Quizá, cuando miremos la muerte a los ojos y estemos afrontando nuestro último suspiro, podamos soñar que la realidad fue otra. Que agarramos las rosas mientras pudimos y nuestra existencia fue más dichosa. Que el mal que causamos encontró consuelo y redención. Quizá el perdón fuera la única forma de estar de nuevo enteros, de completar el yo. Porque la paz interior es un atardecer en un vagón de tren, un porche familiar y luminoso -ajeno a la melancolía Hopper-, un niño jugando a caballito y tu esposa acercándose con una sonrisa.
Ay, quizá.
La realidad es muy otra y cabalga a ritmo de blues: el pecado reclama su penitencia y escapar ya no es ni siquiera una ecuación que se pueda despejar. El destino moja su pluma en sangre… Y la sangre llama a la sangre en un círculo infernal que parece no tener posibilidad de quiebra. “Papá, ¿esto es lo que somos, no?”, clama el vástago de Eli.
Esta cuarta temporada de Boardwalk Empire ha optado por el camino difícil. Y eso, en un momento donde la crítica de ceja alta y morro torcido no cesa de proclamar la defunción de la vigesimoquinta edad dorada de la televisión, es una excelente noticia. Terence Winter y los suyos no se apoltronan, sino que exploran nuevas comarcas narrativas, emocionales y, por qué no decirlo, también políticas. Con una abrumadora confianza en su propia pértiga.
En primer lugar, desde el punto de vista narrativo, Boardwalk Empire ha roto la inercia de sus temporadas anteriores, donde el último cuarto pegaba un acelerón (sangriento) para abrazar todas las subtramas de una peripecia narrativa siempre con overbooking. En esta ocasión ha habido un mayor equilibrio rítmico y la serie no se ha despedido con el boom habitual. Deadwood o The Wire lograban dominar semejante caudal narrativo -entre otras cosas- gracias al pegamento geográfico y The Sopranos al hacer florecer toda la peripecia en torno a Tony. Boardwalk Empire pelea desde la trinchera opuesta, en una táctica más cercana a la estructura dispersa de Game of Thrones. Aquí se combinan cuatro ciudades distintas (Nueva York, Atlantic City, Cicero y Tampa… más algunas escapadas campestres), decenas de personajes y tramas que van dándose tímidamente el relevo, confluyendo en ocasiones de forma casual (¡Miss Schroeder!). Sin embargo, esta aparente anarquía -que ha debilitado a la serie en años anteriores- se ha tejido esta vez con una emocionalidad mucho más orgánica, siempre conjugando los tres grandes temas que cementan todas sus tramas: la alienación de los lazos familiares (hasta el divertido Van Alden tiene que reconstituir su esfera doméstica), la pasión incontrolable (hasta un témpano como Rothstein tiene su talón de Aquiles) y la crisis de identidad (hasta un pragmático voraz como Nucky siente deseos de abandonar). Todos los grandes conflictos de la serie combinan ese triángulo y el destino funesto de muchos personajes acaece cuando alguno de esos tres vértices se reprime en exceso o se desboca impetuoso.
(Espoilers de la cuarta temporada a partir de aquí)
En segundo lugar, como decíamos, Boardwalk Empire ensancha sus territorios emocionales porque la serie ha alcanzado este año unas cotas de melancolía y romanticismo trágico difícilmente igualables, más aún en un entorno ultraviolento y de gatillo fácil como es el cine de gángsters. Personajes como Chalky White, Gillian Darmody, Eddie Kesler o el propio Richard Harrow se han añadido una capa de pintura gracias a unas subtramas levantadas sobre el coste del amor y su eventual imposibilidad. El amor duele; el amor mata. Una de las críticas habituales a la serie era la frialdad: un celofán exquisito para un producto que, ante la presión de tener que emular la grandeza autoconsciente de Deadwood o Los Soprano, acababa reclamando más vida, más juego subterráneo, más Mad Men, para que nos entendamos. Menos plomo y más miradas. Más silencio. Esto es: la escuadra y el cartabón funcionaban, la paleta de colores también, pero en las últimas pinceladas siempre quedaba la sensación de que los personajes eran meros figurantes de un lienzo que solía acabar como el rosario de la aurora. La emoción seguía a la explosión, no la precedía.
La entiendo, pero nunca he compartido esta apreciación. Precisamente porque reivindico la temporada como unidad de medida, he defendido en críticas anteriores que la clausura narrativa también empujaba el clímax emocional… porque así está diseñado en un relato largo por entregas, más aún en el sorbo premium. Pero sí es cierto que si otros años la sutilidad emocional asomaba por los márgenes del relato (Harrow, siempre Harrow), este año ha procurado centralidad desde que los borsalinos saltaron al césped. Casi todas las subtramas han ganado sabor adobando la clásica contradicción interior entre “tener” y “querer”, es decir, el mito del eterno imposible entre lo que uno es y lo que desearía ser. El capitalismo y la corrupción como metáforas tanto sociales como íntimas; el sueño americano como espejo deforme.
