Dos críticas de Cry Wolf, la interesante miniserie danesa que ha estrenado Movistar +. La primera es sin espoilers, escrita tras el primer episodio; la segunda, como crítica global a toda la serie.
Siempre resulta estimulante regresar a Chesterton, con su genio contra-intuitivo: «La defensa más común de la familia es que, en medio de las tensiones y cambios de la vida, resulta un sitio pacífico, cómodo y unido. Pero es posible otra defensa de la familia, y a mí me parece evidente; consiste en decir que la familia no es ni pacífica, ni cómoda ni unida. […] La razón es obvia. En una comunidad grande podemos elegir a nuestros compañeros. En una comunidad pequeña nuestros compañeros nos vienen dados».
Como en tantas veces con el gigantesco (en todos los sentidos) polemista inglés, una aparente paradoja juguetona desvela una inquietante verdad. No parece que esta exitosa serie danesa que hoy estrena Movistar+ comparta el optimismo humanista de Chesterton, pero sí destaca la irrenunciable centralidad de la familia. Para bien y para mal. Porque desde su premisa Cry Wolf explora el lado oscuro de esa pequeña comunidad «reconstituida», como la llaman los servicios sociales. Una familia cuyos integrantes vienen con sufijos: padrastro, hijastra.
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Lea Thau hace un podcast íntimo en todos los sentidos de la palabra: Strangers. Confidencias susurradas al oído que en ocasiones hablan de sí misma. De su dolor y alegría. De sus frustraciones y anhelos. Un yo expuesto con tal crudeza que marea y fascina. Esa misma honestidad brutal y vital es la que conforma el grueso de los episodios sonoros: con su voz levemente rasgada y su aire de conversación entre amigos, Strangers nos acerca sobre todo dramas de peña anónima, sorprendente, terrible, inspiradora. De todo hay. Pero siempre entrando hasta la cocina del alma de los entrevistados.
No cesaba de recordar el podcast Strangers mientras visionaba cada semana Cry Wolf, la estimable miniserie que concluyó ayer en Movistar+. Y no porque Lea Thau sea danesa de origen, sino por la sensación de áspera verdad íntima que la teleficción dibuja, siempre aplicando un gris indefinible en un entorno tan sagrado como el hogar familiar. Una ambigüedad lacerante —y por eso tan rica dramáticamente— que nos obliga a los espectadores a dudar tanto de los testimonios de los implicados como de nuestros propios juicios preconcebidos. En especial, Cry Wolf me traía a la memoria un estremecedor podcast de Strangers, uno de los más impresionantes que he escuchado nunca: «The Truth». El paralelismo: niños, adultos, familias «reconstituidas», pasados borrosos, quiebra doméstica, sospechosos íntimos y testigos de fiabilidad limitada por la edad. En este escenario, ¿quién miente?, ¿quién dice la verdad?, ¿cómo conocer lo que realmente pasó?
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