Estamos asistiendo al fin de una época.
Dentro de unos años recordaremos con melancolía el rito del visionado colectivo: el hambre nerviosa antes de una nueva temporada, los madrugones ansiosos como las de un niño en la mañana de Reyes, las lecturas post-capítulo para desentrañar tal o cual escena y el diálogo semanal enhebrando teorías y reordenando conflictos. El visionado colectivo ha sido una de las puntas de lanza de la edad dorada de la serialidad. El fenómeno de las series también ha sido el de su recepción: una suerte de comunión global.
Ahora la teleficción ha muerto de éxito, como ocurre con todas las grandes victorias culturales. Esto, en sí, no es ni bueno ni malo, pero sí diferente. La última temporada de Game of Thrones será la gloriosa despedida de una forma de consumir series.
Esta nostalgia anticipada es la que me ha animado -la emoción no solo anima, ¡obliga!- a recuperar la reseña semanal. Es algo que solo he acometido una vez, con aquella vibrante última galopada de Walter White. Las intrigas y épicas de los Siete Reinos se merecen una despedida similar. Así que cada lunes o martes, aquí tendrán ustedes mis reflexiones sobre el capítulo.
Ya advierto a todos los winterfans de que no puedo competir con ellos: ya me huelo los comentarios indignados porque me he equivocado al conjugar la tercera persona del plural valyrio o no he recordado con precisión aquel nimio detalle de hace siete años. ¡Qué le vamos a hacer!
Para inaugurar esta despedida, la buena de Tatiana Carral (la jefa de prensa de HBO España) me ha invitado al pedazo de sarao que han montado el domingo por la noche en los cines Capitol (calle Gran Vía, 41). Una delicia que durará desde las 20.30 del domingo hasta la emisión, en directo y en pantalla grande, del principio del fin. Lo detallan todo en la imprescindible web Los siete reinos.
En mi caso, mi labor de telonero comienza a las 00.30, en la mesa redonda “Ocho años de hielo y fuego”. Se podrá seguir todo por streaming aquí. Modera la polifacética Elena Neira y compartiré mesa también con uno de los mejores escritores de crítica cultural (Toni García) y la khaleesi de la blogosfera seriéfila (Marina Such). Un clásico de estos guateques es la posibilidad de desvirtualizar a lectores. Tiempo hay, desde luego…
Porque esto -¡esto!- se acaba, por muy poéticos que nos pongamos.
Fin y principio (Wislawa Szymborska, 1993)
Después de cada guerra
alguien tiene que limpiar.
No se van a ordenar solas las cosas,
digo yo.
Alguien debe echar los escombros
a la cuneta
para que puedan pasar
los carros llenos de cadáveres.
Alguien debe meterse
entre el barro, las cenizas,
los muelles de los sofás,
las astillas de cristal
y los trapos sangrientos.
Alguien tiene que arrastrar una viga
para apuntalar un muro,
alguien poner un vidrio en la ventana
y la puerta en sus goznes.
Eso de fotogénico tiene poco
y requiere años.
Todas las cámaras se han ido ya
a otra guerra.
A reconstruir puentes
y estaciones de nuevo.
Las mangas quedarán hechas jirones
de tanto arremangarse.
Alguien con la escoba en las manos
recordará todavía cómo fue.
Alguien escuchará
asintiendo con la cabeza en su sitio.
Pero a su alrededor
empezará a haber algunos
a quienes les aburra.
Todavía habrá quien a veces
encuentre entre hierbajos
argumentos mordidos por la herrumbre,
y los lleve al montón de la basura.
Aquellos que sabían
de qué iba aquí la cosa
tendrán que dejar su lugar
a los que saben poco.
Y menos que poco.
E incluso prácticamente nada.
En la hierba que cubra
causas y consecuencias
seguro que habrá alguien tumbado,
con una espiga entre los dientes,
mirando las nubes.
Flames
¡Qué nerviooooos!