(Esta reseña contiene detalles de la trama)
Lo más arrebatador de WandaVision es su carácter anfibio. Es blanco y negro y es color, exhibe un clasicismo de época y una rabiosa posmodernidad, sus personajes pueden ser villanos un rato y héroes al siguiente, sirve como entretenimiento ligero pero también como ensayo sobre la pena… Un 2×1 de lo más efectivo, que aspira a pescar en todos los caladeros de audiencia: solaza a los fans más aguerridos de Marvel con su continuidad superheroica y sus alusiones encriptadas, hace las delicias de los críticos con su elegante pastiche televisivo, y se gana al público más palomitero (niños pequeños incluido: doy fe) con una peripecia narrativa de intriga, equívocos y la sempiterna lucha del bien contra el mal. Con semejantes ingredientes, este primer desembarco de Marvel en Disney+ ha sabido exprimir hasta el tuétano las posibilidades del medio televisivo en forma y fondo. No en vano, toda la serie ha caligrafiado una deliciosa carta de amor a la pequeña pantalla.
Por un lado, el de la forma, asombra la exuberancia estética de WandaVision. Su emulación de los códigos visuales de la sitcom —desde las risas enlatadas en el hogar ingenuo e idealizado de los cincuenta hasta las entrevistas a cámara que se generalizaron tras The Office— evidencia un virtuosismo histórico pocas veces visto. Sí, sin duda, decenas de series se han disfrazado de otras en míticos episodios especiales como el “My Life in Four Cameras” de Scrubs, el “Bombshells” de House o el “Changing Channels” de Supernatural, por citar algunos de mis favoritos. La novedad en WandaVision ha sido la de convertir la cita en esencia, la excepción en norma. Porque su mayor genialidad es la de erigir la mutación de estilos televisivos en su artefacto narrativo principal: los personajes están, literalmente, atrapados dentro de una comedia televisiva durante toda la trama.
Esa audacia para tejer y destejer tradición e innovación le aporta encanto kitsch, pero también apunta —y aquí está el fondo— al corazón del relato televisivo. La narración serial se construye sobre un equilibrio entre avance y dilatación: te cuento cosas durante esta hora para que quieras saber más en la siguiente entrega, en la que de nuevo te ofreceré el anzuelo. Se azuza la ansiedad al mismo tiempo que se obstaculiza la clausura. Ante este esquema, la vuelta de tuerca por la que ha optado con lucimiento WandaVision es que el misterio ha partido, sobre todo, de un enigma estético. Porque tras la segunda entrega (“No cambies de canal“) uno ya podía sentir cómo el pegamento entre capítulos era, básicamente, el de la evolución de la historia televisiva. Durante el planteamiento de la historia (los tres primeros episodios, básicamente), los grandes misterios son estrictamente textuales: ¿Quién es el espectador que aparece al final del piloto? ¿Cómo aparece el color en medio del blanco y negro? ¿Por qué Wanda rebobina la aparición del apicultor al final del segundo episodio? ¿Y ese repentino salto en el montaje tras el parto?
Mi argumento es que todas estas preguntas son muy “televisivas”, también, porque nacen de la esencia de la narración por entregas que ha caracterizado a la pequeña pantalla desde prácticamente sus inicios: postergar la resolución animando la conversación durante la espera. Así, WandaVision es un relato que reivindica el medio mediante un homenaje a su forma, sí, pero también reclamando lo más clásico de su fondo. Habría sido un contrasentido que una propuesta así se hubiera emitido de una tacada, al estilo Netflix. WandaVision hace todo lo contrario: exacerba el misterio, como cualquier buen serial, semana a semana.
Y lo mejor de esa intriga metaficcional es lo adictiva que resulta, por desconcertante y original. Quizá los grandes conocedores del universo Marvel se olieran los giros diegéticos tras la marca Stark del primer anuncio y ya habían descifrado la identidad oculta de Agnes desde su primer guiño. Sin embargo, para quienes simplemente hemos pasado un buen rato —y alguna que otra cabezadita— consumiendo algunas de las pelis, WandaVision suponía una experiencia sorprendente. Ingeniosa. Aupada sobre ese placer tan suculento que supone maravillarse de la inteligencia ajena, esa que te lleva siempre dos zancadas de ventaja. Porque desde el minuto uno —con ese Vision bobalicón y extrañado aterrizando en su nidito de amor— sabemos que hay truco, que apesta a gato encerrado. Pero, por muy predispuestos que estuviéramos para desenredar la madeja, la astuta Jac Schaeffer siempre nos miraba desde la meta, sonriendo con su equipo de guionistas ante las migajas que iban soltando para que elucubráramos tal o cual teoría.
