“Escuchad, así es el juego: si no distingues al primo en la primera media hora de partida, es que el primo eres tú“.
La mítica frase de Rounders, la infravalorada película de los años noventa, siempre ha ejercido como prontuario de la estrategia narrativa del cine de timadores. Como es obvio, el mayor primo de la función es el espectador: somos canelos que ansiamos ser maltratados por el ingenio, hambrientos de abracadabras. De hecho, no existe mayor pecado en el subgénero que una estafa que se ve venir.
Por todo esto, no puede resultar extraño que la trama de la sabrosa y muy entretenida Sneaky Pete sea tan enrevesada y densa. Entre los tecnicismos del negocio de las fianzas, el baile de máscaras identitarias y la cocción del gran golpe, uf, uno puede encontrarse más perdido que en una película de Aronofosky. Como me ocurre siempre, menos mal que mi mujer me reconducía el argumento que, si no, habría avanzado tan desnortado como en Legion, Boardwalk Empire o aquel último Milch.
A pesar de tener varios shows estimables y que han hecho ruido -la amarguísima Transparent o esa Goliath de la que me gustaría ver más- Amazon no ha terminado de encontrar aún su gran tiburón blanco. Sneaky Pete tampoco lo será. El regreso de Bryan Cranston a la televisión es ya, por sí mismo, un reclamo suficiente. Esta vez quedándose en segundo plano actoral y marcando paquete en la producción ejecutiva. Pero el empujoncito que faltaba para convencerme lo daba -como bien explica el amigo Álex Medina– el desembarco de Graham Yost como showrunner. Quienes hemos amado Justified hasta el mismísimo tuétano tenemos que darnos un garbeo por Sneaky Pete.
La mejor comparación que se me ocurre para describir la serie es un Justified+The Riches+The Sting. Es decir, ese humanismo en los personajes y ese cariño hacia la América periférica, un relato levantado sobre una suplantación continuada de la personalidad y, de postre, una venganza desplegada mediante un timo de largo recorrido donde en cada manga cabe más de un as escondido. Por eso es digerible la condensación de la trama. Por eso y por multitud de brillantes y ocurrentes secuencias de carterismo, engaño, estafa y baraja rumbera. Más allá de esos destellos a lo Houdini de bolsillo, como le ocurría al mejor cine negro, en Sneaky Pete el aroma se impone al misterio y las aristas dramáticas de los personajes nos hacen dejar en segundo plano las causalidades del argumento.
Ahí, el mayor escollo lo representa el piloto. A mí me costó un par de gintonics digerirlo. Como explica Sepinwall, la azarosa peripecia de producción de la serie (inicialmente proyectada como un procedimental para la CBS) provoca un piloto algo ortopédico, que engaña sobre sus intenciones a largo plazo. Si a esta prótesis le añadimos el arriesgado pacto de lectura -asumir la premisa de un nieto que regresa… ¡siendo otro!-, es lógico que haya espectadores en los que Sneaky Pete no cuaje.
A todos esos hay que gritarles que Sneaky Pete merece la pena. No hay que dejar que los conejos que el protagonistas se saca de la chistera -la inteligencia del protagonista es casi sobrenatural- nos impidan ver el bosque. Permítanle tres capítulos a la verborrea de Marius “Dedoslargos”, a la rotundidad de la matriarca Audrey (inmensa, as usual, Margo Martindale), a la mala leche de esa adolescente dulcemente perversa que es Carly, a la nostalgia profesional de la exnovia, a la sana bobaliconería del bravucón Taylor… Sin olvidar al malvado Vince, ese Goliath al que vencer. Su espeluznante monólogo del capítulo cuarto es de los que harán podio en las listas de final de año: Cranston es mucho Cranston. Y no, no se abusa de su presencia en la serie.
Con un elenco tan nutrido, es evidente que la mayor grandeza de Sneaky Pete es su capacidad para describir con nombres y apellidos dramáticos a una docena de personajes que pueden danzar sobre el cliché, pero jamás lo pisan. Hasta en el secundario más tontorrón se pueden rastrillar porqués y atisbar contradicciones, esa gasolina para el conflicto. Por eso la serie enamora. Por eso la doble alma de Marius/Pete queda habilitada para trasvasar emociones de un yo a otro.
No, Sneaky Pete no es una obra maestra ni inventa nada que no hayamos visto. Pero es una serie muy estimable, de las que entretiene con inteligencia y emociona suavemente sin artificio… justo en un entorno donde todo el mundo parece fingir las suyas. Por eso, el final de esta primera temporada, parece parafrasear a Stevenson cuando afirmaba que “las mentiras más crueles son dichas en silencio”. Porque Pete sabe que no es posible hacerse trampas al solitario. Menos cuando, después de la peripecia, es el corazón el que reparte las cartas.
Individuo Kane
Vi el piloto y me gustó. Pero no seguí precisamente por lo que señalas.
Así que voy a darle otra oportunidad y el sugerido margen de 3 capítulos.
Alberto Nahum
Ufff, jeje, qué presión me metes, Kane. Ya me dirás.
Flames
Recién acabada de ver SNEAKY PETE. Bien, no para tirar confetis por haber descubierto una nueva BREAKING BAD, pero bien. La he descubierto por tu artículo. Esperaba más sorpresas o vueltas de tuerca. Pero no me ha parecido mal la combinación de dramas familiares, líos de Pete y timos. Y queda la puerta abierta para nuevos líos y timos. Agradezco que no se haya alargado más de estos 10 capítulos. Bien, la he disfrutado.