(El espectacular cartel que me ha hecho el ilustrador Javier Hueto, en exclusiva para el blog)
En la premiere de la HBO ya dije que esto era el canto de cisne de una era. Y lo mantengo. Una comunión colectiva y semanal será muy difícil que vuelva a adquirir el calibre de Game of Thrones. Habrá muchos fenómenos populares, sin duda, pero en esta era post-televisiva dudo mucho que una conversación global, procesional, vuelva a repetirse. Ya no nos marcarán el ritmo de visionado como hasta ahora.
También por eso, por nostalgia anticipada, he querido recostarme en la reseña semanal. Un último gesto de amor. Me ha emocionado contribuir, humildemente, al diálogo sobre la serie, sobre sus logros estéticos y narrativos.
Seré claro: creo que ha sido una temporada fallida, una de las más flojas dramáticamente hablando, pero que se ha beneficiado de la agonía de la clausura. La cercanía del final afila cualquier dramatismo, aunque sea por derribo. Estrictamente, me han decepcionado profundamente dos episodios, me han gustado mucho otros dos y la pareja restante, bueno, ahí han estado, como diría Indurain, con momentos brillantes y otros frustrantes.
Por supuesto, me apena que una serie que podría haberse despedido por la puerta grande, haya hecho mutis por el foro. Como tantas veces, el gran problema han sido las expectativas. Estábamos obligados a tenerlas muy altas: tanto ruido mediático, tanto estudio sesudo, tanto fandom forense… Así, cualquier valoración por debajo de la obra maestra se consideraría un fracaso. Lógico.
En este sentido, uno de los aspectos intelectualmente más apasionantes ha sido observar el abismo crítico entre amantes y zurrantes de la serie. Como razoné en el 8.4., “la verdadera batalla crítica en #GameofThrones no será por el trono de hierro, sino por el pacto de lectura”. Lejos de mí esgrimir la superioridad moral del centrista -que, en tantas ocasiones, es una burda excusa para no mojarse-, pero creo que la posición desde la que uno consumía la serie resultaba clave para su juicio estético. Para mí, como he repetido a lo largo de este año, Juego de tronos era un producto escapista, de infancia recuperada. Y del que, por tanto, no aguardaba grandes hallazgos televisivos ni narrativos. La abordaba con un goce sensorial, que no me hiciera trabajar demasiado desde el punto de vista cognitivo, aceptando amplitud en el dichoso pacto de lectura. Por eso, por ejemplo, no le busqué tres pies al saurio cuando Drogon castiga la ambición humana, empaquetando la moraleja de la serie. Y por la misma comodidad espectatorial me parecía que se sacaban de la chistera determinadas cuestiones religiosas que de repente se antojaban clave; porque para integrarlas había que haber tomado notas en una conversación metafórica de un pasillo lateral del último torreón de Desembarco del Rey en un capítulo de la temporada uno. Mi entrada al texto era esa: la de un espectador medio y palomitero, y así he tratado de analizar la serie; de ahí que me gustaran tanto el primer cuarto y el último tercio de la finale… y me hiciera revolverme en mi asiento toda la pamema política, tan excesivamente simplista a pesar de su grandilocuencia impostada.
Son muy legítimas otras posturas más allá de la centrista. El fan que adora el relato (y que, en ocasiones, también ha leído los libros, por lo que su familiaridad con el universo Martin es mucho mayor) siente un enganche emocional y maneja tal nivel de detalle que le resulta más fácil enhebrar continuidades y encontrar respuestas. Acomodar incoherencias y regar lo que a otros nos parecen secarrales narrativos. Tienen más recursos para ello y, sobre todo, su maquinaria interpretativa va en esa dirección. Acudirá al género, al backstory, a un detalle nimio de la primera temporada, a lo que sea para generar sentido. ¡Pero es que así es cómo funciona cualquier encuentro con un texto! Por eso, aunque difiera -precisamente porque yo contemplo la serie desde otro ángulo- no se le pueden poner muchos peros a esta impresionante crítica de Fantantonio. Él pone el énfasis -de manera muy brillante- en cuestiones que para mí son secundarias y, a cambio, cita de pasada problemas que a mí se me hacían gigantescos en el episodio. Yo la encontré una cagada mayúscula, pero, dentro de una lógica estética determinada, me parece argumentalmente respetable defender la intolerable oscuridad de la “La larga noche“… para transmitir sensación de caos y desorientación en el espectador, poniéndole en el lugar de los personajes.