Y por eso, también, el final -tan inusitado, casi “anticlimático” en comparación con balaceras anteriores– multiplica su puñetazo emotivo: todos los personajes adquieren tonalidad de figura griega, de deseo en permanente fuga. El fatum se revela cruel con Gillian, esa mantis que se hace ferozmente humana a los ojos del espectador cuando relata cómo la desvirgaron con 12 ó 13 años. Ahí -y no en tal o cual somanta de palos- es donde el relato duele y punza el alma. ¡Si hasta nos encoge el corazón la cruel efectividad Pinkerton! Pero, ay, al fin y al cabo Gillian era un ser despreciable, siempre podemos blandir el comodín de la justicia poética. Más triste resulta la patética reivindicación que Eddie Kesler -el bueno de Eddie– hace de su propia sombra. No es solo que el pasado regrese para cobrar su deuda, sino que la tormenta traía consigo la agonía de la culpa. Mejor huir… una última vez y para siempre. ¡Glups!
Pero la herida más sangrante es la de Richard Harrow, el personaje más emblemático de la serie. El único héroe, incluso con la profilaxis que hay que emplear en una serie donde el término siempre viene aspirando la hache. Su adiós -alucinado, melancólico, samurái- quedará grabado en la memoria seriéfila, por encima del de James Darmody. Allí hubo prosa de choque, aquí lirismo. Entonces se buscaba romper la cintura, ahora, con Harrow, era la escotilla que el relato anticipaba desde aquella parálisis en la casita de campo, junto a su hermana, con ecos de El cazador. Ese plano de la mano ensangrentada y la máscara en el suelo… Pero no por esperada es menos devastadora su muerte. La sencillez formal -la belleza masticable- con la que está rodada y montada hace que su último delirio adquiera la categoría de poema. El sonido de las olas del mar es la coda amarga para que el espectador encaje el golpe durante la segunda navegación.
En ambos casos –Darmody, Harrow-, su muerte hace germinar todo el humus que hace posible entender los “felices años 20”: tanta alegría era, simplemente, un antídoto contra la locura, contra la muerte en vida de toda una generación. Tanta brutalidad, también. A estas alturas del partido, la sobredosis de tibias rotas empieza a resultar molesta, pero entiendo que forma parte del paisaje y del peaje. Porque ni el salvaje duelo entre el desquiciado Chalky y el viscoso Purnsley (nunca una dentadura se mereció un Emmy a mejor secundario), ni la insana lucha grecorromana de Eli y Knox aportan chicha narrativa o dramática, más allá de conseguir que apartes la mirada. El relato ya destila esa fragilidad inminente, de violencia a punto de saltar por los aires, sin necesidad de tanto quebrantahuesos. Porque esa es una de las consecuencias de una serie que apostó, de manera radical, por el “efecto Reichenbach“: el espectador sabe que cualquier personaje puede diñarla. Lo raro, de hecho, es que Nucky no disparara a Eli o que el odio entre Chalky y el Dr. Narcisse les permitiera a los dos seguir con vida.
La inclusión de este último ha estado entre lo mejor que ha hecho Boardwalk Empire desde su debut, más aún sabiendo que ha sobrevivido a la etiqueta de “villano de temporada”. Su flemática oratoria, su porte aristocrático, su maquiavelismo estratégico y su grandeur racista han hecho del personaje interpretado por Jeffrey Wright una de las golosinas del año. Con él, además, la serie se ha vuelto más política que nunca. La corrupción ya no es solo transversal, sino que además empieza a jugar con los delirios colectivistas y el ajedrez social. Ahí andan prefigurándose no solo los populismos de los años treinta, sino que anida también, agazapado, el terremoto del 68. La prometedora emergencia de un J. Edgar Hoover -otro “héroe” repleto de contradicciones- anuncia que el estado se afanará en devolver el golpe, muchas veces empleando las mismas armas. El fascinante, eficaz y lunático Knox así lo atestigua.
Boardwalk Empire sigue batiéndose duro para contrarrestar su mayor maldición: la de sus propias expectativas. Sin ser -o, quizá, precisamente por eso- la temporada más entretenida ni la más enérgica, esta cuarta entrega ha logrado refrescar la propuesta sin modificar la horma. Ha ganado en sutilidad y en complejidad psicológica, otorgando a la serie el último gran salto que le quedaba: que el espectador sufra con el alma de los personajes, en carne viva, como si nos fuera la vida en ello.
