Al establecer Mis Emmy o poner la tercera temporada de Breaking Bad por las nubes, varios comentaristas me echaron en cara que no situara Treme más arriba.
Palabra clave: realismo.
Por supuesto que los dos hermanos hacha en ristre no son realistas, como tampoco lo es el Anton Chigurh de No Country for Old Men o muchos de los sofisticados villanos de Hitchcock o Scorsese. No pretenden serlo. Pero admitamos entonces que el personaje de Omar, grandioso, visto con distancia, está más cerca del mito que del hombre; en la quinta, ¡hasta flirtea con Spiderman! Nadie se pone nervioso, tampoco, por los fallos de credibilidad de la quinta temporada de The Wire (¡esos jefes del periódico, ese fake de McNulty y Freamon!) y, sin embargo, le exigimos verosimilitud extrema a The Shield o Breaking Bad. Como he estudiado en un capítulo de este libro, el realismo de The Wire (y, como veremos, de Treme), es interesante y muy efectivo desde el punto de vista ideológico y político, no tanto desde el punto de vista estético. Una vez más: el duelo Omar-Mouzone-Stringer no es realista, sino mítico.
¿Por qué abro mi reseña de Treme con este apunte sobre el realismo y el mito? Porque, una vez más, parece que el realismo otorga un plus crítico que se le niega a otros productos. Y no siempre es mejor: El ala oeste es idealista, Six Feet Under onírica y Battlestar Galactica ciencia-ficción. Treme será mejor o peor no por su grado de realismo, sino por la profundidad de su narración, su dibujo de personajes y la calidad de los conflictos dramáticos que, nunca mejor dicho, orquesta.
Dispuesta la profilaxis, entremos en materia. Para mí, esta temporada de Treme ha sido un pelín inferior que la primera. La dejaría en un 8’5.
Es ya un tópico referirse a la poética de David Simon como “novelas televisivas”. Pero no es lo mismo la violencia social de Dennis Lehane que la magdalena de Proust. Al poner etiquetas, tendemos a olvidar que Simon no cabalga solo. La peripecia narrativa es la de un documentalismo sucio cuando aparea con David Mills (The Corner), adquiere músculo noir si Ed Simon es co-creador (The Wire) y se ajusta la camisa de fuerza con la escritura de Evan Wright (Generation Kill). En Treme, con Eric Overmyer a la grupa, Simon cabalga su obra más luminosa: un relato de reconstrucción y esperanza cocido a ritmo pausado. Muy lento.
Si The Wire era una tragedia, Treme es una epifanía:
La televisión nunca ha sido tan contemplativa como en este concierto de la HBO. Treme es una serie difícil, que lleva esculpido en los créditos la ya famosa arenga de Simon en su entrevista con Nick Hornby: “¡Que se joda el espectador medio!”. Pero su elistismo tampoco la convierte en una obra maestra. Hay críticos que, celosos de su parcela, tienden a sobrevalorar lo difícil, lo hermético, lo inaccesible. ¡Así se han llevado muchos con la televisión, despejada con el manotazo de “populachera”!
A mí Treme me gusta, incluso me apasiona en algunos fragmentos, pero no la suelo recomendar. Es, espero que se entienda, “antitelevisiva”. Y eso que la serie afloja cada vez más el corsé estético y se permite tanto escenas oníricas como algunas secuencias musicales de montaje. Pero, aún así, Treme se mantiene hermética a primera vista. También lo es, a su modo, la fascinante In Treatment. Pero incluso teniendo claras sus reglas del juego, las que impone una trama minimalista, Treme exhibe elementos discutibles, aspectos que no me convencen. Por eso la segunda temporada de Treme no está más arriba en mi ránking: no se trata de su elitismo, su complejidad, su ritmo pausado o su realismo. No: simplemente, Treme tiene fallos. Es una serie excelente, pero no redonda.
Mi mayor ñing-ñing hacia esta temporada tiene que ver con la arquitectura narrativa, ambiciosa y coral como los precedentes de Simon. A diferencia de la primera temporada, ha habido tramas que han ido muy por libre, desconectadas del resto de la colmena. La inclusión de Nelson Hidalgo (eficaz Jon Seda) parecía más un apriori ideológico que un personaje de carne y hueso. Es decir, viendo el patético final de su historia, en la que apenas ha interactuado con el resto de conocidos del barrio, Hidalgo ha sido un dispositivo narrativo para probar una de las críticas sociopolíticas que contiene la serie: el Capitalismo genera siempre corrupción.
No estoy en contra de que un personaje vehicule una idea, ni mucho menos. El extraordinario John Goodman de la primera se marcaba unos sermones de aúpa, pero su postura ideológica quedaba bien anclada en un personaje cuyos conflictos influían en Toni y su hija, hasta el punto de que su sombra ha determinado a ambos personajes en este segundo año. [En este ámbito, será interesante ver cómo manejan Simon y los suyos la catástrofe petrolera que, como anunció Sonny en esta escena, centrará las próximas temporadas. Porque ahí hay mucha miga… y está el riesgo de caer en denuncias moralistas simplonas].
Por cierto, la investigación “policial” de la Bernette también ha carecido de la fuerza emocional del año pasado, donde puso toda la carne en el asador para encontrar al hermano de Ladonna. ¿Abreu, qué Abreu? Lo más interesante de este córner ha sido la relación entre Toni y Colson, el jefe de policía que acaba su relación con un gesto silencioso tan trágico (un amor perdido) como heroico (una dignidad profesional ganada). Otro vaquero samurái.
