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got poster

El ajedrez ha dejado paso a la supervivencia.

Mientras el Rey de la Noche escupe fuego azulado podemos contar con los dedos de una mano -amputada y sin meñique- los estrategas que aún confían en la perfidia antes que en la conveniencia. Es un gran salto de honestidad para una serie donde las agendas ocultas y las dobles (¡o triples!) intenciones empujaban tronos, forjaban alianzas contra natura y habilitaban extraños compañeros de cama. Habrá que calmar el ansia de jaque mate con trankimazin valyrio, verborrea Lannister e integridad invernalesca. Esto es: dragones, Tyrion y juramentos Stark.

Así, tras seis temporadas, el invierno por fin ha llegado… ¡para pillarnos en tablas!

Got Mosaic

(Ilustraciones de Javier Hueto. Descargables aquí)

Hace ya años que cambié el chip para analizar Juego de tronos. Me frustraba exigirle unas lecturas que la serie -por mucho ruido mediático que hiciera- no poseía. Así, dejé de escuchar los cantos de sirena sociológicos (¿¡Lyanna Mormont?!) y políticos (¿¡Pablo Iglesias!?) y me centré en la infancia recuperada: las batallas, las intrigas, el deleite narrativo, la espectacularidad de la puesta en escena. Es un relato para dejarse llevar con entusiasmo adolescente y espíritu épico, acomodándose en las relajadas premisas de los géneros de aventuras y fantasía épica.

Precisamente por eso creo que los cuatro primeros capítulos de esta séptima temporada han resultado ejemplares. Los he disfrutado con el ardor con el que leía a Tolkien o a Dumas. La gigantesca expansión del relato -personajes, escenarios, linajes, conflictos- se estrechaba, se comprimía, recogiendo con habilidad y eficacia el caudal narrativo y dramático de semejante novela-río. Abandonadas las tramas secundarias que tantas veces se empleaban para ganar tiempo en espiral, con la peña agrupada en Rocadragón, Invernalia y Casterly Rock, el relato ha metido una marcha más, logrando una sensación de urgencia excitante y peligro inminente. De repente, pasaban muchas cosas y muy rápido, lo que tenía todo el sentido del mundo, ahora que los espectadores atisbamos el final del recorrido. “Dragonstone” (7.1.) realizó un trabajo ejemplar para reubicar las piezas y alfombrar la temporada. “Stormborn” (7.2.), a pesar de la confusa naumaquia final, y “The Queen’s Justice” (7.3.) enfilaban la línea recta para fortalecer las nuevas alianzas, sobre todo las de Jon y Danaerys. La peripecia narrativa discurre muy congestionada, con el relato a flor de piel. Hay batallas, escaramuzas, despedidas amorosas, tácticas bélicas, investigaciones armamentísticas, frases memorables, escatológicas secuencias Tarwell, marca de la casa, y diversos envenenamientos con verdades añadidas (oh, Olenna).

spoils of war

Y así llegamos al punto de inflexión de la temporada: “The Spoils of War” (7.4.). El capítulo es soberbio, el más redondo de esta séptima entrega. Adrenalina incansable, visualidad fordiana, belleza guerrera, tensión en el montaje… Un deleite para el espectador, pura vitamina aventurera. Sin embargo, al mismo tiempo, el capítulo plantea dos problemas que influyen en el resto del año. Incluso la mirada desprejuiciada y placentera con la que abordo Juego de tronos se me empaña. Veamos cómo puedo pasar el paño.

Si con solo un dragón la amiga Daenerys es capaz de abrasar, con facilidad de barbacoa, a las tropas del aguerrido Jaime -porque el Escorpión apenas pica-, entonces toda la estrategia del equipo Targaryen ha sido nefasta. ¡Vaya manera de desperdiciar serpientes y Yaras! Es como si, teniendo un equipo con la pegada y la samba del Brasil del 70, te empeñaras en dejar en el banquillo a Jairzinho, Pelé y Rivelino para la final contra Italia. No, no funciona así. El problema, pues, de lo sucedido en el 7.4. es que aborta cualquier posibilidad de éxito futuro para los Lannister. Los espectadores sabemos -despejadas las dudas del escorpión- que los dragones son invencibles (ejem, jabalinas azules aparte). Y eso, ay, resta fuerza al relato. Porque ahora ya NO puede pasar cualquier cosa. Los buenos no la diñan (y, cuando lo hacen, resucitan).

