Según el diccionario de la RAE, el palimpsesto es un «manuscrito antiguo que conserva huellas de una escritura anterior borrada artificialmente». Se me antoja una metáfora válida para calibrar el estreno de Zack Snyder’s Justice League (rebautizado como el Snyder Cut por los fans), que tanto ruido ha hecho estos días. De fondo pulula una intrigante cuestión sobre originalidad, autoría y serialidad. Dejemos de lado, por ahora, la derivada comercial: que varios de los «montajes del director» o «montajes definitivos» pueden nacer por un deseo legítimo de hacer más caja. Es muy difícil vender lo mismo dos veces, por lo que la novedad que suponen esos minutos extra o ese final modificado justificarían el nuevo desembolso del fan partiendo de un coste mínimo.
Más allá de esas jugadas de márketing, hay preguntas de difícil respuesta. ¿Por qué en el ámbito audiovisual —sin duda un arte colectivo— ha de privilegiarse al director?, ¿es necesariamente siempre su visión la mejor? Hay bastantes ejemplos en los que un productor o unas limitaciones institucionales —de exhibición, de distribución— han mejorado una película; qué narices, en ocasiones incluso han hecho posible su estreno (¿qué cines se habrían atrevido a emitir cuatro horas de Kill Bill o Nymphomaniac?, ¿cuántos espectadores se habrían animado al atracón?). Desde El mago de Oz hasta Get Out se pueden encontrar cintas donde los productores convencieron al director de lo mejor para la película (a veces, lo mejor era echar al director).
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