Pero volvamos a la estructura narrativa y su dislocación. Desde una perspectiva más mundana, Jeannette -una mujer de belleza mineral- también ha roto la unidad en torno a Nueva Orleans, corazón de la serie. Sí, sí, ya sé que la morriña sobrevuela Nueva York, pero hemos gastado demasiado tiempo con un personaje que, fuera de su hábitat, resulta mucho menos interesante (bueno, tampoco es que la vuelta para salvar a su ayudante y ¡acabar liándose con él! fuera muy creíble). Además, en esa trama ha habido personajes tan maniqueos/estereotipados, por mucho que estén interpretados por cocineros reales, que uno se lo pensará muy mucho antes de beberse un Sazerac. Al lunático chef Brulard -el fulano ese de “escucha a tu pescado”- deberían denunciarlo por esclavista. Y por cursi.
Son los riesgos de jugar con la realidad. Como es conocido, muchos músicos se autointerpretan en Treme; incluso algún político local hace sus cameos, al igual que en The Wire. Eso a veces sale natural y otras veces por la culata. Porque lo real también debe acostumbrarse a posar ante la cámara… Suena paradójico, pero el exceso de realidad le ha jugado algunas malas pasadas a Treme, sobre todo con lo estirados que aparecen algunos músicos en las secuencias dialogadas.
Como veis, son algunos borrones en una temporada estupenda, pero no soberbia. A su favor ha tenido actuaciones de primerísimo nivel, como las de Wendell Peirce (un tipo que te anima la tarde con la sonoridad de su sonrisa) y Khandi Alexander. Ésta última ha enfrentado a su Ladonna con las consecuencias de una violación, llenando los ojos de rabia y el alma de desesperación y asco. Es una de esas actrices histriónicas que, cuando dan con un papel a su medida, viajan en preferente. Más problemas me ha causado la actuación del depresivo Clarke Peters, con su constante mueca 15-M, y la dulce Lucia Micarelli, una actriz amateur que reclama oficio en momentos trágicos.
Asimismo, las músicas siguen siendo una delicia, aunque he de admitir que me cansa el “bounce” de Macalary y los suyos. Como alivio cómico, el enérgico Steve Zhan es un terremoto; como líder de una banda, un desastre. Me quedo con el jazz y el acercamiento casi etnográfico a sus retos y ritos. A una forma de entender la música como vocación insobornable. Pura. Como salvavidas. De hecho, el asesinato de Harley (Steve Earle) al final del oscuro episodio 2.9. -no por casualidad escrito por George Pelecanos, uno de los grandes del noir americano- alcanzó el pico emocional de la serie en un entierro “típico”, con todos los músicos blandiendo sus instrumentos en señal de respeto. Al igual que ocurría en la secuencia de cierre de la primera temporada, la música da la vuelta a la tortilla y convierte la pena en alegría, el dolor en esperanza y el entorno en comunidad.
Por eso Treme es una serie tan positiva: porque reivindica el hogar mediante un canto, en todos los sentidos, a las gentes de Nueva Orleans.
watanabe
Lo primero, alegrarme un montón por tu vuelta al ruedo Blogeril. Lo segundo decirte que, aunque se echará de menos tu antiguo formato (especialmente el tipo de letra), este nuevo también está muy bien. Y lo último decirte que aunque no comparta tu opinión al cien por cien (a mí me ha ganado por completo esta segunda temporada de treme), sigue siendo un placer leerte escribas lo que escribas.
Bienvenido de nuevo, y enhorabuena por el peque.
MacGuffin
Bienvenido de vuelta, primero :).
Ahora, fíjate que yo he visto esta segunda temporada mejor que la primera, como mejor hilada, incluso a pesar de algunas líneas que no iban a ninguna parte (Nelson, Nelson). Lo de los cocineros, he leído que es todo bastante acorde con la realidad, y a muchos de ellos los he visto yo de jueces en Top Chef. Son gente reconocida que interpreta una versión ligeramente ficcionalizada de sí mismos.
satrian
Puede que haya sido algo más floja que la primera, pero poquito, a mí me ha parecido más redonda, no por perfecta si no por circular, el deambular de muchos personajes ha cubierto un ciclo bien argumentado y creíble, y como siempre la música, la cocina y las tradiciones han sido el mejor trasfondo para los personajes, personalmente me quedo con la chef ronin y sus cuchillos me encantó la analogía.
Hyde
Bienvenido, maestro. Te hemos echado de menos. A mí me ha encantado esta segunda temporada. Mi momento favorito fue el pequeño funeral con música que le organizan a Harley en el parque donde lo mataron. Es una canción de una belleza tremenda. La quiero en mi funeral!!! Abrazo fuerte desde Málaga
OsKar108
Que gusto da leerte, de verdad. Yo no creo que la pusiese por debajo de la primera, ambas me han parecido soberbias, y aunque es verdad que alguna trama se queda un pelín \”descolgada\” (Nelson Hidalgo, aunque acabe relacionada con el político para el que trabaja/ayuda Sofia) del resto, la sensación general ha sido tremendamente agradable.
¡Saludos!