Por eso es fácil perdonarle que los dos últimos capítulos —espectaculares en su pirotecnia visual— abandonaran su sofisticación autoconsciente para dejar paso a los clichés marvelianos. El Marvel Cinematic Universe (MCU) es un género en sí mismo y, como tal, hay rasgos semánticos y estructuras narrativas que difícilmente pueden obviarse. Quizá esos dos últimos episodios sean los más “rutinarios” (una palabra que hay que emplear con mucha precaución, dada la ingente cantidad de vuelos, conjuros y batallas), pero aunque carezcan del jugueteo textual de los anteriores, funcionan precisamente por su potencia emocional. Acabado el rompecabezas lúdico, queda el llanto. Porque todos los guiños, pistas, sorpresas y revelaciones podían resultarnos chispeantes, sin duda, pero andaban bien atornilladas a unos personajes que sufren… y esconden su trauma. Una dramedia de superhéroes; ésta no la vi venir.
“Qué es la pena, sino el amor perseverando”, exclama Vision en la penúltima entrega. Tan simple. Tan clásico. Bajo toda la hojarasca colorista, los requiebros refinados y los golpes de humor (¡Darcy Lewis!, ¡Jimmy Woo!), WandaVision esconde una serie dolorosamente triste. Sencilla y directa: “Eres mi tristeza y mi esperanza”, llora la Bruja Escarlata antes de que el hechizo se rompa. Sería una clausura demoledora, de no ser por las convenciones genéricas que taponan las lágrimas: los superhéroes tienen más vidas que un gato. “Ya nos hemos despedido antes, así que es lógico… que nos saludemos de nuevo”. Ahí va el germen de la segunda temporada, enmendándole la plana a nuestro Quevedo enamorado de ceniza y polvo. Porque la excelente WandaVision sabe que en el universo de Marvel toda muerte es, simplemente, un punto y seguido.
Individuo Kane
Estoy de acuerdo en todo salvo en el 1×08. No creo que sea pirotecnia visual. De hecho el 1×08 me parece el mejor, el meollo. Wanda y Vision. Fantasía y Técnica. Al matrimonio de ambas cosas es a lo que llamamos Arte. El 1×08 nos muestra cómo se usan ambas cosas para crear el drama, la comedia, los sueños, las ilusiones. Nos cuenta cómo las series (el cine, el arte) nos miente con honradez. Sin que olvidemos que se romperá la cuarta pared y veremos el tinglado: los focos, las butacas… De vuelta a la realidad.
Lo mejor que ha hecho Disney en décadas. Por fin han roto con las fórmulas prefabricadas.
Alberto Nahum
Ummm. Interesante apreciación, Kane. Los tres últimos los vimos seguidos y quizá eso influyera, pero me quedé con la sensación que ahí es cuando la serie se volvía más “normal” (y, sin embargo, emocionalmente es muy efectivo). Lo volveré a ver y regresaré para comentarte. En lo otro, creo que estoy muy de acuerdo: me parece una serie excelente.
AlbertoNahum
Kane: volví a ver el episodio el finde. Tienes toda la razón en que no tiene pirotecnia. Supongo que en mi mente mezclé los saltos temporales de la familia de Wanda con el hecho de que es el episodio en el que, por fin, se rompe eso de adoptar un estilo. Y no puedo más que darte la razón: es un episodio altamente satisfactorio, precisamente porque revela todo el tinglado. ¡Gusto tener lectores que te corrijan así!
Flames
Nada, ya estoy convencido para ver la serie. La verdad, es que sólo leo buena críticas. A ver…. LEGIÓN me empezó gustando, pero luego no me interesó mucho. Espero que WANDAVISIÓN no sólo sea impecable técnicamente y que realice un propuesta arriesgada; espero que “cuente algo”. Bueno, y que entretenga.
Individuo Kane
Y las interpretaciones del trío principal me parecieron muy buenas, cambiando registros y tics. Bettany, rapeando nervioso en el primer capítulo está divertidísimo. Realmente me hizo recordar a Desi Arnaz en “I Love Lucy”.
Flames
Pues vista la serie…. estoy de acuerdo en tu comentario de que los dos últimos episodios son los más rutinarios. A mí el culmen me llegó con el episodio 4º, en el que se empieza a explicar que no es “real” lo que estamos viendo y en el que empiezan a mostrarse todas las subtramas. En ese momento todo se me empezaba a antojar “matrícula cum laude”. Al final me queda un sabor de “sobresaliente” o de “notable alto”. Que no es poco.
Me maravilló Elizabeth Olsen; posee un físico y rostro capaz de adaptarse a tipos femeninos de los años 50′-60’……. hasta nuestra época, capaz de mostrarse como una mujer más “tradicional”, una “muñequita”… hasta nuestra época, más vulnerable, con muchos más matices. Y todo en la misma actriz.