Porque Game of Thrones ha sido un relato radical, que le ha hecho varios cortes de mangas a la regla más sagrada de la serialidad: evitar cualquier acto irreversible. Al contrario, desde el shock de “Baelor” (1.9.) hasta la trágica cagada de Tywin (4.10.) la serie se ha caracterizado por la fragilidad de las vidas de sus jugadores principales. Pero, lo que en algún otro sitio he denominado como “efecto Reichenbach“, ha perdido su vigencia. Y “The Spoils of War” lo confirmó al salvar, in extremis, al hijoputa con más corazón de todo Poniente. Si Jaime se podía salvar de semejante escabechina…

… ¿por qué no confiar en el éxito de la comunidad del anillo en su expedición al otro lado del Muro? Sí, sin duda, “Beyond the Wall” (7.6.) es, una vez más, una exhibición de cinematografía vigorosa y virtuosismo técnico. Brutal. Potente. Épico. Jadeante. No hay nada en la televisión actual que se le pueda asemejar. Mi mujer y yo estuvimos con un nudo en la garganta durante los 50 minutos, sí, pero sabíamos que todo iba a acabar bien para esa panda de renegados, bastardos, brujos y suicidas. Y eso… eso sí es novedad en una serie que hizo de la incertidumbre ante la brutalidad una de sus señas de identidad. Ya me ocurrió el año pasado con “La batalla de los bastardos”: la pirotecnia le ganó la mano a la consistencia.

beyond the wall

El amigo Álex Medina -enfadado, quizá, porque aún se toma la serie muy en serio- ausculta los numerosos vacíos y porquesíes de “Beyond the Wall”. Y tiene toda la razón. De entre todos los que nombra, los que de verdad me hicieron rechinar los dientes fueron dos: la cantidad de recursos nuevos que demostraron los caminantes blancos, desde misiles antidragones hasta cadenas acuáticas, y, sobre todo, el Benjen ex machina (como advertía Fantantonio, en una de sus recomendables reseñas semanales: “Nunca hay que dudar de los ases bajo la manga que guarda el guión de Juego de Tronos, auténtica fábrica de Deus ex machinas”). Hombre, habría bastado con sembrar, aunque solo fuera una semillita previamente, para que ambas acciones no parecieran conejos sacados de la chistera. Incluso, ay, podrían haber empleado a Bran, la nueva excusa narrativa para exponer lo que no se sabe contar de otra forma…

En este sentido, una de las razones -más allá del tiempo que dedico a trabajo y familia, obviamente- por las que realizo reseñas de una temporada, en lugar de las semanales, tiene que ver con la unidad narrativa. No deja de ser curioso la cantidad de bofetadas críticas y hateriles que ha recibido la caprichosa actitud de Arya. Bien: aquí trae la copa, amigos. La cabeza del insidioso Baelish servida en bandeja de plata, aplicándole dos tazas de su propia medicina. Claps, claps. Te despeñaste por la escalera del caos, amigo. En una serie con indigestión de malnacidos, siempre ha sido una siniestra delicia ver murmurar y maquinar a Meñique, pero también hay que reconocer que en el punto en el que estamos del relato, su presencia era más tonal que narrativa. Una subtrama de temporada bien diseñada y recogida con regate y eficacia.

