“Samwell Tarly. Asesino de caminantes blancos. Amante de damas. ¡Como si necesitáramos más razones para convencernos de que el mundo se acaba!”.
El coñeo de Dolorous Edd -el momento más simpático del capítulo- se puede leer, de rebote, como síntesis del mayor problema de este rutinario “A Knight of the Seven Kingdoms”: la redundancia. Porque el de anoche ha sido un episodio donde se ha telegrafiado hasta el mensaje más nimio. En todo momento se emplea la mayúscula y se remarcan los signos de exclamación, para que nadie se extravíe antes de la madre de todas las batallas.
Este simplismo narrativo y dramático genera urticaria entre quienes aún consumen Game of Thrones con “nostalgia HBO“(*). Y con razón. Llevo un par de años -desde que cambié el chip de lo que le pedía a la serie- debatiendo sobre el pacto de lectura con algunas de las mentes seriéfilas más lúcidas (Consulting Writer, Alex Medina). Al final de la cuarta temporada me deshice de las gafas de pasta para poder comprarme palomitas en cada episodio. Sí, sí, ya sé: calidad y entretenimiento no tienen por qué estar reñidas; por eso sigo usando gafas siempre, pero sin montura. Porque el énfasis es distinto. Las convenciones y expectativas del arte y ensayo difieren de las del blockbuster, por visualizar los extremos. Si ver crecer la hierba en Rohmer es una delicia, en el universo Marvel sería un crimen. Del mismo modo, como espectador le reclamo placeres muy distintos a Rectify o The Americans que los que le solicito al fuego y el hielo de los Siete Reinos. Pues bien, incluso para las anteojeras que llevo años aplicándole a la serie, este 8.2. me ha parecido especialmente flojo. Insípido. Dejar gotear el colmillo y acumular adjetivos descalificativos atestados de consonantes sería la salida fácil. Frente a la crítica destroyer escrita a vueladragón, aquí va mi argumentación a pie de pista.
(*) Por “nostalgia HBO” me refiero a la justificada etiqueta que, durante la eclosión de la Tercera Edad Dorada de la televisión, se le atribuyó al canal de The Sopranos, The Wire, Deadwood, Carnivàle o Six Feet Under. Con alguna excepción, el nivel de los dramas de la cadena demandaba mucho al espectador, no solo por la densidad narrativa -algo que sí mantiene GoT-, sino por la ruptura de convenciones dramáticas o la complejidad moral de las historias. Esa pulsión exigente hace años que se ha ido desvaneciendo de la serie de Benioff y Weiss. Por medirlo en términos seriéfilos: Game of Thrones ha acabado teniendo más paralelismos con el populismo new age de True Blood que con el elitismo sociopolítico de The Wire.
La semana pasada defendí la idoneidad de “Winterfell” (8.1.). Frente a otras series que atacaban el inicio de su última temporada a tumba abierta (Breaking Bad y The Shield como máximos exponentes del vértigo), Game of Thrones apostaba por seguir aventando el fuego del clímax, por escuchar la calma antes de la tormenta. Dado tanto el gigantesco caudal narrativo de la serie como la esperable Gran Batalla, la decisión creativa estaba justificada y la semana pasada hizo un buen trabajo al reagrupar las piezas y recordarnos el qué, el quién y el dónde. A priori, si esta semana no empezaban los guantazos, que “A Knight of the Seven Kingdoms” se centrara en el cómo y el porqué, también cuadraba. El temor y el coraje ante la muerte segura, las últimas voluntades, esas cosas que nunca te dije, los ritos de la despedida, los brindis últimos, los hermanos de sangre, el Bella Ciao… Todo el capítulo es el “Adiós, querido camarada”, que cantaba Walt Whitman en su poema épico.