Algo similar pasa con los haters. Uno es muy libre de ulcerarse despotricando contra algo a lo que le dedica tanto tiempo de su vida; si con la de series buenas que existen decide seguir mortificándose, allá él. Bueno, rectifico: no me gusta la palabra hater, puesto que les confiere una intencionalidad moral que, honestamente, me niego a manejar cuando hablamos de series de televisión. Es como quienes se tiran todo el día sufijando como “-fobos” a quienes, simplemente, no demuestran pasión por las mismas cosas que uno. Pereza de peña. Puede no gustarte algo y eso no implica odiarlo. En todo caso: odiar una serie, ay, es bastante indoloro. Llamésmoles los críticos.
Desde su atalaya, una vez más, tienen toda la razón. Si somos severos con la coherencia interna del relato, yo compro muchas de sus pegas, razonadas y razonables. Lo que les discuto es que no quieran ver muchas de las virtudes que el relato aún ha ostentado. O que no acepten que, desde otro pacto de lectura, muchas de sus críticas pierden fuerza. En todo caso, en lo que más en desacuerdo estoy con muchos de los críticos es en su enfado actual. Yo me aposté en su misma atalaya -esto era HBO, había que calzarse las gafas de Los Soprano y The Wire– durante las primeras cinco temporadas. Y, vaya, muchos de los problemas que han acabado lastrando a la serie ya estaban ahí, muy a flote. Sí, también florecían muchas más de sus virtudes, pero siempre repetiré que la segunda temporada de la serie me parece la peor de todas. Aquí explico por qué (la tercera es mi favorita, por cierto). Y, releyendo mis reseñas, en prácticamente todas las temporadas emergían los inconvenientes narrativos y dramáticos que, como pasa con el carácter de los viejetes, se han ido acrecentando con el tiempo. Por eso, solo animo a quienes más traicionados se sienten por la serie hoy, a que revisen la segunda temporada y se pregunten si no se dejaron embrujar por unas expectativas que, más allá de ese extraño prestigio intelectual que otorgaban las tetas y la sangre, quizá inflaron a destiempo. Un ejemplo concreto: el maquiavélico Meñique ya cometía muchas estupideces antes de que le tomaran el pelo en su última temporada.
¿Cuándo se jodió el Perú, Zavalita? Para mí fue con la resurrección de Jon Snow. En aquel momento -que, de nuevo, puede verse como muy justificado o como un recurso patillero- me cercioré de que la serie que había sido capaz de liquidar a tanto delantero centro… iba a jugar el resto del partido con el once que tenía en pista. Como tantas cosas en la vida, mi cambio de gafas fue gradual. Pero, en general, en la sexta temporada empecé a pedirle a la serie cosas diferentes a lo que venía solicitándole hasta el momento.
Y, sí, como han evidenciado mis críticas de estos seis últimos capítulos, desde mi ángulo también había muchas cosas que no cuadraban y muchas otras que me han emocionado. En cualquiera de los casos, ha sido un viaje que ha merecido la pena.
(El gran Javier Ezcurra me ha estado realizando las ilustraciones para las reseñas semanales)
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Estos días me han pedido mi opinión en diversos medios. Para el telediario de RTVE (minuto 48 del informativo), para el programa de Pepa Bueno en la SER o para este reportaje de Natalia Marcos en El País, que, por cierto, ha hecho una cobertura sensacional de la temporada.
Creo que compensa, en esta reflexión última, reproducir la conversación que mantuvimos Natalia y yo, puesto que trato de dar cuenta del porqué del fenómeno de Juego de tronos. Discutible, como todo en este mundo, pero intentando integrar todas las vertientes del asunto.
-¿Qué ha aportado Juego de tronos al mundo de las series y la televisión que no hubieran hecho antes otras series?
Creo que la mayor aportación de GoT ha sido la noción de espectáculo total. Antes ya hubo muchas series que abordaron con éxito de crítica y público la complejidad narrativa (Lost) o dramática (The Sopranos, Breaking Bad). Incluso hubo series con un altísimo nivel de producción (The Pacific). Sin embargo, GoT ha empujado todo eso al límite, ha sido un relato televisivo XXL en todos los sentidos: más tramas, más personajes, más efectos especiales, más brutalidad, más medios de producción, más márketing, más localizaciones, más extras… GoT ha sido un ejemplo de cómo exprimir todas las posibilidades narrativas, estéticas y comerciales de la televisión.
Junto a esto, la otra gran novedad de la serie fue la de convertir en mainstream un género (la fantasía épica) que carecía de tradición televisiva, empleando con inteligencia el empuje de un fandom muy activo y apostólico. Fue como juntar El señor de los anillos con Los Soprano.
– ¿Dónde están más sus méritos, en el punto de vista narrativo y de guion o en el técnico/producción?
