que les toque entrar en el campo. Pero, aún así, Juego de tronos cumple con creces su papel de entretenimiento inteligente y de calidad. El ejemplo más sangrante -valga la redundancia- de esta cojera dramático-narrativa lo pudimos contemplar en el tradicional derroche pirotécnico de sus míticos capítulos nueve (bueno, el año pasado se adelantaron en “Hardhome“). “Battle of the Bastards” regala un capítulo que está entre lo más espectacular que ha hecho nunca la televisión.
Sin embargo, por mucha fuerza que tuviera, el capítulo no pudo superar dos problemas graves: uno narrativo y otro dramático. El primero tiene que ver con lo absurdo de la llegada del séptimo de caballería. Después de que Sansa y Jon discutieran agriamente sobre la estrategia que iban a seguir, con la vida de Rickon en el alero, no hay manera racional de entender que no lo hubiera contado a su hermanito que, al menos, podían llegar las huestes de Meñique (***). Al menos. Como posibilidad. Remota. Si yo soy Jon Snow, después de semejante hecatombe, le meto una galleta a su hermana que se habría escuchado hasta el mar de Braavos.
(***) La serie, al menos, ha sido lo suficientemente astuta para no dejar esa trama al aire. En la season finale Sansa y Jon lo comentan, aunque parecía más bien una manera rápida de cementar el vacío (no te puedes fiar de Meñique) que de explicar con un poco de sentido semejante torpeza (ey, acaba de morir tu hermano pequeño, mushasha).
Pero la celebrada guerra de los bastardos, insistiendo en lo flipante de su puesta en escena, no tuvo la emoción que sí exhalaba otros años. ¿Por qué? En primer lugar porque Ramsay Bolton ha sido un tipo tan repulsivo y deleznable que no existía ni una brizna de lealtad cambiante; es decir, ganaba Snow -el ahora inmortal Snow– sí o sí, lo que resta esa adrenalina afectiva presente en otras batallas grandiosas de la serie. No había personajes que nos importaran en los dos bandos (como ocurría en la naumaquia de “Blackwater“, 2.9.) ni dilemas como el de un Snow luchando contra el amor de su vida (aquel espectáculo insuperable que fue “The Watchers on the Wall“, 4.9.). Para más inri, al mismo tiempo, la forma de rodar la batalla -saturada de montañas de carne, planos rápidos, movimientos nerviosos y un montaje acelerado- hurtaba al espectador esos momentos de calma para tomar resuello y resituar el drama. “¿Mandeeee? ¿Le parece a usted poco drama ver Wun Wun, Tormund y Jon Nieve bañados en semejante piscina de acero y hemoglobina?”. Pues sí. Salvo algún detalle tan sensible como la talla calcinada que se encuentra Ser Davos -qué estupendo personaje y que matizada actuación la de Liam Cunningham-, al episodio le falta hondura y le sobra adrenalina. Para que nos entendamos, me explico con un par de ejemplos espectaculares de hace dos años. En aquel “The Watchers on the Wall” había hueco para que, en medio del caos y el exterminio, un Samwell Tarly robara su primer beso a Gilly. O también, en una de las escenas más celebradas de toda la serie, cuando el escuadrón de Grenn rememora, como si fueran los músicos del Titanic, su juramento ante lo que saben una muerte segura. Esos remansos, esa corteza emocional es la que ha faltado en “La batalla de los bastardos”.
Quizá por esa falta de emoción en el 6.9. me ha parecido tan potente la clausura de la temporada. “The Winds of Winter” compone uno de los mejores episodios de toda la andadura. ¡Qué lancinante melodía de piano! Es lógico que los capítulos finales siempre tengan más fuerza, dada la inversión narrativa que necesita cada temporada. Pero es que esta season finale ha exhibido un equilibrio perfecto entre narración y emoción, entre punto y aparte y punto seguido. Los primeros veinte minutos -tensos, dramáticos, crueles, espléndidos- se toman todo el tiempo que el capítulo anterior no se había permitido. Desde los ritos de vestimenta hasta esa sonrisa de vino y venganza que Cersei esboza tras su victoria. Reconozco que nunca me he terminado de tragar cómo una bandada de gorriones eran capaces de volar tan alto en un cielo repleto de halcones, águilas y demás criaturas guiadas por la ley del más fuerte. Pero hay que reconocer que la trama sectaria ha cumplido un papel clave para perfilar la resistencia de uno de los personajes más redondos del elenco: la pérfida Cersei. Ahora que su querido incestor parece cada vez más amigable para el espectador -y esa fría última mirada con ella recién coronada alimentan nuestras dudas sobre la supervivencia de ese amor fraternal-, Cersei se ha convertido en la villana más temible y poderosa de todo Poniente.
