La mítica película de los ochenta se ha manoseado como referente para esta nueva aventura espacial ambientada en el universo galáctico. La jugada es doble: apelar directamente al público infantil, por un lado, pero también acariciar la nostalgia de sus padres. Así, Tripulación perdida se convierte en la propuesta más explícitamente familiar de la franquicia que Star Wars está desplegando en Disney.
El problema es que la marca anda dañada, hasta el punto de que cada vez más voces –críticas y empresariales– cuestionan la continuidad de los relatos derivados del épico universo creado por George Lucas. Puede que la vaca no dé más leche, ya sea por errores creativos o por excesos ideológicos woke. The Mandalorian tuvo dos temporadas estupendas, pero se despeñó en la tercera; Kenobi ensució retrospectivamente la grandeza de un personaje; El libro de Boba Fett y Ahsoka no obtuvieron la resonancia esperada; y The Acolyte fue el último ruidoso fracaso. Tan solo Andor, −la más noir, la más alejada de la fórmula− ha contado con el respaldo entusiasta de los fans.
¿Se puede unir Tripulación perdida a las miniseries que van a salvar los muebles del imperio galáctico?
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