Del blanco y negro de Nebraska emerge solo el color de la llama de un pitillo compartido. Un símbolo tan sutil como efectivo. Supone una clausura circular, poética, hermosa en su melancolía y su esperanza. Una derrota noir, esto es, honorable. Aún queda un tierno bang-bang y un cruce de miradas enrejadas, sí, pero el espectador ya comprueba en ese instante que en Better Call Saul el tabaco es la continuación del amor por otros medios. Esa lumbre constituye, simplemente, la redención. Ni más ni menos.
En un episodio anterior ya habíamos contemplado la irrupción del color, entonces como antesala de la adrenalina: los vídeos de Youtube que la adorable y corajuda Marion enseña a Gene Takovic antes de pulsar el botón del pánico. Reflejado en sus gafas, el color simbolizaba entonces no solo la evidente confluencia de tramas y el final del disfraz, sino la marca de Caín de Jimmy McGill: el orgullo, ese ego dañado e impredecible que le llevó a pactar con el diablo. ¡La rabia asoma hasta el punto de que el sibilino protagonista está a un tris de ahogar a la viejita con un cable!
No la estrangula por la misma razón por la que el último episodio nos presenta varias versiones del protagonista, condensadas en tan poco tiempo: porque en Gene Takovic habitan multitudes. En la última hora de la serie las repasamos: sufrimos con el Gene aterrorizado y perseguido chapoteando en la basura, reímos con el ingenio de Saul cuando se siente de nuevo en su salsa legal (“Veinte: el acusado recibirá una tarrina Blue Bell de chocolate y menta cada viernes”, ¡con dos cojones!) y dudamos de las verdaderas intenciones de Slippin’ Jimmy ante el enésimo giro, ese pequeño último timo que logra traer a Kim hasta el juzgado. Como cantaba Walt Whitman, aquel poeta que tanto rondaba a Walter White (“Sí, me contradigo. Bueno, y ¿qué? Soy inmenso y contengo multitudes”), las seis temporadas de Better Call Saul son el intento por alumbrar el misterio del hombre, con todas sus astillas y complejidades, sus contradicciones y sus grises, sus miserias y sus heroísmos. Ante la juez, el propio protagonista zanja la cuestión: “Soy James McGill“. Ni siquiera Jimmy. James McGill, el hermano del difunto Chuck, un crimen del que se acusa sin estar en el orden del día. Tras nombrarse, el abogado y los fiscales siguen discutiendo mientras la cámara de Peter Gould se centra en larguísimos planos-contraplanos de Bob Odenkirk y Rhea Seehorn. Una reconciliación a base de miradas y gestos levísimos, encarnados por actores soberbios. Ahí yace el corazón de Better Call Saul: en el re-conocimiento tras la metamorfosis, en la esencia que pervive tras las capas de maquillaje.
Da igual que los presos, en una escena exagerada, entonen aún su nombre artístico. Porque en realidad lo hacen para reivindicar la faceta más noble de ese leguleyo hortera: la de un tipo que miraba cara a cara lo más bajo de la sociedad, ese puñado de desheredados a los que también ayuda. Al igual que en Breaking Bad, Better Call Saul narra una historia de transformación. En el proceso quedan cicatrices y la serie las exhibe con determinación. Como a San Pedro, hasta tres veces vemos negar a Jimmy durante la finale: ante Mike en el prólogo, rememorando aquel excelente “Bagman” de la pasada temporada; ante Walter, cuando andan esperando a que Ed, el reparador de aspiradoras, les reubique (“Granite State“); y, por último, ante Charles, el hermano al que quiso tanto como odió. Este le espeta a Jimmy la síntesis del cierre de este relato: “Si no te gusta hacia donde te estás dirigiendo, no hay vergüenza alguna en volver atrás y cambiar tu ruta”. En otros ámbitos más píos eso mismo se llama “propósito de enmienda”: aceptar un error y hacer lo posible por corregirlo. Porque no, no existe la máquina del tiempo, pero sí la culpa, el perdón y la redención. Basta con asumir el precio necesario para dormir con la conciencia tranquila. Es una determinación que ya había adoptado antes el alma inesperada de la serie: “Kim tuvo las agallas de volver a empezar. Ella dejó la ciudad, pero fui yo el que huyó”. Basta con recordar el desconsolado llanto que la siempre hierática Wexler deja escapar en el autobús hacia el aeropuerto para constatar que el remordimiento ha sido el gran tema del macro-epílogo que han supuesto estos cuatro últimos episodios.
