Southland nunca ha sido una serie perfecta, de acuerdo, pero pocas han podido ganarle en intensidad y carisma. Durante cinco temporadas, el espectador ha sufrido con un puñado de personajes cuya profesión es vivir al límite. Ejercer de escudo. “Nuestra peor pesadilla es simplemente su miércoles“. Tipos que necesitamos ahí, en primera línea de batalla, para poder levantarnos cada mañana con la tranquilidad de que el lechero llegue hasta el rellano, el semáforo se ponga en verde y nuestros niños jueguen en los columpios.
La gestación del éxito artístico de Southland es conocida: una temporada en la NBC, otra de transición en TNT y, a partir de su tercer año, una licenciatura con sobresaliente. 30 capítulos viscerales (10 por tanda), con tramas enrabietadas, cámara al hombro, calor angelino, demonios internos, actores fuera de serie y esa necesidad del policíaco por escupirle al espectador y dejarle planchado. Con una estrategia narrativa sin parangón, además, como detallaba en mi anterior crítica de la serie: breves viñetas del día a día, casos de la semana y arcos argumentales de toda la temporada para cada uno de los protagonistas.
Con este esqueleto narrativo, Southland ha regalado una quinta temporada que, con toda probabilidad, será la última. Eso sí, se despide con dos orejas y rabo. Con una de esas patadas en el estómago que donde realmente duele es en el corazón.
(A partir de aquí, espoilers)
A esta quinta temporada le costó arrancar, con un par de capítulos mal engrasados: Sammy muy patoso emocionalmente con su ex, Coop aburrido con su novato de conveniencia, la agobiada mamá Lydia… Por suerte, pronto adquirió velocidad de crucero. El tramo que va del 5.4. (“Under the Big Top“) al 5.10. (“Reckoning“) ha sido para enmarcar: acción al límite en la jungla de asfalto, camaradería policial, lealtades traicionadas, pugnas emocionales (amorosas y familiares) y, por qué no decirlo, unas cuantas dosis de humor para rebajar la aleación (*).
(*) Dewey suele actuar como solvente alivio cómico, sin embargo, mi carcajada favorita es aquella en la que un tipo en calzones llama a la policía, asustado por el sadomasoquismo extremo de su ligue. Claro, cuando en medio de la “fiesta” llegan los polis vestidos con uniforme y dispuestos a esposar a la insaciable señora… como que ve su sueño hecho realidad, jaja.
La tensión se ha ido amontonando hasta alcanzar su cenit en el imponente 5.9. (“Chaos“), una revisitación de la novela de no-ficción (ese animalito, luego convertida en película) The Onion Field. Se trata de un capítulo inusual porque casi todas las historias, en lugar de guerrear por su cuenta, convergen en el secuestro de Lucero y Cooper. Dos hombres despojados que rezan y ese latigazo inesperado de la trama que supera, incluso, al ya memorable linchamiento de Nate Moretta, allá por “Code 4“.
Uno, entonces, puede casi masticar la desesperación del personaje interpretado por Michael Cudlitz, uno de las mejores interpretaciones televisivas de los últimos años. Un personaje apaleado hasta por sí mismo. Una tragedia andante, capaz de ser un héroe en las calles, jugarse el pellejo por un niño, meterse debajo de un autobús para consolar a una moribunda, rescatar del suicidio a un viejo amigo (las conversaciones con Gerald McRaney han sido de lo más punzante del año), pero no de hacer las paces con su yo íntimo. Atormentado por su sexualidad, su corazón, su pasado, su futuro… Quizá solo quiera intentar volver con su esposa y ser padre para marcar una diferencia con lo que él recibió (**).
(**) La relación con su ex-esposa ha sido sorprendente, pero muy humana. También resulta muy lógico su intento por ser padre y crear una familia; lo que me chirrió en el último capítulo, es la forma tan malvada que su esposa tiene de decirle que jamás tendría un hijo con él. No era la dinámica en la que estaban; no cuadra con el personaje.
De hecho, al final del camino Southland ha revelado un interés por el concepto de familia del que carecía antes. Excepto Ben Sherman (***), el resto de protagonistas han luchado durante todo este año por encontrar ahí una estabilidad a la que agarrarse, ante un trabajo tan desquiciado -y a ratos tan inhumano y depresivo- como el de policía. La familia como refugio. No para Coop, un tipo sin redención.
(***) El eslabón débil del año ha sido Ben Sherman. El paso al lado oscuro que inició el año pasado tampoco ha cuajado ahora. No es solo lo extraño de sus relaciones amorosas, sino, sobre todo, ese torpe paso para robar la cámara de la casa de Sammy. La tensión entre ambos ha resultado magnífica, con ese bíblico final a palos, pero la justificación narrativa anduvo cogida por los pelos.