Esos fantásticos 20 minutos, rematados con la devastadora coda del suicidio de Tommen, vuelven a poner en carne viva uno de los leitmotivs de la serie: la dicotomía entre estrategia e impulso, entre razón y emoción o, si lo traducimos a Maquiavelo, entre principios (morales) y fines (bélicos). La ambición de Cersei la ha convertido en reina… pero ha devorado a todos sus hijos; su venganza ha obtenido un premio… por el que ha pagado un precio altísimo. Ella ha optado en su balanza, como lo hizo en los inicios lo hizo el bueno de Ned Stark, cuya fidelidad a un código le llevó rápidamente a la tumba. De la misma forma, hay muchos personajes que han de sopesar los costes de esa negociación interna entre conciencia y resultado: la pulsión liberadora de Daenerys regenera el caos en Mereen y, desde luego, su éxito guerrero se debe tanto a su carisma Dracarys como a la inteligencia táctica de Tyrion. No en vano acaba renunciando al impulso, a la emoción (el amor por Daario Naharis), para privilegiar su estrategia.
Lo mismo en Arya Stark, esa especie de navy seal de Westeros, que sigue dando pasos para renunciar a cualquier otro principio que no sea la sed de venganza. O, ay, incluso podemos ver la cara más cruel de la moneda en la súbita aparición del imponente Ian McShane, un dispositivo narrativo para rescatar a Sandor Clegane de las brumas del olvido. El atroz desenlace de “The Broken Man” (6.7.) confirma, parafraseando a Todorov, que el pacifismo no es una opción moral válida y que las buenas intenciones, por sí solas, jamás ganaron guerra alguna. O, por ponerlo en términos revertianos, que los mecheritos encendidos y la panda entonando el Imagine de John Lennon no podrán evitar que te lleves las del pulpo cuando los mastines te cerquen con los colmillos goteando. Al Mal se le combate. Punto y Clegane.
¡Mira que ha habido sangre y despedidas en esta temporada! Y, sin embargo, el adiós más doloroso ha venido de un personaje tan presente como marginal en la peripecia. Un tipo que durante cinco temporadas apenas ha musitado una sola palabra. Porque el momento más inolvidable del año no fue saber que la voluptuosa mujer roja tiene más arrugas que Matusalén (6.1.), que Daenerys les mea fuego a los jefes dothrakis en su propio terreno (6.4.), que el tío Benjen Stark anda vivito y coleando algo de frío (6.6.) o que Arya Stark es una chica que sí tiene un nombre. No, ni siquiera la resurrección de Jon Snow -bastante poco lucida, cinematográficamente hablando- podía impactar -ni a los que criticamos la posibilidad, como el menda-, puesto que los rumores extratextuales sobre su presencia en la serie llegaban hasta esta divertidísima anécdota en el programa de Jimmy Fallon.
En esta buena temporada, con una season finale excelente, si tuviera que quedarme con un solo momento apostaría por el cándido Hodor aguantando un portón. Alejada de las muertes envueltas en grandes batallas o conspiraciones, la sencillez de su muerte -un ser puro cuya única misión se concentraba en ese momento- está resuelta con una brillantez envidiable: el relato conecta, con la eficacia de un enchufe, el misterio del cuervo de los tres ojos con el destino de ese grandullón dañado neurológicamente con afasia expresiva. Y lo hace mezclando con una naturalidad pasmosa dos temporalidades, hasta estallar la trama resolviendo no solo el enigma de una enfermedad y un nombre (aquí cómo lo resuelven, patilleramente, en español), sino recordando cuál ha sido siempre la tarea del héroe: reparar con diligencia la violencia del riguroso invierno.
“Brama, brama, viento de invierno…“. Un invierno que ha venido para quedarse y al que ni siquiera los dragones podrán derretir en el furor de su destrucción.
¿Todo ha de ser batallas y asperezas,
discordia, fuego, sangre, enemistades,
odios, rencores, sañas y bravezas,
desatino, furor, temeridades,
rabias, iras, venganzas y fierezas,
muertes, destrozos, rizas, crueldades
que al mismo Marte ya pondrán hastío,
agotando un caudal mayor que el mío?
Eli
Yo no puedo estar del todo deacuerdo.
