Hace diez años solo hubo dos nominados en la categoría de Mejor miniserie de los Emmy: la monumental The Pacific de HBO (con Spielberg y Tom Hanks como productores) y Return to Cranford, una secuela a modo del habitual especial navideño de la BBC. Ante la escasez, para el año siguiente se vieron obligados a fusionar la categoría con la de tv-movies. Con semejante perspectiva, el brinco que ha pegado el formato de la miniserie hay que calificarlo de extraordinario. En todas las listas que florecen como setas en diciembre se colaban multitud de relatos de temporada única. Incluso yo me sorprendí de la facilidad para escoger mis ocho miniseries favoritas entre un ramillete tan fecundo.
Precisamente a raíz de esa lista, el amigo Julio C. Piñeiro, de En clave de cine, me hizo pensar sobre la reciente popularidad del formato. Es evidente que miniseries siempre han existido y la historia de la televisión está jalonada de “taquillazos” de temática tan variada como Raíces, Retorno a Brideshead o Hermanos de sangre y apuestas tan innovadoras para el medio como El prisionero (aunque con 17 capítulos no sé si podría considerarse “mini”), The Singing Detective, la House of Cards original, The Corner o La mejor juventud.
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Flames
Muy interesante. De veras. Iba a decir que prefiero las miniseries….. no, espera, las que luego pueden continuar….. no espera, hay series que me gustaría que tuvieran muchas temporadas y no acabaran nunca…… Me gustan todas.
Ya en serio, diría que me gustan más las miniseries, en principio porque ofrecen una narración cerrada….. y eso ya exige un esfuerzo para pensar un producto con una idea “cerrada” y bien pensada. Lo que pasa con las series de muchas temporadas, es que muchas no saben dónde van y sólo intentan ir alargando el metraje como un chicle…..