En una temporada tan prolongada y con unos episodios finales que han roto con el molde estético (incluso en los créditos, con esa cinta de VHS atascada, que ha dejado de contar la historia de Saul Goodman para centrarse en el presente de Nebraska), es fácil olvidar muchas de las vibrantes secuencias que ha regalado este año. Better Call Saul ha sido una serie que ha crecido orgánicamente, manteniendo el cuajo visual marca de la casa: el enfrentamiento en fuera de campo de Lalo con los coyotes en el potente 6.1., la flor azul bajo la lluvia que simboliza la muerte en el aciago 6.3., ese disparo repentino al final del magnífico 6.7., el zapato en la arena del punzante 6.8. o los atrevidos encadenados de la secuencia de apertura en el decisivo 6.9.:
De igual forma, es marca de la casa el ritmo tranquilo, glacial a ratos. Sin embargo, en una serie que ha sabido cocinarse a fuego lento, el tramo final en blanco y negro tampoco debe restar lustre a la cantidad de recursos dramáticos que la serie ha desplegado esta temporada. Lo divertido en su calmada villanía que sido el último Salamanca, interpretado a la perfección por Tony Dalton, ha servido para meterle a la trama esa pimienta explosiva que le sirve para dinamitar el compás pausado de los vaivenes legales y trapaceros de Kim y Jimmy. También ha tenido excitantes momentos de acción Nacho, con su agónica escapada durante el primer tramo de la temporada. Es un prodigio que aquellos dos nombres que aparecían como atrezzo verbal en Breaking Bad hayan sido capaces de adquirir tantísimos matices en Better Call Saul.
Otros recursos compartidos del universo Heisenberg también han regalado escenas memorables: el gran Mike Ehrmantraut concluye, dramáticamente hablando, su periplo precisamente en una conversación con el padre de Nacho. Es el Mike samurái que hemos conocido siempre, atravesado por un singular dolor humano. Se acerca a un padre para hablarle de su hijo muerto. Conoce bien el paño desde aquel memorable desgarro del 1.6. En Breaking Bad volveremos a sus medidas incompletas y tal. Sin embargo, con el reproche del padre de Nacho Varga completa el arco de transformación que ha dibujado en Better Call Saul: a pesar de su moralidad y sus códigos, Mike asume ahí que, en efecto, ya no es diferente de cualquier matón que disfraza de justicia su venganza.
El otro gran cordón umbilical secundario con Breaking Bad era Gustavo Fring. Sin duda hemos conocido más sobre él durante estos años de spin-off, pero ha sido el que ha contado con un desarrollo más redundante. Por muy magnética que resulte la presencia de Giancarlo Esposito, Fring apenas se ha expandido dramáticamente en Better Call Saul (como sí lo ha hecho, por ejemplo, un personaje menor de ese entorno como el Tío Salamanca). Por eso se antoja mucho más jugosa su última secuencia en pantalla. Tras la guerra sin cuartel con Lalo y lograr la absolución de Don Eladio (la venganza, jaja, es un plato que se servirá frío, amigos), la escena de Gus con el sumiller es de una delicadeza dramática portentosa. Un amor imposible, una opción vital que llevaría a cualquier amante a la tumba, en definitiva, ay, una maldición en vida. Y, ante ello, la sutil aceptación de Gustavo, ese hombre comprometido con la venganza, los dólares… y la limpieza en Los pollos hermanos.
Antes del macroepílogo tenemos, pues, un puñado de personajes condenados al dolor, la mentira o la muerte. En la mejor tradición del noir, todos se han subido a un tren del que ya no podrán bajar hasta el cementerio. Como Walter White. Por eso le aporta tanto sabor a la trama un personaje tan inocente como Howard Hamlin, el más trágico de la serie. Howard es uno de esos tipos a los que el mundo les vino de cara: su padre fundó el prestigioso despacho que lleva su nombre, se codea con lo mejor de la alta sociedad en clubs exclusivos, viste caro y conduce más caro aún. Incluso es un buen abogado que cuida a sus clientes. Y, sin embargo, un tipo así, insustancial a primera vista, ha permanecido en esta historia casi hasta el final. ¿Por qué? Por un lado, Howard se convierte en el chivo expiatorio sobre el que Jimmy vuelca toda su ira. Es un mecanismo necesario para el guión: Kim y Jimmy pueden conspirar contra él sin descanso, puesto que la audiencia —dada la proverbial tirria hacia los triunfadores de cuna— se pondrá del lado de los timadores, por aquello de bajarle los humos a los pijos. Aunque sean partes de la serie que muchas veces quiebran el tono dramático y la solemne verosimilitud, las maquinaciones de Kim y Jimmy exhiben escenas ingeniosas y salidas divertidas. Sin embargo, más allá de su función como pivote en la trama, el personaje interpretado por Patrick Fabian ha sido el verdadero catalizador. Los cuatro últimos episodios nacen de sus sesos desparramados. Durante esta sexta temporada Gilligan y Gould lo han reubicado como víctima plena. No solo sufre lo indecible por la manía que le tiene Jimmy, sino que vemos cómo su matrimonio se resquebraja y su firma de abogados hace un ridículo espantoso. Una vez emplazado en ese punto, los creadores solo tienen que empujar cruelmente la pelota al fondo de la red (¡¡pum!!) para provocar la catarsis en Kim. De repente, el juego sabe a calamar y no hay post-it de colores suficientes en este mundo para limpiar el charco de sangre que el asesinato de un inocente, por muy capullo que fuera, deja en un alma con escrúpulos.
