Si mezcláramos The Big Bang Theory con Entourage nos saldría algo muy parecido a Silicon Valley (HBO, 2014-), una descacharrante comedia que se consolida con su quinta temporada. La premisa, con un GPS muy preciso, es sencilla: un grupo de geeks trata de desarrollar un software revolucionario en uno de los entornos emblemáticos de nuestra era, esa California soleada y enérgica donde moran Google, Facebook o Apple. Esto implica, de entrada, un choque de mundos clásico en el ámbito de la comedia: lo que se conoce como el “pez fuera del agua”. Ver boquear a este puñado de jóvenes informáticos –entre inadaptados y bobos– echando los dientes entre extravagantes directores ejecutivos, financieros despóticos y aprovechateguis varios es garantía de carcajada continua.
Además, la serie captura con gracejo el sabor de las grandes empresas tecnológicas. Desde sus “incubadoras” de ideas hasta el colorista diseño del mobiliario, pasando por la retórica de la genialidad de garaje o la jerga informática. En este sentido, Silicon Valley propone, aunque sea de costado, un retrato sobre la ambición. Más allá de coñeos, bromas y fumadas, la trama nos permite contemplar cómo se construye un sueño. Eso sí, con la mirada mareada ante tanto genio patoso, peña tan hábil en meter la pata como astuta en sacarla.
Con sus actualizaciones, la trama no deja de ser la enésima variante de David contra Goliath aplicada al sueño americano. Sin embargo, como le ocurre a Veep, su compañera de andanzas en la HBO, el comentario social es más un dispositivo cómico que una crítica ideológica. Aún más, parte de la originalidad de Silicon Valley descansa en la ortodoxia: nadar a contracorriente de la comedia de cable, aquella que empujaba los límites hasta perpetuar sonrisas heladas y aventurar contorsiones genéricas. No. Al contrario. En Silicon Valley todo resulta más convencional: la sátira es comestible, la estructura clásica y la ambición puramente lúdica. Es decir, practica un humor ingenioso sin necesidad de corrosión ni tabú. Las bromas sexuales suelen concluir en antiheroísmo de pandereta y las collejas raciales, además de sufrir el efecto boomerang, apenas raspan la corteza. Quizá por eso se está consolidando como una serie tan robusta: porque hace reír desde el minuto uno, con agudeza, sin agendas ocultas ni pirotecnias estéticas, abrazando una narrativa que apuesta por la temporada como unidad de sentido.
Para que una jugada así funcione es necesario un guión solvente y unos actores finos, que sean capaces de intercalar el habla cachonda (Erlich), la gestualidad irónica (Gilfoyle), el estereotipo profesional (Gavin Belson, Big Head) y un punto slapstick para el cuerpo a cuerpo (Richard… habitualmente en los momentos en los que debería demostrar más templanza). Thomas Middleditch destaca como protagonista, con una vis cómica que descansa sobre un extraño equilibrio entre nerviosismo físico y competencia intelectual. En torno a él, la banda de secundarios es de aúpa, tanto que se le puede aplicar ese cliché tan manido de “la química” que comparten entre ellos y que transpira la pantalla. Tras la muerte, en la primera temporada, de Christopher Evan Welch (que interpretaba a un divertido y contradictorio visionario, al estilo de los Gates, Jobs y cía), el secundario más celebrado, dado lo fanfarrón de su personaje y el porteño desfase entre lo que dice que vale y lo que realmente vale, ha sido T.J. Miller, muy divertido en sus excesos y suaves incorrecciones políticas. Sin embargo, para hacer justicia a la serie habría que destacar la siniestra lealtad canina de Zach Woods, la mala leche constante del imperturbable Martin Starr o las apariciones ocasionales de Andy Daly (un médico guasón y extrasincero) o Matt McCoy (un abogado de pasado vicioso y felón).
Por su parte, la escritura es acumulativa y mantiene un envidiable sentido del ritmo, clave en cualquier comedia, salpimenta las habituales bromas con giros puñeteros que multiplican su impacto (como el de Jared perdido en medio del océano o Richard siendo abofeteado por un niño) e, incluso, se permite cliffhangers al final de cada año.
Silicon Valley es, en definitiva, una serie inteligente, pero que no se afana en demostrarlo cada minuto. Al revés: se disfraza de sonrisa inocente para enseñarnos que, tras el éxito, la innovación y el genio… no hay más que un hombre –como nosotros– tropezando una y otra vez con la misma puñetera piedra.
Flames
Me encanta esta serie. No sé si decir que la cuarta temporada bajó un poco el pistón, pero es que era difícil mantener el ritmo y la desaparición del “iluminado visionario”.
Y ya me he hecho a la idea de que nunca van a triunfar del todo, siempre se tuerce algo que da pie a más situaciones hilarantes. Los personajes y los actores son insustituibles. Espero ansioso esta 5ª temporada. Me alegrará la primavera.
Flames
Pues vista la mitad de la 5ª temporada de SILICON VALEY…… un poco desilusionado. No sé si la falta de Elrich es lo más importante…. pero suceden muchas menos cosas y con menos personajes. Ha perdido la magia. Pero sigo adorando a los personajes.
Y ya puestos comentar algo…aprovecho para hablar de la experiencia deliciosa de haber visto OFICINA DE INFILTRADOS en sus temporadas 1, 2 y 3.
Y me queda por ver WILD WILD WEST esperando lo mejor.
Flames
Perdón, WILD WILD COUNTRY.
Alberto Nahum
Jo, Flames, llevo un retraso potente en muchas de las series. Sobre todo las nuevas. Pufff. La vida da para lo que da, amigo. Más estando fuera.
Flames
Ya me imagino. Ánimoooooo.
Seriendipity
Esta serie de tv es cojonuda! La sigo desde que la estrenaron empezaron fuertes en las primeras temporadas y luego fueron perdiendo fuelle pero todavía espero que remonten un poco. Y esto por si os interesa su merchandising friki
“Erlich for president”
Un saludo