Echo de menos las conversaciones con mi padre sobre tetas y espadas en los Siete Reinos de Juego de tronos; quizá algún día. Mi mujer y yo nos acordamos de los Taylor cada vez que abrimos un Rueda y charlamos del amor y sus demonios. A la hora de los baños y la cena mi casa es mucho más excitante que el hogar de los Jennings en días de amenaza nuclear en The Americans: cuatro adorables cabroncetes dan más trabajo que cualquier vecino de la CIA, lo juro por Gorbachov. Soy profesor, aunque me temo que nunca amasaré una fortuna de cristal como la de Walter White; tampoco tengo especial interés en ingresar en la cofradía del cangrejo, para qué engañarnos. De mayor quería ser Philip Marlowe, para poder achantar a un par de tarugos mientras mastico los hielos de mi whisky; hoy me conformaría con una vacilada verbal a lo Raylan Givens y, si acaso, un sorbo de Isostar. Pienso, con Fargo y con Chesterton, que el optimismo es racional y constituye la verdadera rebeldía: “El pesimista regenta un negocio tan ruidoso como el de un tabernero”. Los Botwin, los Pffeferman y los Draper me recuerdan la suerte que tuve de crecer en una familia numerosa de provincias; ¡la cotidianidad está tan infravalorada! Adoro The Good Wife porque me motivan las guerras culturales y me descojona Ricky Gervais dada mi alergia a las identidades colectivas y mi cansancio con la corrección política, hijas ambas de un mismo dios. ¿Y por todo eso escribo?
Escribo, básicamente, porque me gusta. Porque me encanta darle a la tecla y porque me pirran las series de televisión. Que esto sea un hobby me otorga mucha libertad (y, ejem, mucho Guadiana). En todo caso, así es más fácil llevar la contraria: tanto para meterle el dedo en el ojo a la crítica de ceja alta como para enfadar a los talifanes. Pero tampoco aspiro a pegar patadas en la espinilla de manera obsesiva, como en aquel sketch de Faemino y Cansado: “Doctor, me quiero suicidar, mi vida no tiene sentido. Soy crítico de cine… ¡y me gustan las mismas películas que a todo el mundo!”. No. Mis deleites son bastante corrientes. Escribo habitualmente para compartir asombros, para diseccionar lo que me emociona, para darle la vuelta al tópico calcetín ideológico o para reivindicar felicidades de sofá y mantita.
Ya dispongo de otros ámbitos donde todo discurre por un terreno mucho más académico y engolado: colaboraciones en libros colectivos, artículos académicos en revistas tan sesudas como minoritarias, un libro sobre Martín Patino, otro sobre Ross McElwee y la edición del Emotions in Contemporary TV Series, mi ascensión a la Champions. Para oxigenarme, mis excursiones fuera de la torre de marfil pasan por JotDown Magazine, la radio con Javi Nieves, entrevistas en tele, colaboraciones con Aceprensa y Nuestro Tiempo, y un rosario de cursos y conferencias. Es una mochila cargada. Supongo que para poder parafrasear a Neruda, sin remordimiento, antes de tener que cruzar hasta la otra orilla.
Si antes de que las series pasen definitivamente de moda quieres ponerte en contacto conmigo, puedes hacerlo por correo-e en albgarcia(a)unav.es. Si te apetece disparar al pajarito, apunta a @AlbertoNahum y a @diamantesblog. Si es una urgencia, entonces marca el 112.