Pero lo que funciona sobre el papel no ha contado con una ejecución a la altura. Y aquí es donde la progresiva “domesticación” de la serie da la razón a sus críticos más acerados. Plano, carente de emoción, previsible. El episodio se jugaba su gloria dramática en pequeños momentos íntimos, en miradas lancinantes, en temores que el noble ardor guerrero conjura. Sin embargo, todo ha resultado más burocrático. En una serie que durante años ostentó la ambigüedad por bandera, apenas ha habido una mirada (¡una sola!) en la que el espectador pudiera detectar cierta doblez: la de Jaime ante una respuesta de Bran sobre el Rey de la Noche.
Sin duda, el episodio ha ganado unidad narrativa, puesto que se ha centrado en Invernalia. Pero, a cambio, se ha esfumado la parte canalla del relato: la fementida Cersei, el lunático Euron Greyjoy, el engendro montañés… Ni siquiera el último reducto anfibio que puede quedar cerca de los Stark (Lord Varys) ha exhibido su lengua viperina en estos 55 minutos. El George R.R. Martin original y los primeros compases de la serie desayunaban fuego valyrio mezclado con mucha mala leche agria y, claro, con esa dieta salvaje lo mismo se permitían violar niñas de 12 años que degollar protagonistas. Ahora todo ha quedado mucho más dulzón, agradable al paladar. Pero, incluso, el nuevo pacto de lectura puede caer en la hiperglucemia. En el sentimentalismo de cliché.
Por ejemplo, Arya. ¿Es necesario el peaje amoroso -sembrado convenientemente la semana pasada– para esa máquina de matar y vengar? ¿Y esos ojitos entre Sansa y Theon? ¿Qué otras habilidades esconde el inagotable y ahora cantarín Podrick en su chistera? ¿Basta una suave palabra de Ser Davos para convencer a la niña más belicosa de todo Poniente? ¿De verdad que -más allá de las delicias para los Cultural Studies, tan atentos a lo anecdótico- Brienne de Tarth va a desmembrar más caminantes blancos con su nuevo estatus legal? Son aspectos de la trama forzados, sin enganche orgánico con el esqueleto narrativo.
No obstante, lo que más ha lastrado el capítulo ha sido la insistencia en la repetición. Tradicionalmente, la serialidad ha empleado diversas estrategias retóricas para refrescar eventos y detalles al espectador. Pero hace tiempo que, sobre todo en el cable y en la era del streaming, las reglas han cambiado. No solo porque existe el “fandom forense” (Mittell) que examina cada escena hasta el paroxismo, sino porque el visionado global es, de por sí, mucho más activo y las tramas horizontales más compactas, en forma de flecha. A estas alturas de un relato tan adictivo y tan comentado como Juego de tronos, puede tener sentido la exposición para plantar una semilla o recordarle al espectador hechos muy concretos; pero supone un desperdicio gastar tinta para describir el elefante en la habitación… del que todo el mundo ya habla. Por ello, repetir por enésima vez que Sam mató a un caminante blanco o que Tyrion Lannister ha perdido su astucia parece innecesario. Ahí es donde el capítulo ha hecho más bola: apenas ha proporcionado nueva información. Si acaso -y tampoco es una novedad- la referencia explícita a que los muertos pasan a engrosar las filas del Ejército de la Noche, con lo que no es descartable reencontrarse, la próxima semana, con viejas caras conocidas en plan zombie.
El mayor ejemplo de este defecto de la redundancia radica, de nuevo, en dos momentos que la semana pasada se intuían espinosos y que hoy se han resuelto con el piloto automático, es decir, como mera repetición sin consecuencias. El primero: Jon Nieve se sincera con su amada -donde no solo le explica que están zumbando incestuosamente, sino que, ay, la herencia del trono da un giro de 180 grados- y el relato lo ha abordado con un rutinario punto y seguido. El segundo: Bran y Jaime hablan y, salvo por una mirada, la cosa se queda en un “pelillos a la mar”, como quien deja una partida a medio porque se ha quedado sin tabaco.