Porque, al final, de eso ha ido Better Call Saul: de los engaños a los que nos sometemos, del resentimiento que albergamos, de las excusas que nos contamos para no admitir que hemos perdido o que somos miserables. Cuando vemos a Kim Wexler llevando esa existencia de prosa de aspersor y conversaciones insulsas, cuando viste triste y ya no luce esa poderosa coleta rubia, podemos pensar que ahí radica el fracaso. Pero no, es justo al contrario: por ahí nace la última victoria de la excepcional co-protagonista. Una llamada llena de reproche le recuerda que nunca apoquinó toda la cuenta. Ahora sí, amigos, ahora toca drenar la herida y limpiar el pus: regresar a Albuquerque, enfrentarse a una viuda y aliviar una pesadísima carga. Todo ello por una simple razón: el deber moral. El bien. Sin maquinaciones ni estrategias. Por eso puede regresar a su adorada abogacía y por eso acaba fumando con James McGill. Porque, con sus acciones, ella también ha logrado que el zagal asuma su factura.
Como tantas cosas en esta serie tan cuidada, ya estaba todo el conflicto anunciado en el piloto de Breaking Bad: “Técnicamente, la química es el estudio de la materia, pero yo prefiero verlo como el estudio del cambio. Los electrones cambian sus niveles de energía. Las moléculas cambian sus enlaces. Los elementos se combinan y transforman en compuestos, así es la vida, ¿no? Es la constante. Es el ciclo. Es solución, disolución. Una y otra y otra vez. Es crecimiento, descomposición y transformación. Es fascinante”.
Es el ciclo. Principio, final, repetición. Breaking Bad, Better Call Saul. Sin embargo, lo más fascinante esta vez es que los protagonistas pagan el precio de su remordimiento y, precisamente por eso, su transformación resulta diferente. Y extrañamente luminosa.
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Otras consideraciones:
-La lenta evolución de Gene Takovic se acelera violentamente en el último tramo de la temporada. Si le habitan multitudes, como hemos dicho, es lógico que aún queden yoes con ganas de estafa dentro de él. ¡Y vaya si exprime esas ansias! Más allá de la sempiterna ambición, siempre insaciable, al principio me chirrió la fijación de Gene y su descuido en el último golpe. Sin embargo, pensándolo un poco todo adquiere sentido: se obsesiona con un tipo con cáncer, precisamente como una forma de transferir la cólera que siente hacia Walter White. Pero, por otro, creo que también hay una parte de Gene (es decir, de James) que tensa la cuerda porque desea ser capturado y castigado, más aún tras la llamada con Kim. Ay, tantas voces internas debatiendo.
-Volví a ver el 2.8. de la serie madre, aquel desternillante episodio en el que aparece Saul Goodman por primera vez. Quería comprobar hasta qué punto los creadores solapaban los dos universos cuando al final del 6.11. de Better Call Saul concluyen con Goodman visitando el instituto donde da clase Walter. No recordaba lo mefistofélico que es Saul en esta frase de diálogo que anoté al revisitar aquel mítico episodio emitido en 2009: “Con unos buenos consejos y la presentación de las gentes adecuadas (…). Usted tiene algo especial. Y me gustaría formar parte en ello de forma discreta y silenciosa. Así que si quiere ganar más dinero y conservar el que ya tiene, ¡mejor llame a Saul!”. Walter se bastaba para ir descendiendo a los infiernos, sin duda, pero tener a su alrededor gente que le empujara, ayudó, ¡vaya que si ayudó!