No se puede decir lo mismo del amor entre Daenerys y Jon. No, no me entiendan mal, estoy a favor de Cupido y de las perdices felices como el que más. Soy un optimista racional y un romántico del compromiso. Es, simplemente, que desde el minuto 2 estaba muy claro que el incesto iba a consumarse. Y, como hemos dicho varias veces, una de las gracias de la serie residía en los esguinces narrativos. También por eso resulta frustrante comprobar lo ineficaz que se ha vuelto el otrora perspicaz Tyrion. Era un tipo con salsa, con picante, una sabrosa mezcla de principios morales y capacidad darwinista para adaptarse al medio. Ahora, en la season finale, solo le ha faltado entonar el Imagine (“quiero construir un mundo mejor”) en un a capella con su hermana Cersei. De acuerdo, han pasado seis temporadas y el zagal ha evolucionado al son de la historia, pero, arggg, no se ha visto Mano más artrítica en la historia de Poniente. Mucha autoridad sobre la khaleesi no tiene, la verdad. Y tampoco es que esperara a un Alejandro Magno en Gaugamela o un Napoleón en Austerlitz, pero algo más de intensidad táctica, sí. Que para estrategas patosos ya teníamos a los Stark, hombre. Así, los creadores están regalando a la viperina Cersei todo el privilegio del maquiavelismo atroz que vertebraba la serie. ¡¡Por eso la queremos tanto!!

Lena Headey as Cersei Lannister and Nikolaj Coster-Waldau as Jaime Lannister

No, no se equivoquen por los últimos párrafos. Sigo disfrutando el espectáculo que proporciona la serie como un niño, aunque carezca del background que proporcionan los libros de George R. R. Martin y ande lejos de considerarme un winterhooligan. Creo que la serie ha alcanzado cotas brillantísimas y está repleta de momentos memorables, que alimentan la cultura popular contemporánea. Esta séptima entrega, además, me parece que ha tenido el mejor inicio de todas las temporadas emitidas, con cuatro capítulos compactos, poderosos y emocionantes. Que luego haya caído en el capricho narrativo no invalida su mayor acierto: el de un entretenimiento capaz de tenernos en vilo semana tras semana. También ahora que el tablero ha dejado paso a una agónica lucha por la supervivencia de la especie.

Un Comentario

  1. Álex Medina

    Buenos días, Alberto. Enhorabuena por tu buen temple y tu ojo en la valoración. La verdad es que el último capítulo sí honra algo más a la sólida primera parte de la temporada. Sobre todo, en cuanto a las reacciones más acordes con todo lo construido hasta ahora de Cersei y las Stark. De la primera, estaba claro que no iba a a aceptar así como así un pacto con sus enemigos (aunque jueguen al despiste con lo el embarazo) y de las segundas sirve para afianzar los caracteres de las dos hijas de Ned (tras todo lo que han pasado cada una) y, de paso, quitarse de encima a un Meñique que sobraba hace tiempo. Vista la temporada entera, el resumen es que fue espectacular hasta el momento en que Jaime y Bronn se sumergen en el río. Mientras bucean fuera de cámara entre el 4 y el 5, se quebró todo un poco o, llevando la metáfora a otro río famoso de punto de no retorno, se curzó el Rubicón. Y eso que me acababan de conquistar el corazón con ese homenaje al western que es el 4… pero por mucho que me hubiera dolido, ese fue un momento clave: ahí deberían haber muerto Bronn y/o Jaime. Y quizá ese viejo tropo de que cualquiera puede morir (algo que se ha perdido: ya solo mueren terciarios o secundarios de los malos ‘oficiales’: Bolton, Olenna…) hubiera sido cierto de nuevo y se habría añadido tensión a la pirotecnia posterior. Una pirotecnia que sin la emoción de la muerte aleatoria es como ver la primera escena de una vigésima entrega de un Bond: aunque baile encima del ala de un F-18 y le tiren al vacío, sabes que 007 encontrará un paracaídas antes de estamparse contra el suelo. Disfrutas del espectáculo pero no sufres con él. Y puede que ese sea mi problema una vez más… que me lo tomo demasiado en serio…. Te haré caso y me haré palomitas para la octava… Imagino que están guardando las grandes muertes para entonces… pero en seis o siete (no sé en cuánto se quedará la octava) capítulos quizás se produzca el efecto contrario: que tengan que empezar a matar gente a toda velocidad y se pierda impacto por acumulación. No sé… veremos…

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