No ha sido el mejor año de las paranas de Larry David, pero el estándar se mantiene vigoroso. La crítica le adora, pero era imposible alcanzar el perfecto cierre de la séptima temporada, aquel dos por el precio de uno tan delicioso.
Siempre nos quedará París, you know.
Ahora que la comedia (y, sobre todo, la teoría sobre la comedia) ha mordido la manzana de si la risa forma parte o no de la esencia del género, Curb Your Enthusiasm me sigue arrancando carcajadas XXL. A bote pronto, me vienen seis o siete gags memorables de esta misma temporada que acabó su octava entrega hace un mes. Larry liándose con una propalestina, Jeff y él ganándose el aplauso de la concurrencia de un restaurante de pollo, el glorioso final de la barra de pan humillando al listillo de Ricky Gervais, el blocaje a la tipa que quería colarse en una fila de gente esperando, el bamboleo/gustirrinín del coche, los tira y afloja con Michael J. Fox… y, ohhhh, un cameo del mismísimo alcalde de Nueva York en el desternillante último episodio.
Lo peor es que, a toro pasado, resulta muy difícil remontar el gag. No se pueden recrear las situaciones de este cómico neoyorquino y neurótico (¡vaya redundancia!) sin parecer un patán sin chispa. Porque hay dos claves que convierten la serie en un artefacto inimitable. Por un lado, se trata de un humor acumulativo. Esto no es exclusivo de Curb Your Enthusiasm, faltaría más, pero aquí se supera en un par de brazadas las características estructurales de la sit-com, un género que el propio David llevó al límite con Seinfeld. Curb se ríe de los cánones de escritura al hacer converger las historias de manera forzada, surrealista, incluso. La sorpresa es que el mecanismo funcione tan, tan bien.
Por otro lado, la factura de la serie es deliberadamente desaliñada, casual. Esto provoca un tipo de humor exagerado, bufonesco, donde la sofisticación del juego cultural (meta-Hollywood) se combina con el humor físico y la broma de saldo. Hay que agitar antes de usar, claro. Con escuchar la melodía de los títulos de crédito ya entienden de qué les hablo: un circo. Si a eso le sumamos, como explica Brett Mills en su seminal “Comedy verité“, que la mitad del sarao es una juerga improvisada, pues nos topamos con algo inaudito. Muy fresco.
Sin embargo, tanta frescura puede indigestarse. Ambas razones hacen de Curb Your Enthusiasm una propuesta de espinosa clasificación y, sobre todo, de difícil recomendación. Puedo animar a la peña a que entre en el “universo Larry David” y su simulacro del yo, pero muchos se echan para atrás al tercer capítulo, aburridos. El humor de cable es lo que tiene: entras o no entras. A mí me ocurre con It’s Always Sunny in Philadelphia, con Party Down o con la soporífera Bored to Death, por ejemplo.
Una cosa más. El humor televisivo como transgresión y ruptura. Un asunto apasionante… para el que me faltan lecturas. Larry David ha hecho girar esta temporada, más que ninguna otra que yo recuerde, en torno al humor sobre los judíos (Israel incluido). Ha sido punzante, divertido y, sin embargo, no he tenido la sensación de que traspasado ninguna raya; no resultaba ofensivo, aunque pisara varios callos. Muy lejano, desde luego, a chistes más desafortunados (y gratuitos) como el de Vigalondo. ¿Funcionan estas bromas por puro talento cómico en la construcción de las situaciones o, simplemente, porque él mismo es judío y eso le otorga una mayor “legimitidad”? No lo sé. [En todo caso, no debe de ser casualidad que los mejores chistes de curas católicos se los haya escuchado ¡a curas! y que los mejores bromas sobre judíos provengan de artistas judíos, ¿no?]
Aún más, dentro de Curb Your Enthusiasm: poner como aprovechategui y mentiroso a un tipo con parkinson funciona de vicio si tienes de tu lado, parodiándose a sí mismo y a su dolencia, a uno de los enfermos más famosos del planeta. Excepcional esta secuencia con Michael J. Fox:
Sin embargo, ya he leído quejas cuando Larry David ha merodeado otros temas “sensibles”, como un niño muy amanerado, al que no duda en tildar de “pre-gay” en el último capítulo. Me recordó a Ricky Gervais, el jefe de la tribu de incorrectos, que dispara a todo tipo de poderes y tabúes, no solo a los sospechosos habituales (Iglesia, derecha política, banqueros, judíos, WASPs). Recuerden los pasados Globos de Oro, dando patadas en la espinilla a sus anfitriones. Si la imprescindible The Ricky Gervais Show trata del despelleje cruel de su amigo Karl Pilkington, lo nuevo que está cocinando la factoría Gervais/Merchant tiene como protagonista a un enano.
David, Gervais, Louis C.K., Chris Rock… ¿hay límites para la risa? ¿Cuáles?
luisl
Con Larry David me muero de risa. Louis CK otro genio tambien.
Y Gervais ni hablar…
Mobius87
Amo a Larry, a Gervais, a los chicos de It´s Always Sunny in Philadelphia (dales otra oportunidad).
Y tengo muchas ganas de ponerme con Louis C.K.
Adoro este tipo de humor
juan
Supongo que el limite del humor es personal e intransferible,pero Larry,como autor,debería tener un cheque en blanco.Despues de tantas temporadas podemos llegar a pensar que conocemos un poquito a L.D.,en el fondo es buena persona,por eso creo que podemos pasar por alto,o permitirnos sobrepasar nuestro propio límite,con según que temas.¿Le aguantamos un chiste sobre negros?Si.¿Se lo aguantariamos,(el mismo chiste),a un confeso racista?,obviamente no.
Hay una \”broma de Louis C.K. en \”Hilarious\” en la que mezcla en una coctelera niños,sexo y muerte…..en fin,una autentica bomba.Pues yo,teniendo hijos,no pude por más que descojonarme…y me sentí mal por no sentirme mal.Todo muy raro
Minnie Mousse
Para mí lo mejor fue el niño gay del último episodio (lo de la(s) esvástica(s) es impagable). Mira que por lo general no me hacen gracia los niños pero este, qué pena no haberlo descubierto antes. Si hay una novena temporada, espero que lo cojan como personaje habitual.