Un salto que se coronó con esta última lágrima por Richard Harrow:
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Otras consideraciones:
-El personaje de la estupenda Patricia Arquette -entre pendenciero y sexy- ha sido clave para ampliar la geografía emocional de Nucky. Un de tú a tú. Pensando en siguientes entregas, los guionistas han dejado que Margaret siga revoloteando por la trama (estaba embarazada durante el rodaje, pero sí es cierto que su personaje, agotado dramáticamente tras la debacle del año pasado, reclamaba segunda fila), pero no parece que su misión sea romántica, sino como pieza de venganza. Sembrando, que es gerundio.
-Quizá la trama más floja del año haya sido la del hijo de Eli. En sí misma ha resultado tópica y bastante aburrida. Sin embargo, ha compensando por la cantidad de vías de agua que ha abierto en la familia Thompson, tanto la profesional como la de sangre. Eli sigue siendo tan interesante, entre otras cosas, por su hijo William.
-Al inicio de temporada tuve muy malas vibraciones a partir del lío sado-racio-sangriento en el que se mete Dunn Pursley. Por suerte, aquello no dio más de sí y la alianza con Dr. Narcisse (y la heroína) han hecho mucho más interesante el tóxico papel interpretado por Erik LaRay Harvey.
-Uno de los aciertos de la serie proviene de su mezcla de personajes y eventos reales con los inventados por los guionistas. Es lo único que otorga inmunidad a ciertos personajes, en una serie que, como hemos dicho, hace de la fragilidad un estado vital. Por eso es tan frustrante saber que el lunático de Capone (hay que reconocer que Stephen Graham lo clava) nunca va a entrar en fuera de juego. ¡Con las ganas de que un Van Alden le meta un tiro en la cabeza…!
-Me declaro fan incondicional de Mueller-Van Alden. Uno no está seguro si es Dios gastándole bromas cósmicas o su buen corazón emparedado entre serpientes, pero el pobre tipo -entre el síndrome Asperger y la culpa mórbida- siempre vaga por el ojo del huracán, sin comerlo ni beberlo. Se ha convertido en el auténtico alivio cómico del show (quizá con el cansino Mickey Doyle, todo un superviviente, y el enigmático Means) y sus momentos de ira hace tiempo que son antológicos. Hace poco vi Take Shelter y, madre mía, está claro que Michael Shannon es un actor fuera de serie, con muchísimo recorrido aún.
-Qué delicia de canciones y qué portentosa voz tiene la actriz que interpreta a Daughter Maitland, otra que está pagando su factura al final de la temporada.
Mobius87 (@Mobius87)
La muerte de Harrow pese a ser esperable, es una de las más \”bellas\” (si que ese término vale) y mejor hechas que he visto en mucho tiempo. Van Patten de nuevo sabe como hacer muy bien las cosas.
marcbranches
Las cosas han llegado a tal punto que mi alegría ya no es por leer el siempre excelente análisis de Alberto, sino por leer sobre la serie. Alguna he escrito en Twitter que \”Boardwalk Empire\” es la mejor serie que a nadie le importa. No me refiero a las audiencias americanas, más o menos fieles, sino a la repercusión que tiene el show por aquí. Nadie habla de ella, los pocos que se animaban a comentarla se han bajado del carro por aburrimiento; conozco a un montón de gente (no especialmente seriéfila) que se harta de rajar de \”Homeland\”, de comentar \”The walking dead\” o de salivar por \”Juego de tronos\”; ha tenido muchísima más repercusión la muerte de un personaje de animación que la que has reseñado arriba, maldita sea.
OJO SPOILERS QUE SIEMPRE HAY ALGÚN DESPISTAO
Y sin embargo, la maravillosamente lírica muerte de Richard Harrow ha cerrado una temporada menos intensa que la tercera, menos sangrienta también, pero más equilibrada y más centrada en las emociones de los personajes. No se ha tomado tanto tiempo para construir la narración, y la parte final, como dices, no ha resultado la guerra con la que la serie ha jugueteado pícaramente (esa reunión de mafiosos organizada por el topo Eli prometía litros de rojo), sino que nos ha mostrado el final del camino emocional para algunos, y quizás el comienzo para otros. Se podría decir que la T3 ha sido más Gipsy Rossetti, y la T4 ha resultado ser más Valentin Narcisse (cada vez que le oía decir \”the libians\” me sacaba una sonrisa\”). AUnque si alguien ha recibido una atención personalizada este año por parte de Winter, sin duda ha sido Chalky White, el equilibrista de Harlem.