No hay duda, en todo caso, de que ambas relaciones aún ostentan mucho potencial de conflicto en el futuro. Pero mi argumento es que, dada la importancia capital de ambas escenas y su previsible impacto emocional y hasta político en la historia, el relato pedía desarrollarlas con mucha más electricidad. El plano que cerraba el 8.1. reclamaba, cuando menos, algunas chispas. Y, sin embargo, los creadores se obstinan en mantener a Bran como un personaje mecánico -¿padecerá alexitimia el chaval?-, que funciona como un dispositivo que distribuye información caprichosamente, según convenga desatascar la trama a los guionistas.
“Nuestro enemigo no se cansa, no se detiene, no siente”, clama Jon Snow. Lo que le ha faltado al capítulo de hoy ha sido justo la otra cara da la moneda: reflejar mejor el cansancio, la parada y fonda, y los sentimientos profundos de los héroes. De quienes van a morir. Porque la despedida antes del apocalipsis -del que ya se escuchan sus trompetas- es la verdadera medida del hombre. De su complejidad, de su contradicción, de su grandeza. De todo lo que lo aleja de la muerte.
(Ilustración de Javier Ezcurra)
“Adiós, querido camarada, / Has cumplido tu misión; pero yo, más guerrero / yo, y esta alma mía combativa, / empeñado aún en nuestras campañas / por caminos desconocidos llenos de emboscadas, flanqueados de enemigos (…) / seguimos marchando, siempre adelante / seguimos haciendo la guerra”.
Porque Walt Whitman sabía que las batallas se pierden con el mismo espíritu que se ganan… y que nada más bello puede ocurrir que la muerte.
Como la que acecha ahora mismo a Poniente.
carlosrisu
¡Maravilloso! Hacen con nuestras expectativas lo que les da la gana. Dedicar una vida entera a escribir libros para esto. ¡Los muertos somos nosotros!
Jose Valdes
Totalmente de acuerdo, se esta almibarando en exceso la serie. JDT no era esto, era un mundo lleno de hijo putas traicioneros, carentes de escrúpulos, asesinos, violadores, sedientos de poder, de sexo, de sangre, donde la puñalada trapera por la espalda era el lenguaje principal.
En el JDT original de Martin, el Matarreyes no podría ir a Invernalia tan pancho y ser indultado en 2 minutos.
Tyrion, otrora mi personaje favorito, es el vivo ejemplo del cambio, ha pasado de ingenioso libertino, putero y borracho, a adalid de la honradez, la bondad y la justicia, sus frases antes eran brillantes, me aburren todas sus líneas de diálogo actuales (no escritas por Martin, intuyo).
Esto huele mas a LOTR que a JDT, faltan Frodo y los hobbits para joderla del todo.
Javi Ezcurra
Bien, también estoy de acuerdo en que la ‘hijoputez’ a metamorfoseado en una decepcionante, por ahora, mariposa cuyo vuelo es más propio de una frío y mecánico aeroplano que de este insecto para el que queremos una lengua de camaleón; que la engulla y estrangule como ocurría en ese tipo de momentos en los que hipnotizados mirando una mano, la otra nos daba en la cabeza para dejarnos repentina y finalmente con un mal sabor de boca antes de fundirse en negro y aparacer los créditos finales. Pero, por otra parte, ¿qué mejor muestra del terror, del pánico que bloquea, del mayor miedo posible por una muerte inminente en forma de frío y oscuridad para la cual ninguna valentía sirve? ¿no es este un capítulo, quizás, para desmontar esas vacías heroicidades patrióticas propias de ‘Love, Death and Robots’ que a ese prototipo del-buen-soldado suele poseer al grito de ‘huid vosotros que yo os salvo sacrificando mi vida’? Pues no; no creo que sea esa la intención, y se trate por mi parte de un simple querer ver cosas que puedan excusar un sobrante capítulo incrustado para sumar uno más siguiendo con el climax consentido del anterior…
Javi Ezcurra
Y olvidaba escribir que, en esos momentos de angustia, de mearse encima o lo que sea como cuenta Robert Baratheon en la primera temporada, en esos instantes de saber que todo se acaba… puede que la reacción más humana y real fuera el necesitar sentirse perdonado, querido, arropado de alguna forma, como parecen mostrar cada uno de los odiados y amados personajes que van agrupándose en forzados corrillos. Pero todo eso huele al almíbar del que habla J. Valdes… y no es muy propio de este GoT que nos ha acostumbrado a barnizarse con hiel, sangre y alcohol. Y hielo, que llegue el hielo.
