, archivado en The Mandalorian

Mandalorian by Hueto

(Ilustración de Javier Hueto)

Haciendo el chorra en la comida, replicábamos con tenedores lo molón de las pistolas del mercenario Mayfield o bailábamos al postre en este punto exacto del fascinante crescendo compuesto por Ludwig Göransson para The Mandalorian. Cómo no, también elevamos tres dedos aplicando un leve temblor mientras poníamos cara de intensa concentración para imitar a Baby Yoda. Entonces, Leyre, la pequeñaja de dos añicos, nos corrigió a todos: con una sonrisa burlona -consciente de ser una payasa- levantó la mano y puso énfasis en entornar mucho los ojos, ¡¡como Baby Yoda!! Captó el detalle que se nos pasó al resto, por afinidad generacional, I guess.

Baby Yoda force

Admito que mi desbordado entusiasmo infantil por The Mandalorian quizá vaya unido a la cuestión biográfica. Un asombro compartido. Pero es que no me puedo imaginar mejor halago para The Mandalorian que ser capaz de entretener salvajemente a una familia que oscila entre los 41 y los 2 años. Como, por suerte, la salud nos ha ido bien en nuestra familia extensa, sé que mis hijos recordarán con cariño esta época (los papis, a pesar de elevar el porcentaje de gritos y practicar el funambulismo entre teletrabajo y homeschooling, probablemente también). No tener cole, las partidas épicas al Pandemic y al Ticket to Ride, los dibujos con Samlo, las viciadas al Legend of Zelda y al Mario & Sonic at the Olympic Games Tokyo 2020, las búsquedas del tesoro, los partidos de fútbol en una diminuta terraza, las pelis casi cada noche… y las citas obligadas de los viernes con Mando, Cara, Kuiil, IG-11 y esa adorable criatura. The Mandalorian ha sido la serie de nuestro confinamiento.

Disney Plus sabía lo que tenía entre manos cuando apostó por un movimiento contraintuitivo en estos tiempos de atracones teleficcionales. Esa ansiedad antigua, casi olvidada, y ese rito comunitario del visionado semanal. Quizá no todo terminara con Game of Thrones. Yo ataqué la serie escéptico, con desgana. Y reconozco que no hice clic hasta el tercer episodio. Los dos primeros me parecieron psé. Lo achaqué a que, a pesar de ser un buen hijo friki de la cultura pop de los ochenta, jamás he sido un fan acérrimo de La Guerra de las Galaxias. Su verdadero boom me pilló muy enano, de modo que mi educación fílmico-emotiva anduvo más delimitada por Goonies, Gremlins, CazafantasmasMarty McFly e Indiana Jones, que por los Luke, Leia y cía. La segunda trilogía, la de finales de los noventa, ya me pilló universitario, ergo, estupidamente gafapastil los martes y jueves. Honestamente, aunque en su día me aburriera, la he vuelto a revisitar con los críos ahora y es una trilogía artística y dramáticamente bastante inferior a la original, y no solo por Jar Jar Binks. De la trilogía más reciente -con sus intelectualmente vergonzantes promociones– aún no he visto ninguna, pero no parece que me esté perdiendo gran cosa, a tenor de la decepción generalizada.

The Mandalorian episode 3

Tras el clic del episodio tercero, y sin ostentar el certificado de experto en Star WarsThe Mandalorian me ha parecido el producto dramáticamente más logrado y excitante desde El retorno del Jedi. Es una serie que sabe muy bien a lo que juega: diversión sin pretensiones, diálogo intertextual con el universo madre, appeal tanto para fans como para neófitos, armamento ingenioso y droides pintureros, toneladas de heroísmo clásico y secuencias de acción más que solventes. Así, a bote pronto, uno puede enumerar un buen puñado de imágenes icónicas espectaculares: desde algunas más íntimas, como Baby Yoda salvando a Mando del mudhorn (1.2.) o el entrañable IG-11 inmolándose para no contradecir las leyes de la robótica (1.8.), hasta pirotecnias de postín, como el rescate de los Mandalorianos con sus jetpacks en “The Sin” (1.3.), Toro Calican y Mando surcando el desierto a bordo de sus speeders (1.5.) o ese vertiginoso duelo final aéreo entre Moff Gideon y nuestro héroe (1.8.). Pura aventura sin aditivos. Gozo por la infancia recuperada.