Porque para mi la historia es más impresionista que antes y siento estar permeada por los libros, pero es que en la serie el blanqueamiento es bastante notable. Avanza tan rapido como un borrón, de cara al final. No tengo problema con que eliminen personajes o cambien tramas, pero en cambio hay cosas y matices que habría querido ver. Tampoco comparto el entusiasmo general por el 6×09, esta bien montado y hecho al menos.
Ha sido mejor temporada que la anterior, pero no tanto en mi opinión.
osin
Una persona que destruye media ciudad y al instante se hace reina con el pueblo animando, no se, no se, en política no anda muy lejos de España.
Una vez dicho eso, muy buena reseña como siempre. Soy de los que siguen tu blog y aunque a veces no coincidamos con las impresiones finales de las series, siempre es un gusto leerte. Un par de comentarios:
– Creo que Sansa en esta temporada ha sido mas Catelyn y Jon ha sido más Ned. Es decir, sí, Sansa pidió ayuda a Meñique, pero no sabía si la ayuda venía de camino o no, o si debía confiar en dicha ayuda. También le comentó a Jon que no cayese (como cayó al final) en la guerra sicológica de Ramsay. Capaz hubiese Jon de caer en la trampa de Ramsay aún con el ejercito del valle. Sansa fue fría y estratégica como Catelyn sabiendo como era su hermanastro (o primo) y Jon fue más tirando al honor y sentimientos.
– Esperaba saber tu opinión sobre el nuevo personaje del norte Lyanna Mormont. Para mí la gran sorpresa de los nuevos de la temporada (cuando esperaba que lo fuese Ian McShane o Euron Greyjoy) y un gran personaje que con solo ¿10 minutos? en pantalla han sabido definirla perfectamente con una personalidad fuerte que en su primera aparición se comió con patatas a los personajes de Sansa y Jon y con la tercera ha movilizado el norte mejor que el rey en el norte. Gran trabajo de los guionistas y de la pequeña actriz que la encarna, desde mi punto de vista.
– Maravillosa ilustración del inicio de la reseña ^^
Seríalicos Anónimos
Brillante reseña Nahum…¡como siempre!
La verdad es que aún no sé por qué esta temporada me ha enganchado tanto, ¡tantísimo! Leyendote descubro algunas razones pero me intrigan más otras.
Posiblemente, me ha cautivado más porque se van cerrando y concretando las tramas. Los personajes indeseables desaparecen -y te alegras mucho por ello: Bolton, High Sparrow…- y otros que también se van, descubres que te daban igual -Tomen, por ejemplo-. La muerte de Hodor realmente conquista y el secreto que se desvela engancha…aún estoy espetando que se muestre la utilidad del cuervo de tres ojos porque… sí como excusa narrativa para ir al pasado está muy bien pero, ¿y el presente qué?, ¿qué puede hacer el chavalin postrado en el suelo?, ¿darle un título legítimo a JS? Pero si ya es el King of the North!…no sé, no sé…
Leer tu parte sobre \”La batalla de los bastardos\” me ha llamado la atención en que tienes razón en lo que dices y ni me había dado cuenta…sobre todo la falta de foco puesto en la muerte del pequeño Stark: lo llenan de flechas y luego…ni muuuu!
Lo de la inmortalidad de Snow me mosquea un poco porque con eso de \”este ya no se muere\” se te quita la tendió. Pero pensándolo bien la Mother of dragons también es inmortal…y los White walkers también… ¡al final Ceersi va a ser la que juega en desventaja! ¡Pobre! ¿nos aliamos con ella?
En fin, que yo no sé ¡por qué narices nos hacen esperar un año para la siguiente temporada! ¡Eso sí es cruel!!!!
Alfredo Andreu
Sí es verdad que \’La Batalla de los Bastardos\’ no tiene esas pausas de \’Watchers on the Wall\’ pero también se aprecia la intención de continuidad hiperrealista para meterte en una batalla como nunca antes (ese plano secuencia al estilo Salvar al Soldado Ryan debe ser algo inaudito para la TV). Y desde luego, por mucha licencia que haya que concederles a Benioff y Weiss de guardarse un as en la manga, es la enésima vez que vemos la misma táctica (Stannis en Castle Black 2.9 o los mismos Dothraki llegando a Mereen, ¡en el mismo 6.9!).
De todas formas, este noveno capítulo nos ha dejado a algunos colmados de satisfacción. Era todo lo que le pedíamos a la serie: dragones poniéndolo todo por llano y batallas sin alentar. Fuego y sangre. Como dirían los del Madrid \”y nada más\”.