Ambas cosas influyen. El mérito es bastante ecuménico. Un relato así no se hace tan popular solo por una carcasa bella y reluciente. La ambición “novelística” de GoT tiene mucho que ver con su atracción global: es un historión con decenas de tramas y escenarios, de linajes y luchas internas. Esa complejidad narrativa, aunque haya derivado en ciertas simplificaciones en las últimas temporadas, es un mérito indudable de la serie. Ahí, además, su mayor originalidad narrativa fue la de subvertir una de las reglas sagradas del relato serial: a pesar de ser un relato coral, los creadores mataban personajes esenciales con una facilidad pasmosa. Desde Conan Doyle, una de las normas de la serialidad era la de nunca tomar decisiones irreversibles (él mató a Sherlock Holmes en las cataratas Reichenbach… y tuvo que “resucitarlo” torpemente después). Y, obviamente, no hay nada más irreversible que la muerte. Ahí es donde GoT, en sus cuatro primeras temporadas, exhibió una audacia inédita en la serialidad contemporánea: que lo más parecido a un protagonista -y a un centro moral del relato- como Ned Stark fuera ejecutado al final de la primera temporada es una revolución televisiva. Y, como él, muchos otros personajes clave fueron cayendo, de modo que el relato exhalaba una sensación de fragilidad, de agonía dramática, que catapultó el prestigio de la serie. Eso fue muy novedoso y atrevido para hacer en televisión.
Por otro lado, no hay duda de que en la parte de producción no se ha visto nada igual en la ficción televisiva aún. La cantidad de batallas memorables durante ocho años, por ejemplo, evidencian cómo GoT ha ubicado la televisión en una espectacularidad constante antes reservada para la gran pantalla.
-¿Qué ha tenido Juego de tronos para generar este seguimiento entre tanta gente tan diversa y en todo el mundo?
Hay varios elementos que han generado este seguimiento masivo. Una tormenta perfecta donde influyen cuestiones narrativas, dramáticas, tecnológicas o institucionales
1. La serie es escapismo puro. Aunque puedan hacerse ciertas lecturas con situaciones del presente (que si el cambio climático, que si el papel de la mujer, que si los muros y la inmigración), es evidente que GoT es un entretenimiento en el sentido más desprejuiciado de la palabra. Durante las horas que vemos la serie nos olvidamos de todo, como pasa con una buena novela de aventuras, un cómic de superhéroes o las películas de Star Wars.
2. La serie ha sido un gigantesco éxito, también, porque llegó en un momento donde la ficción televisiva se estaba convirtiendo en el principal medio de consumo de cultura popular. Ahora todo el mundo ve series; todas las empresas telefónicas lo ofrecen en sus packs, los medios de comunicación han multiplicado sus informaciones sobre la tele. Si GoT se hubiera estrenado en el 2000, la televisión no tenía ni el prestigio crítico, ni la circulación global, ni la audiencia que ha ido adquiriendo desde entonces. En aquel momento habría sido un fenómeno mucho más restringido. Hoy todo el mundo ve series… y GoT es una fiesta en la que todo quisqui quiere estar. Es el referente y la popularidad se retroalimenta. Cuanto más popular eres, más eco produces y, en consecuencia, más gente quiere estar al día sobre ese producto del que todo el mundo habla.
3. Si a lo anterior le sumamos, de nuevo, la facilidad que hay en 2019 para acceder a todo el archivo de la serie, pues, vaya, ha resultado muy fácil para todo el mundo ponerse al día. Ha habido ocho años de serie para alcanzar a todo el mundo, para ponerse al día.
4. Por eso, también, tiene sentido que un relato como este haya ido acumulando cada vez más espectadores: pasó con Breaking Bad, que empezó siendo una cosa que veíamos cuatro gatos y, gracias a la facilidad para acceder a las temporadas anteriores, acabó multiplicando por 10 su audiencia en la temporada última. Pero, al mismo tiempo, esto enlaza con una cuestión puramente narrativa: GoT (como BBad, por cierto) es un relato acumulativo donde el suspense es clave. Para la última temporada había decenas de preguntas para las que el espectador ansiaba respuesta. Es la esencia de la serialidad: reconducir preguntas, posponer las respuestas finales, aplazar la clausura, esto es, la promesa de sentido total. Esta ansiedad narrativa también es clave para explicar la locura en torno a esta última temporada: queríamos saber quién ocuparía el Trono de Hierro, cómo se enfrentarían los hombres a los Caminantes Blancos, cómo ejercería Arya su venganza, incluso qué sucedería entre el amorío de Jon y Daenerys.
