Deberían prohibir ver Wilfred si uno no va hasta arriba de maría o setas alucinógenas. Por ambientarse, más que nada, y no hacer la vuelta de reconocimiento en plan canelo. El pacto de lectura también exige sus pipas de la paz y uno debe llegar fumado a su primer encuentro, en armonía con este canino y su amo suicida.
La serie es un mojito lisérgico, gamberro y muy pasado de vueltas. Pfff, ¿qué esperar con esta premisa tan delirante? Tanta originalidad hace del piloto un artefacto divertido y muy fresco. Pero, como intuíamos, la gracia del perro golfete se agota en el capítulo 6 ó 7, tras la hilarante masacre de milagros en el hospital. El despendole surrealista tiene dislocaciones sociales muy graciosas y alcanza su punto de nieve cuando habla de la densidad de The Wire o parodia el final de Lost (el mejor gag de la season finale). Pero. Pero.
Pero el humor empastillado acaba cansando. Caduca rápido.
Sin embargo, en el sprint final de la temporada, Wilfred supera su propia fórmula y comienza a romper sus costuras. Ahí rezuma inteligencia. Porque la lectura psicológica del asunto -psicopática, para ser más exactos- trasciende el juego de Dr. Jekyll y Mr. Hyde, de Pepito Grillo cabrón, para redondear unos personajes con más carne que hueso.
(A partir de aquí, espoilers).
Recapitulemos.
Toda la serie es una venganza del yo. Un ego amputado, reprimido, que encuentra en Wilfred -el yo oscuro de Ryan, es decir, el “ello” en jerga freudiana- una espita por la que dar salida a sus placeres e instintos más primitivos, ahora sedados. ¿Se acuerdan de El club de la lucha? Pues algo así, cambiando a Tyler Durden por un chucho en pijama. Pero lo curioso es que lo ocurrido en el estupendo último capítulo atribuye a Wilfred mucha más competencia moral que a Ryan. El perro advierte de lo reprobable de las acciones de Ryan, le hace consciente de su propia personalidad y hasta se sacrifica por él. Hyde y Jekyll se han cambiado los papeles. Y esos esguinces siempre saben crujientes.
La propina: hasta Elijah Wood parece un actor consistente, más allá de la estampa hobbit o teen-star.
Además: el irresistible acento austrialiano de Jason Gann.
La puntilla: esa puerta del sótano que no se abre, emulando el más puro estilo M. Night Shyamalan; más allá del golpe de efecto, no es un final tan raro ni inesperado. Por Tutatis y por Freud, ¡¡que el tipo hablaba con su perro!! ¡Lo lógico sería que se diera cuenta de que todo era una pantomima producto de su mente enferma! ¿no?
La conclusión: a pesar de sus tramos cansinos, hay material cómico (y dramático) suficiente para que yo quiera más de estos tipos el año que viene. Llevaré la pipa encendida.
OsKar108
A lo tonto a lo tonto yo también he ido viendo la temporada entera, y me lo he pasado bastante bien a ratos. Además me ha gustado bastante el último capítulo, así que probablemente vea la siguiente temporada.
¡Saludos!
Ivette
Yo también estoy enganchada.