El relato complejo y el círculo virtuoso

Como Madrid nos pilla a desmano a los de provincias, nos confiamos al refranero: “Si Mahoma no va a la montaña, la montaña va a Mahoma“. O al revés, que nunca me aclaro. El Festival de Series que organiza Canal Plus es algo así como La Meca de la ficción televisiva hispana. Pena no poder peregrinar una vez al año.

Como penitencia, Pilar (@pilartaratoruga) me solicitó esta colaboración para su blog, nutrido con colaboradores ilustres. Acá abajo la republico.

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El relato complejo y el círculo virtuoso

Basta echar un vistazo a este impresionante infográfico para certificar la complejidad que ha alcanzado la ficción televisiva. The Wire: 127 personajes, 5 temporadas, 60 horas. Un gigantesco fresco de relaciones y sucesos. Una arquitectura narrativa que entronca con Balzac. Homero en Baltimore y los dioses “lanzando rayos y relámpagos y pateando el culo de la gente”. Un espejo al borde del camino que refleje la vida… y la muerte.

Algo similar ocurre con Juego de tronos, una colmena de personajes, relaciones amorosas, alianzas políticas, linajes familiares y conflictos marcados a sangre y fuego. O, desde una esquina opuesta, la complejidad también puede nacer del minimalismo narrativo, de relatos donde el “cómo” se impone al “qué”, como In Treatment o Mad Men. Ambas cuecen sus tramas a fuego lento, buscando el gesto revelador, el asomo de una mirada, privilegiando, al fin y al cabo, la reacción sobre la acción y el conflicto dilatado en la herida del tiempo.

Lo subrayaba Robert McKee, gurú del guión canónico. “Tony Soprano es mucho más complejo que Hamlet”. ¿Por qué? Porque  la pequeña pantalla puede ofrecer 100 horas para desarrollar una historia, lo que permite multiplicar los dilemas a los que se enfrentan los personajes, regodearse en tiempos muertos, caracterizar mediante lo anecdótico, ahondar en las tensiones entre vida profesional y vida personal o, simplemente, jugar con las propias costuras del relato, como hacen Lost o Fringe.  Continúa McKee: “Creo que el nuevo estándar para las grandes historias será de cien horas y para eso los escritores tendrán que desarrollar personajes muy complejos que sean capaces de sostenerse durante cinco temporadas, a tal punto que en el quinto año ese personaje tome decisiones que no hubiera podido tomar en los cuatro años anteriores”.

En ese punto anda Walter White con su salvaje huida hacia el abismo en Breaking Bad. Coloreando el gris moral, tan fértil como semilla dramática, se ubican los grandes antihéroes que han hecho de la serialidad contemporánea una conjunción perfecta entre arte y entretenimiento. Drama rompedor que enfrenta a sus personajes con el muro de su conciencia.. y la nuestra. Vic Mackey en The Shield no es simplemente un poli corrupto;  el salvaje James Darmody de Boardwalk Empire pasa, en el fondo, por ser un animal herido; y Nicholas Brody aspira a la absolución en Homeland porque ha regresado tras una temporada en el infierno.

Cuando David Simon bramó su ya célebre “fuck the average reader” ante Nick Hornby simplemente estaba definiendo, sin saberlo, la última época de la ficción televisiva. Una etapa donde esta perfecta máquina de contar historias ha aprovechado de manera perspicaz todas las posibilidades del relato televisivo, habituando así al espectador a unos estándares mucho más rigurosos. Un círculo virtuoso que, en lugar de joder al espectador, ha logrado justo lo contrario: convertir la complejidad narrativa en moneda corriente.

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Cortesías (“El canon bloguero y la crítica de series de televisión”)