Se ha convertido en un lugar común afirmar que The Mandalorian es un western. Es un aroma que, sin duda, ya alentaba al Star Wars original. No obstante, se puede ir un paso más y afinar el cliché: la serie de Jon Favreu tiene mucho de Leone. Un spaguetti galáctico para todos los públicos. Mando es lo más parecido al Clint Eastwood de la “Trilogía del dólar”: un outsider de pasado misterioso y letalidad máxima, lacónico, con compañeros de moralidad dudosa, y capaz de pactar con el diablo… hasta que, en el fondo, emerge siempre el tipo con códigos, capaz de sacrificarse por la comunidad o el otro. Una fuerza del Bien, en definitiva, pululando un no man’s land en amenaza perpetua. This is the way!

The Mandalorian episode 4

No es casualidad, pues, que Mando, al igual que el hombre sin nombre de Por un puñado de dólares, pueda emparentar fácilmente con la figura del samurái, el otro gran padre textual de la serie. En Leone, más allá de la pose y los códigos, era la referencia explícita a Yojimbo, acá, en “Sanctuary” (1.4.), a otra de las obras maestras de Kurosawa: Los siete samuráis. Si en el Japón feudal eran unos bandidos bestiajos los que saqueaban las cosechas, en el planeta de Sorgan son unos apuestos Klatooinians quienes aterrorizan a los pobres granjeros. Para abrochar este párrafo, merece la pena echarle un vistazo a esta jugosa  enumeración de todas las referencias fílmicas que amasa The Mandalorian.

No obstante, las referencias más comentadas siempre serán las que hacen las delicias del fandom galáctico. Yo me conformo con regresar a Tatooine, para beber un cóctel de leche azul en la cantina de Mos Eisley; qué higiénica parece ahora que la regentan estos robots… Los más cafeteros, sin embargo, pueden ir a la caza y captura obsesiva de huevos de pascua, y afanarse en reubicar las piezas en el puzle temporal de la saga, donde, además de las películas, hay que insertar otros derivados como The Clone Wars.

Aun así, entendería que los más Skywalkers hayan sentido el picor de la decepción: The Mandalorian es una colección de estampas narrativas, donde la continuidad de la trama tan solo emerge para abrir y cerrar el curso. El resto de la serie -el grueso- han sido escaramuzas semanales, que podían consumirse de manera independiente. Hasta en eso la serie se ha mostrado más clásica que sofisticada: la vieja autoconclusividad, tan denostada en estos tiempos, se ha elevado a norma. Ahí también me ha ganado para su causa dramática: cada episodio ha resultado tan brillante y divertido que uno no aspiraba a que la serie reinventara el mito de Telémaco ni deconstruyera la noción de paternidad. Únicamente esa noble tarea de pasar un buen rato. Capítulos directos -en ocasiones, poco más de 30 minutos- sin caracoleos ni adherencias. Entretenimiento XXL. Un dejarse llevar triunfante, épico, donde las variaciones sobre un mismo tema -el tema del héroe- resultaban tan resultonas como las vueltas de tuerca a la pegadiza melodía (unas flautas étnicas aquí, unas cuerdas lastimadas allá).

The Mandalorian episode 6

Por esa misma razón metatextual -qué demonios: también por la exquisita belleza de las imágenes- también me apasionaban los storyboards que ilustraban los títulos de crédito finales. Era como si los creadores nos hicieran a los espectadores revivir los greatest hits del capítulo al mismo tiempo que nos ofrecían una nueva, leve, versión alternativa de los hechos. Una segunda navegación. Eso es, en el fondo, lo que hace The Mandalorian con respecto al universo primigenio: un equilibrio entre familiaridad y novedad.