Maxi
A mí la batalla me pareció acojonante, cinematográficamente hablando lo mejor de la serie y mira que ya es difícil filmar una contienda de esa magnitud minimamente original, con toda la Historia del cine y la TV a cuestas.
La resolución final fue un buen recurso, manidísimo, pero buen recurso. Estoy de acuerdo con que la amiga Sansa podría haber comentado algo y, quien sabe, evitar la muerte de su hermano. O al menos dar una razón mas contundente para ocultar tamaña decisión. Truco de guión mal resuelto.
Para mí la mejor temporada de la serie, que no es demasiado decir teniendo en cuenta que considero a todas las temporadas bastante fallidas y con mas paja que chicha. Ésta iba camino de lo mismo, pero dos excelentes episodios la elevaron por encima de la media.
Se mete en mi top 5 del año por primera vez, los creadores seguro que están orgullosos ^^.
Por último, vaya viraje dieron dos personajes de la serie en mi opinión, durante temporadas enteras no podía aguantar la cara de Jon Snow en pantalla, soporífero y sobre actuado hasta el hastió y en esta temporada me pasó lo contrario, disfrute bastante con su trama. Hasta el actor me pareció mejor.
A su vez, casi me hago del club de fans del pequeño Tyrion en su momento pero es que lleva dos temporadas totalmente pomposo, acursilado y, lo que es peor, aburrido en sus intervenciones. Aquí no puedo culpar al actor, si a los guionistas que no supieron sacarle partido a la parte menos gamberra y mas estratega del personaje. Espero que ahora que vuelve a casa reconozcamos al Tyrion de los primeros años.
Maxi.
JMGR
En cuanto a que no avisase Sansa a John de la llegada de Meñique sólo encuentro dos explicaciones.
1. Chapuza de los guionista que no han sabido resolver cómo salvar la batalla en el último momento sin que se supiera que llegaba Meñique (tan fácil habría sido como que al llegar la caballería se mostrase un plano de tres segundos de Sansa con cara de sorpresa … Meñique mandó un cuervo avisando pero se perdió en el frío…)
2. Sansa quiere ser la Reina del Norte y está dispuesta a sacrificar hasta a los de su sangre (¿sorprendente en esta serie?) y juega con la posibilidad de que John muera en la batalla para lograr tomar el poder gracias a Meñique, que ganaría la batalla tras la muerte de aquel. ¿Demasiado rebuscado? Apoyaría esta teoría su sonrisa tras ver cómo los perros devoran a Bolton…Tampoco rechaza de plano a Meñique, se limita a decirle \”Es una bonita imagen\” cuando éste le cuenta su sueño de sentarse en el Trono de Hierro junto a ella…claro que Meñique no le gusta y ve dudoso que consiga sus planes, pero desea mantener esa opción abierta. Ni qué decir tiene que esta segunda explicación es la más interesante.
Mujeres malvadas deseosas de poder no faltan en la serie, no es necesario hacer recuento…y no se escapa precisamente Daenerys, quien siempre disfruta con una buena destrucción de sus dragones o una ronda de crucifixiones. No va a la zaga de Cersei en sus deseos de poder y crueldad. Discrepo con Alberto Nahum en que haya renuncia alguna en su despedida de Daario Naharis; su único amor es el poder, lo que demuestra en la siguiente escena en la que le dice a Tyrion que ya ni se acuerda de Daario, quien está muy bien como amante en Mereen, pero le viene pequeño en su glorioso futuro como reina de los siete reinos (esto último lo digo yo, pero Daenerys seguro que lo piensa…)
Juego de Tronos destaca por el número de personajes aunque no deja de tener algunos que ya podría cargárselos un caminante blanco, estoy pensando por ejemplo en Samwell Tarly. Menos mal que otros son tan interesantes como el de la Bruja Roja, mi favorito para hacer un spin off…
A esperar la siguiente temporada. Saludos a todos.
mario
Too late, pero, 6 años después, por fin encuentro alguna crítica a la Batalla de los Bastardos. Menudo coñazo, pilas y pilas de muertos y sangre. A los 2 minutos ya estaba dándole al FF, y ni por esas.
Y ¿nadie comenta lo catastrófico que es un lider que la caga, matando a miles de leales por el camino, por intentar salvar a su hermanito? ¿Y la llegada del séptimo de caballería in extremis, con unos cuantos cablos, da la vuelta a una batalla perdida?
Para mi fue la gota de agua que colmaba el vaso de las arbitrariedades, aquí lo deje. Cuánto tiempo desperdiciado…