Con esa mezcla de sencillez y sabiduría antigua, Harper Lee escribió en Matar a un ruiseñor que «la rectitud de un tribunal llega únicamente hasta donde llega la rectitud de su jurado, y la rectitud de un jurado llega solo hasta donde llega la de los hombres que lo componen». Ahí asoman, esplendorosas, la responsabilidad individual y la libertad de conciencia. El heroísmo cotidiano de pensar por uno mismo contra el ambiente, más aún cuando el destino de alguien queda en tus manos, como le ocurría al Henry Fonda de Doce hombres sin piedad.
Aunque suene paradójico, esta gravedad de fondo —esencial para el correcto funcionamiento de cualquier sistema jurídico— es la que convierte a El jurado (Jury Duty, el título en inglés añade el matiz obligatorio) en una serie temáticamente tan refrescante. Porque la comedia que ha reventado el verano en Amazon Prime se levanta sobre una incomodidad: ir de coña sobre algo tan trascendente. Y lo hace enseñando todas sus cartas desde el primer minuto, de modo que las risas provengan de la complicidad que el espectador enhebra con el engaño. Parafraseando a Lumet, aquí pululan once hombres vacilando sin piedad al único justo.
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Flames
Bueno, como acaba de empezar el curso…. a inundarnos de deberes…..
Tomo nota; tiene buena pinta. Cuando la vea….. presentaré el ejercicio…. 😉