De este modo los personajes han completado su maduración -profesional y vital: la serie las entremezcla siempre- y, como suele ocurrir al tirar los dados, a unos les sale par y a otros impar. Es una pena y deja al espectador con una sensación de desasosiego difícil de digerir. Mas es coherente: Southland es una serie que quiere a sus personajes, que se afana para que estemos de su parte y comprendamos -a veces, incluso, que absolvamos- sus motivaciones. Sí. Pero desde su punto de partida sabíamos que el happy end no era una posibilidad generalizada porque… porque el partido está amañado.
Como escribía John Sumser en su análisis del género, el policíaco contemporáneo supone la actualización de la narrativa de la frontera, una suerte de evolución del sustrato ideológico del western: quién aplica el monopolio legítimo de la fuerza, cómo se defiende una comunidad política de las amenazas contra su orden, qué límites tiene la justicia y la libertad y, ay, cómo lidiar cuando el vigilante corrompe su mandato. Preguntas no aptas para quienes ven el mundo en un latoso blanco y negro y aspiran a que la naturaleza humana venga con libro de instrucciones. No. Ni todo el mundo es bueno ni la libertad nos viene dada de forma gratuita. La vida es complicada y en la defensa de una sociedad libre la gran puñeta es que los criminales pueden meter goles en las dos porterías, jugar con trece y comprar al árbitro; además, juegan siempre al ataque. La policía, sin embargo, solo puede defender… y sin salir de su área.
Por eso la mayoría de policías son héroes, héroes trágicos. Como John Cooper y el resto de retratos -tan cariñosos como desgarradores- que esta estupenda serie que es Southland ha dibujado. Los polis no pueden ganar la guerra, tan solo ir conteniendo el avance del enemigo. Porque son guardianes de una frontera en movimiento perpetuo.
mackey
¡Brutal la segunda mitad de esta temporada, brutal de verdad! El desasosiego que me produce esta serie no es ni medio normal, sabedor, como nos han demostrado en anteriores ocasiones, que en cualquier momento pueden enviar al otro barrio a cualquiera de los personajes de la serie. El capítulo centrado en el secuestro de Coop y Lucero es simplemente asfixiante, realmente aterrador y pesadillesco. En cualquier otra serie en una circunstancia similar la tensión no se eleva a los niveles a los que llega Southland, ni de coña. El universo retratado te fija unos precedentes donde la impredecibilidad es un pilar fundamental en el relato, de ahí que la sensaciónsea de agobio e intranquilidad constante. Pero lo que marca la diferencia con otras series es la autenticidad, con esa cámara al hombro como estandarte y unas actuaciones al borde de la veracidad más absoluta. Esa respiración, esa dichosa respiración donde se transmite el miedo que sienten, lo acojonados que están mientras cumplen con su deber. Southland es eso, una minuciosa disección de los miedos que ocupan las almas no solo de unos policias en una de las ciudades mas peligrosas del mundo, sino de seres humanos que intentan salir adelante en el caos y la locura diaria que les invade.
En cuanto a la temporada, es cierto que la evolución de Sherman tampoco ha sido la mas sutil del mundo, pero no me chirria para nada. Además la relación que ha tenido con Sammy siempre ha sido un tira y afloja constante, es conocedor de la inestabilidad de éste, por lo que tampoco me extraña su patosa inmersión fuera de la Ley. Todo ese asunto me ha recordado, vagamente, a los malabares que hacia Vic Mackey en cada capítulo.
Sobre Lydia, qué decir de esta mujer que me tiene enamorado. Joder, es que me gusta casi todo en ella. Hasta su forma de correr. La empatia es lo que la singulariza, más aún desde que es una sufrida madre. Su participación en el caso de Coop me ha encantado, demostrando que es una mujer inteligente y de armas tomar, pero sin aires de reconocimiento. Una detective de los pies a la cabeza.
Y lo mejor, como viene siendo habitual, nos ha venido de la mano de Cooper, el mejor policia de uniforme de L.A. Todas la viñetas (como hábilmente has bautizado) que ha protagonizado han sido prodigiosos, dando lecciones tanto policiales como humanas en cada caso en el que ha intervenido. El arco final no ha hecho más que darle un dramatismo si cabe mayor a su personaje, haciéndonos participes de su sufrimiento emocional con la excelente interpretación de Cuditz, injustamente olvidado cada vez que hay nominaciones.
En definitiva, si no renueva, se nos ha ido una de las mejores y mas infravaloradas series de los últimos años. Me va a quedar un gran recuerdo de esta gran serie.
Seriálicos Anónimos
Reconozco que Shouthland no ha terminado de engancharme, entretenida sí, pero para mí no ha resultado adictiva. El personaje que más me ha gustado ha sido Cooper. La pareja Sammy-Sherman no me ha convencido del todo. Sammy a veces estaba muy bien y, otras veces, me ha resultado pesadico: ¿cómo es posible que un policía acabe tan paranoico con su ex-esposa? Chico, puerta y se acabó…
Lo que más me ha gustado de la serie era el comentario en off de cada inicio, con eso casi me bastaba 🙂
Gracias por la crítica, aunque no me ha parecido tan brillante.
S.A.
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