Flames
Jo; estoy muy de acuerdo con todo. Este capítulo ha sido el más prescindible y almibarado de toda la serie y de muchas otras. Si bien el capítulo 8×01 podía ser necesario para aposentar a los personajes, los 50 ‘ del 8×02 han sido “redundantes, “han hecho bola”, etc. como bien apuntas. Y todo eso sabiendo que el final de temporada iba a tener que ser trepidante y no podía sobrar nada.
O quizás por eso, porque todos los hilos, tramas, dobleces, etc. no van a poder resolverse….. más que con mato al personaje y se acabó. 7 temporadas tejiendo un tapiz y se van a tener que cortar cabezas sin dar muchas explicaciones. Por eso el ponerlos a cantar, beber, etc. antes de morir, sea la única forma de prepararnos para finales bruscos.
Pero en cualquier caso va a estar más cerca de MARVEL que de Juego de Tronos.
Flames
Las tildes mal puestas me las perdonáis; son las prisas.
Alex Medina
Muchas gracias por la mención… la verdad es que me pilló fuera de casa el capítulo y no quise verlo de cualquier forma, por lo que no lo vi hasta el viernes pasado… y no te he leído las dos entradas hasta hoy. Y sí, el capítulo dos es tirando a flojo. El más flojo de esta temporada. Entiendo lo que quiere buscar, que es la calma antes de la lucha, el ‘mañana en la batalla piensa en mí’ porque luchas por algo y ese velar armas que debe escalar la tensión y recordarnos por qué nos caía bien Pod o quién era Ed (¿desde cuándo no salía el primero?)… pero derrapa en la forma de hacerlo. Sin gracia, sin filo y demasiado obvio todo. Redundante, como bien dices.
También entiendo que, tras el primer capítulo que se dedicó un poco a recolocar los personajes en el tablero de la guerra de tronos ‘política’, aquí quisieron darle vuelo a los guerreros puros y duros, que son los que ganan los tronos en el fango. De ahí esas confidencias de salón, ese exceso de Jamie (el personaje más ‘caballero’ a la usanza salvaje de este mundo concreto), esa Arya que seguro que llevará niño en su vientre (cuando vi que el primer plano de un protagonista de la temporada final fue para ella, pensé que ella será la reina… ahora, tras su intervención de salvadora en el 3 pienso que ese era su destino… si bien, también es justo lo que le daría la legitimidad de ser la reina, ya que matar al rey de la noche no es cualquier cosa… pero eso son juegos de guion y también todos creemos que será ella quien mate a Cersei justo cuando parezca que la de los ojos verdes ha ganado… y quizá ha matado a Jon o Dany por el camino)…
En cualquier caso, y pese a que sigo con espíritu palomitero, la falta de profundidad del segundo capítulo es el reflejo de lo que ocurre con toda la serie desde que abandonó la manita de los libros. Se volvió previsible (no recuerdo que haya muerto ningún personaje realmente de forma sorprendente desde entonces: todos, incluida la nómina mortal de este 3, son más que esperados, el equivalente al compañero graciosillo del detective atormentado en una peli de crímenes). Todo esto me hace temer que el final sea demasiado complaciente (gana Dany, vamos). Aunque más allá de quién se siente en el trono (la serie ha sembrado para dar y quitar razones a media docena de personajes de los que viven aún y no sería raro ni contraproducente ninguno de ellos), lo que más temo es la pérdida de imaginación argumental y guionística a estas alturas. Normal, por otra parte. Una pena, en ese caso. Y hasta que eso suceda (ojalá que no), pues capítulos como el 3 se disfrutan y escenas como la de la biblioteca (una especie de corto de terror puro en mitad del caos) o esa relación entre Sansa y Tyrion nos demuestran que todavía se pueden disfrutar de requiebros que elevan por encima del show business al uso toda la trama.