-En una serie tan visualmente cuidada, no me convenció la balacera entre Gus y Lalo en el laboratorio por construir. Lo del arma de Gus estaba plantado, sí; mi problema era con la iluminación de una secuencia tan crucial para esa trama. Liquidar a Lalo Terminator Salamanca exige transparencia narrativa y visual para palpar las llagas.
-Por cierto, si uno vuelve a ver ahora el mítico episodio de la mosca, como que la lectura puede adquirir connotaciones mucho más siniestras.
-Hablando de moscas, la esperada reaparición de Walter y Jesse no ha sido para tanto. En puridad, tampoco podrían aportar grandes novedades, puesto que su historia ya la conocemos y mejor ser comedidos antes que traicionar caracteres (ejem, Kenobi, ejem). Las escenas del dúo dinámico, pues, refuerzan algún detalle emocional (el énfasis en la villanía de Walter) o apuntalan leves elementos de la trama (la caravana que empieza a fallar antes de pasar cuatro días fuera, la noche juntos mientras Ed les “aspira” una nueva identidad). Quizá por eso la secuencia de las estrellas invitadas que me ha parecido más sabrosa ha sido la de Pinkman compartiendo charla y pitillo con Kim, en el fantástico penúltimo episodio, escrito y dirigido por Vince Gilligan. Lo que me cautiva es, en especial, el detalle de esa lluvia incesante. Tiene su explicación simbólica. El capítulo en inglés se titula “Waterworks” (“Riegos y depuraciones” en Movistar), un término que hace referencia tanto a una depuradora de agua como a llorar lagrimones. Ese doble significado se refuerza con esa inédita lluvia, como si la pose de esfinge que caracteriza a Kim anduviera prefigurada en esa tormenta. Minutos después, ya en el bus, son sus lágrimas las que inundan la pantalla.
-Los fans de la serie habrán reconocido multitud de alusiones a Breaking Bad durante esta temporada, más allá de las evidentes apariciones estelares. Mi referencia favorita, por su simbología trágica, es la reaparición del cuadro en el que un padre se aleja remando de su familia. Aparecía en dos episodios de Breaking Bad, en la segunda y la quinta temporada; aquí decora el hotel donde Kim y Jimmy se refugian tras el asesinato de Howard; minutos después, Kim acelerará el advenimiento de Saul Goodman en esta memorable conversación: “Separados somos aceptables; juntos somos veneno”. Como en el cuadro, ella rema para alejarse. ¿O será él?
-Por cierto, aquí recopilan unas cuantas autorreferencias del último episodio a las que merece la pena echar un vistazo.
-¿Qué fue de Nippy, demonios?
-Concluyamos con la belleza visual de la serie, amigos. ¡Hasta siempre, Albuquerque!
Liva
Qué excelente reseña, gracias por compartirla, preciosa y completa, felicitaciones
Sergio
El final de la serie no se puede comprender si el público no alcanza a ver el capítulo donde White (el profesor} mata a Héctor salamanca y a Gustavo (juntos) con una bomba casera en el sitio de inválidos donde alojan a Héctor. ¿Alguien sabe en qué otra serie aparece Kim (Rheea H.)?… Saludos
AlbertoNahum
Ha aparecido como episódica en varias series conocidas (incluso tuvo un arco de cinco episodios en Veep), pero su papel más conocido y potente ha sido, sin duda, este te Better Call Saul.
Flames
Vaya, no la recuerdo en VEEP….. a mí es una actriz que me recuerda a actrices del Cine Clásico, como Gloria Grahame….. pero sobre todo a Theresa Russell.
Flames
Memorable artículo, digno del final de esta serie. Me gustaría comentar sólo dos cosillas…..:
.- Durante toda la serie he ido pensando que Kim iba a salir muy malparada al final de la serie….. vamos, que la mataban. Y eso era en parte porque pensaba que la serie iba a hacer mucho hincapié en el enlace de BETTER CALL SAUL con BREAKING BAD. En cambio, muy inteligentemente, el cierre de esta serie lo que hace es mostrarnos el destino final de Saul Goodman y de Kim Wexler tras BREAKING BAD.
.- Querría destacar un hecho que me parece de lo más interesante, y es cuando Walter White le espeta a Saul Goodman: “O sea…. que tú siempre has sido así”. Me parece una frase demoledora, de lo más definitivo de esta serie que nos muestra a un Saul Goodman siempre tonteando con saltarse la ley. A mí me dejó noqueado la frase. Y es precisamente tras esa escena cuando se ve a Saul Goodman en el avión empezando a planificar su redención.
MOlinos
Muy buena reseña casi tanto como la serie 😉