5. Lo de Jon y Daenerys me sirve para apuntar otro elemento que influye mucho: la serie tiene mucha épica, no hay duda, pero también es muy telenovelesca. Empleo el término ahora sin necesidad de insuflarle ese aroma peyorativo que suele conllevar. Me refiero a que la serie, como muchas otras de esta Edad Dorada, ha trabajado una narrativa abierta, continua, repleta de eventos emocionales entre los personajes. Amores, intrigas, traiciones, miradas. Dicho de otro modo, por mucho que el destino de Poniente estuviera sobre la mesa, al espectador le importaban tanto las conversaciones de alcoba como las escaramuzas militares. Es decir, todos recordamos el pavor de la masacre de “Hardhome”, pero también los susurros biliosos de Meñique o el “No sabes nada” que Ygritte le espetaba a Jon Snow.
6. Una última cosa que suele pasar desapercibida cuando se habla de la popularidad de la serie tiene que ver con su atrevimiento visual. Si recordamos, las dos primeras temporadas eran mucho más bestias, tanto para cuestiones de violencia como de sexualidad. La explicitud era muy llamativa, tanto que hasta se acuñó el término “sexposition”, como estrategia dramática de la serie. Sin embargo, si nos fijamos, son cuestiones que se han suavizado muchísimo en las últimas temporadas. En esta última, por ejemplo, solo ha habido un desnudo. Y, a pesar del Armagedón de capítulos como el 8.3. y el 8.5., la serie no ha sido tan visualmente molesta como en las primeras temporadas. No sé si esto ha sido una causa o una consecuencia. Es decir, se han vuelto más populares y más visibles por todos los públicos, pero no sé qué fue antes: si la popularidad o la elipsis. La misma duda se puede plantear con respecto a la simplificación narrativa y dramática de las últimas temporadas (o, especialmente, de estos últimos seis capítulos): ¿Es el peaje que ha pagado la serie por convertirse en tan popular? ¿Habría sido tan fenómeno de masas si hubiera mantenido la aspereza visual y violenta de las primeras temporadas, si hubiera seguido limpiando protagonistas en la quinta y sexta temporada? Eso, eso nunca lo sabremos…
Flames
Comparto tu punto de vista. Y todos tus comentarios. Y por explicarlo con mis palabras….:
Para mí las primeras temporadas eran un enfrentamiento entre personajes, familias y reinos que iban desarrollándose mientras pensabas… “jo, cuando esto estalle en una batalla va a ser la h….a”. Y casi nunca veíamos un ejército que mostrara las fuerzas de los contrincantes. Y el tiempo pasaba lentamente y cebándose en el aspecto “telenovelesco” (que acompaña a muchas series, por cierto). Pero no pasaba gran cosa; lo más destacable era cuando se cargaban a alguien y todo daba un giro.
Y hasta la Batalla de los Bastardos no vimos una auténtico enfrentamiento de ejércitos. Y luego llegó la última temporada, con los tan comentados desplazamientos de un sitio a otro de Poniente como si ya tuvieran AVE, con la madre de todas las batallas por duplicado, sin desarrollo de personajes y que tanto tiempo se habían tomado al principio…. y siendo complaciente con la audiencia … o no, yo qué sé. Pero poco podían hacer en una temporada de 6 capítulos.
Y ahora voy a dejar de ser “centrista” y a mojarme. Creo que una de las razones por las que no veremos nada parecido (en calidad y en producción) a partir de ahora, tiene que ver con el hecho de que haya gente que quiera y pide “a gritos” que vuelvan a grabar el final. Yo creo que se trata nuevas generaciones criadas en un sistema que les ha dado todo y que dan todo por supuesto y se creen con derecho a todo. El nuevo público preferirá LOS VENGADORES a REBECA…. por eso costará ver algo comparable en calidad y producción juntas. Aunque con el tiempo quizás se llegue a ver algo equiparable en producción.
Allan Labana
Flames: Entiendo que es un situación diferente porque en el caso de esta serie estamos hablando de una superproducción de millones de dólares, pero lo de “pedir que vuelvan a grabar el final” existe desde la época de El prisionero.
Jose Valdes
Mil gracias por el artículo Alberto, me ha gustado mucho, comentas tantas cosas que, a nivel personal, trataré de comentar algunos puntos que expones esta semana (con tiempo).
Pero, te diré algo que ya pensaba hace tiempo, cuando solo te leía y no opinaba, eres con diferencia, de los mejores analistas y cronistas de series en castellano, con abrumadora diferencia, es un placer leerte y además suelo coincidir contigo en gusto y conclusiones.
Gracias de nuevo por tu esfuerzo y dedicación.
Valerio.
Es curiosa la enorme dedicación a algo que es sólo puro entretenimiento. Tengo la sensación de que hay un sobreanálisis sobre la fascinación pero pocas preguntas sobre porqué tal fascinación. Es como ver a ejecutivos de Mercedes jugando al scalestrix.