Salvajemente divertida. Un incómodo regocijo. Oscura, oscurísima, pero sin pretensiones gafapasta. Al contrario: Review es una serie que se lanza a tumba abierta a por la carcajada -carcajada estruendosa, esto es, la provocada por la vergüenza ajena-, que ansía conquistar al espectador con la simplicidad de media hora de deleite surrealista y tronchante. Por mucho post-humor, por mucha sadcom, por mucho hermanamiento con la estirpe dolorosa de Louie o Bojack Horseman, ambas excelentes, Review es otra cosa. Juega a estirar la comicidad hasta el límite de lo soportable, pero no mediante la introspección, el comentario social o la subversión genérica, sino mediante el enaltecimiento del humor. En todas sus variantes: humillación personal, centrifugado del estereotipo, ironía británica, parodia abierta, slapstick, sitcom, gracejo absurdo, cinismo irredento, humor negro, mala baba… La misión de la serie es lograr que hasta tu vecino escuche tus risotadas histéricas.
Review le aplica un suave esguince al ya manido mockumentary para presentarnos un ficticio programa de telerrealidad donde Forrest McNeil se dedica a reseñar “la vida”. No películas, libros o series. No. Reseñar experiencias vitales que los espectadores quieren evaluar. Y hay de todo: desde cómo sería convertirse en un adicto a la cocaína, robar o matar a un hombre (sic)… hasta qué supone la experiencia de comerse 15 tortitas o dejar para después una tarea (procastinate). La premisa resulta bastante idiota pero, como la gran comedia, de la ejecución nace su grandeza, su lacerante e irresistible humor. Porque los creadores son unos funambulistas de la broma que no temen al más difícil todavía. Como acaba de estrenarse (¡gracias!) en Movistar Plus, no vamos a dar espoilers, pero digamos que en el primer tercio de la primera temporada ya le meten una patada al tablero que redefine cualquier noción de estructura. Con el mismo coraje, el protagonista zarandeado y apaleado de la primera entrega… asistirá a desventuras aún más crueles en su perfecto, histórico, segundo año (hasta la rueda de prensa anunciando el regreso, tras el infierno de la primera, es hilarante y condensa todas las virtudes de la serie). Anticipo que la segunda season finale es de los 30 minutos cómicos más redondos que he visto nunca…
¿Cómo consiguen tanto esplendor? Pues primero mostrando a un genial Andy Daly (lo he aupado a mi podio en los dos últimos años), un actor capaz de transmitir ingenuidad, bonhomía y ese punto psicópata que le hace colocar la excelencia profesional por encima de todo. Un pirado de su propia obra, vamos. No es solo la ingente cantidad de registros puramente actorales que le reclaman sus “críticas de la vida real” -desde hablar con acento irlandés hasta hacerse con la jerga queer-, sino cómo la bisagra entre el inquebrantable compromiso con su programa y el desmoronamiento de su vida íntima le desgarra el rostro, el habla y hasta la cordura (los episodios 1.3. ó el 2.10. son auténticas obras maestras en este sentido). Algunas de las breves respuestas que el personaje encarnado por Daly nos regala tras conocer en plató tal o cual petición de review son para enmarcar, puesto que parten de un círculo imposible de cuadrar: el de aplicar la lógica a un programa cuya propia premisa es insana.
Como es lógico, Daly va cosido al personaje de Forrest McNeill, un tipo en el que los críticos culturales pelmas verán la encarnación del workholic, incluso, apurando su Derrida on the rocks, hasta se lanzarán a por el esclavismo en el neoliberalismo cotidiano en la masculinidad herida de Occidente (sicsic). O alguna catarata similar al estilo Divertirse hasta morir. ¡Chorradas! Simplemente: es un tipo que sacrifica sus nobles intenciones por una ambición mayor. O, como sintetiza con brillantez Consulting Writer: “Su opinión ética personal está sometida al bien superior: el Programa”. Y, claro, con esos mimbres su celo profesional es propio del nido del cuco.
Nos bastaría con describirlo como un WASP aseado, urbanita, con carita de bueno y raya en el lado, de esos que vista chaqueta y corbata en su empeño diario. Ahí radica que en ni un solo segundo perdamos la empatía con un señor que, en el fondo, está como una puñetera regadera. Pero los locos son los que más en serio se toman a sí mismos y ese -bien aprovechado por el impagable “productor villano“- es uno de los motores cómicos de Review. Además, en esta dualidad entre profesión y vida es donde el mockumentary habilita un ocurrente y demoledor auto-comentario, que echa continuamente limón a la herida que se abre entre el deber (su programa) y el querer (su yo).
Unos secundarios muy salaos y la chispeante imaginación por parte de los guionistas para proponer reseñas de la vida cotidiana de lo más alucinado hacen el resto. Aunque, qué más da, incluso cuando los retos son triviales la serie logra imprimirle un punto de melancolía (los segundos pancakes), de divertida contradicción lógica (el “Aching” del 1.7.) o de despiporre existencialista (la bola mágica del 2.8.), de modo que cada experiencia crítica se convierte en un festín para los abdominales. Si a esta premisa disparatada, y a esta solvente originalidad en la puesta en escena le sumamos un relato acumulativo, que guarda memoria de las consecuencias de las desgarradores acciones anteriores, la foto-finish nos regala una serie gozosa, un cachondeo como no recuerdo haber disfrutado desde la versión británica de The Office, esa perfecta comedia televisiva.
Y eso, eso son palabras mayores, que nunca deben decirse a la ligera.
Seriálicos Anónimos
Reconozco que me he reído varias veces, pero esta serie, de cómica roza lo cruel. Como bien dices, te ríes de la vergüenza ajena, pero, en mi caso, cuanto ésta es absurda o ingenua…cuando es cruel o estúpida, a mí, no me divierte. Pero lo cierto es que muuuuuuuuuuuy original y plantea temas que, parece absurdos, pero se dan…
Me ha gustado tu crítica Nahúm, tal vez me anime a volver a verla \”a través\” de tu visión! Aúpa ahí!