Para no resultar redundante con tu magnífico artículo y reiterar aspectos ya comentados, diré que uno (otro) de los grandes olvidados de esta serie, fuera de Steve Buscemi, es el casting. Todos, absolutamente todos, se funden en sus personajes. Ya has hablado de Stephen Graham, Jeffrey Wright o Michael Shannon, pero también se podría destacar a la hermosísima Gretchen Mol, o al camaleón Michael Stuhlbarg, o al siempre insatisfecho Shea Wingham (Eli Thompson)… o a los mafiosos que aparecen de vez en cuando, los Luciano, Masseria, Torrio o Lansky, cuyo intérpretes son capaces de hacer reconocibles a sus personajes a pesar de la poca cancha que reciben. Un reparto coral inigualable.
Nada más que decir, excepto para mí durante este tramo de año no ha habido mejor serie que \”Boardwalk Empire\”, y que la muerte de Richard Harrow ha sido uno de los momentos más líricamente desoladores que recuerdo en televisión. Saludos.
sturmj81
Gracias una vez Alberto por este gran análisis y por recordar entre tanta muerte de personajes, la lirica y triste muerte del bueno de Harrow, totalmente de acuerdo en lo de los numerosos frentes abiertos a lo Juego de Tronos y si Valentin Narcisse ha sido un gran hallazgo, Jeffery Wright, ha sido un gánster sutil y no tan violento a lo Scarface como Gyp Rosseti el año pasado.
El cautivo
Hombre, yo creo que acabar la temporada con uno de los momentos mas emocionantes del año nos encubre una temporada para mi gusto un Pelin decepcionante.
Creo que Boardwalk Empire ha caído esta temporada en mucha de las cosas que se les criticaba. La lentitud de sus tramas se ha vuelto a repetir este año, pero sin contar aceleron ninguno para los últimos capítulos. Si bien nos habían amagado un final a sangre y fuego (esa reunión orquestada por Eli, y la venganza de Chalky White) al final nos quedamos con un coitus interruptus en casi todas las tramas (ni Capone, Van Patten, Narcisse, White o Eli Thompson terminan sus tramas. Solo el clan Darmody parece finiquitar su trayectoria)
De la misma manera uno de los peros que le pongo esta temporada es que Nucky Thompson pasa de soslayo por ella. Después de lo brutal que fue sus decisiones en la segunda y tercera temporada. De lo efervescente del climas de ambas… Aqui no parece pasar por ningún momento de peligro real a su lado. Si, que la disputa entre negros le toca las narices vale, y que ve venir a Eli antes siquiera que hay salido también, pero esta lejos de estar en una situación desesperada. Siempre tiene la sartén por el mango (es mas. Yo creo que los guionistas perdonan la vida a Eli Thompson. Por o emular el Padrino II)
Y si. La serie se mantiene como uno de los pilares actuales. Es lo mas parecido a cine que se ve en televisión. Y seguramente ha servido Esta temporada para poner pilares significativos para las siguientes (los federales y Hoover sobre todo) Pero a mi la sensacion de bajón respecto a las dos temporadas anteriores no se me quita… Aun brindándome la maravillosa escena final
sara_c_t
Ahora si que si Alberto! Llevaba desde el principio de temporada esperando un tuit o un breve comentario por tu parte respecto a la serie, no me creía que no la estuvieras viendo!
Que relato, que interpretaciones a la altura de unos personajes llenos de dolor y miedo! Particularmente la temporada me ha gustado, ha servido para conocer personajes nuevos, y confirmar el sufrimiento del resto. Nunca sabes hacia donde va a girar la trama, y quien puede pagar el pato por ello (pobre Maybell, yo temblaba tanto como Harrow cuando vi esa escena). Respecto a éste, me quedo con la escena de su muerte, pero también con aquel \”amago de muerte\” que tuvo en el bosque, creo recordar que fue en la segunda temporada. Ahí nos ganó, ya le quisimos para siempre.
Que duro era estar en la mafia en los años 20!! Dolor y más dolor! Aquí nadie se salva, incluso el propio Capone tiene sus debilidades (su hijo sordo) y sus momentos de odio y rabia a causa del sufrimiento (muerte de su hermano).
Esta serie está en el bronce de mi particular podium!
Eli
Boardwalk es de las series que pasito a pasito va construyendo. Esta temporada menos intensa que la tercera tambien tiene ese lirisimo trágico que en vuelve a todos. nada mas ver el golpe de efecto de Harrow y de la excelente Gretchen Mol como Gillian. Nadie se lo veía venir. Soy de las adoradoras de Eli por encima de todo. es un personaje bien contradictorio que a mi me gusta más incluso que el propio Nucky que le vamos a hacer. Esta temporada brillante y dura, tambien opino que Michael Shannon es un actorazo y que su personaje Mueller-Van Alden es de lo más desconcertante.