Esas cartulinas del final son un ejemplo más de una serie estéticamente muy cuidada, donde la espectacularidad no anda reñida con la elegancia del plano. Jon Favreau sabe lo que hace, hasta en la boutade de traerse a un director de culto como Werner Herzog a interpretar a El Cliente, enfrascar al gran Nick Nolte en un rol irreconocible, jugarse el papel más popular a los efectos especiales o publicitar a Pedro Pascal como intérprete… cuando las normas mandalorianas son estrictas para eso de mostrar el bigote. El casco mola tanto que actúa por sí solo, vale, pero no deberíamos quitarle mérito a los matices invisibles del actor chileno: ese laconismo bogartiano, esa gravitas metalizada, de tipo que jamás rehuye su destino, o esos temblores de emoción con la mamá de Sorgan. Este virtuosismo vocal explica que la escena más emotiva de la season finale la protagonicen una máscara y un puñado de chatarra. Del odio ancestral al droide -¡xenofobia robótica, explicada en el backstory!- a esa sencilla, pero efectiva escena en la que IG-11, tras reconocer la quiebra en la voz de Mando, acaricia la oreja del pequeño Yoda. Intuyo que el simpático Taika Waititi, que dirige el último episodio y encarna la voz del droide, sabía de la apoteosis heroica cuando aceptó hacer tan suculento doblete.

The Mandalorian episode 8

Porque “Redemption” (1.8.) funciona muy bien como punto y aparte. Redondea la historia de Mando/Din Djarin, rellenando los huecos, y entorna las tramas horizontales, sin cerrarlas del todo, de modo que la mecha para el año próximo resulte fácil de prender. Los villanos han enseñado sus banderas, su objetivo es cristalino: la Fuerza. La irrefrenable tentación del Mal. En chez Mando, sniff, a pesar de las bajas (el grandioso rescate del final de “The Sin” acabó en tragedia mandaloriana… como evidencia ese cementerio de cascos en Nevarro), se puede formar equipo: un defensa central leñero como Cara Dune, el regate por banda de la “Armadora”, Mando de 5 dominando todo el campo y Baby Yoda haciendo su magia en punta cuando falle el carácter anfibio de Greef Karga, el personaje con el arco de transformación más sorprendente. Hay partido, mucho partido.

Y lo veremos juntos en casa, flipándonos con la absorbente melodía de Göransson y entornando mucho los ojos… como hace mi pequeña Leyre. Porque ella ya sabe que “este es el camino”: el de un héroe que morirá, si es necesario, cumpliendo su deber.

2 Comentarios

  1. Álex Medina

    Como siempre pasa con tus críticas, se aprenden matices y perspectivas que se pasaron de largo… Así y todo, he de reconocer que a mí la serie se me hizo un poco bola en su primer tramo. En efecto, es una preciosidad y la factura técnica (desde producción a fotografía, música…) es insuperable, pero los primeros episodios me parecían una sucesión de imágenes bonitas y, pese a su corto metraje, se me hacían eternos… casi esperaba a que llegasen esos títulos de crédito finales para redimirme en lo que había visto. Pero claro: esa es parte de su encanto, el fuego lento, la construcción del personajes para que, a partir de sucederse las misiones al estilo western clásico (aunque también del crepuscular), ya se vea todo de otra forma. Al final, no puede terminar en lo más alto y sí, es lo mejor que se ha hecho del universo galáctico en décadas. Como le sucede a lo otro mejor en este tiempo, Rogue One, solo merodea el universo más soap opera de la fuerza y los lazos familiares y no se mete en profundidades filosóficas (más allá de la brocha gorda de la orden de los mandalorianos): solo es un entretenimiento en paisajes imposibles para gente solitaria que busca algo de compañía en las galaxias lejanas. Ninguna de las dos tenía expectativas demasiado elevadas que cumplir y, como sucedió con los orígenes de la saga, se han dedicado a montar un producto puro de ocio. De ahí su éxito.

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