A los tres minutos del episodio piloto aparece, batiendo sus alas majestuosamente a través de Westeros, el primer dragón de la serie. Dado el título de esta precuela de Juego de tronos nadie puede extrañarse del protagonismo de estas criaturas mitológicas. Obvio. No obstante, tanta premura puede leerse como un síntoma: los creadores quieren al fan de su lado desde el inicio. Esa pulsión también explica las variaciones sobre la mítica melodía o el tan didáctico prólogo que deletrea el conflicto vertebral de la historia: las luchas intestinas por el trono Targaryen, con sus herederos discutibles, sus matrimonios de conveniencia, sus traiciones, sus conspiraciones y su guerra civil latente.
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