Tras el capítulo de apertura de esta sensacional -francamente sensacional- segunda temporada de The Americans, mi mujer me apuntó algo que, precisamente por resultar plausible, se me antojó aterrador: “¿Y si los Jennings tuvieran que liquidar a su propia hija para evitar que Paige les dinamite la coartada?”. Es la nihilista lógica del espía y del fanático: todo queda supeditado a la causa. La Causa. Su matrimonio, sus hijos y hasta la propia identidad de Philip y Elizabeth no son más que un disfraz, medios para alcanzar un bien mayor. En teoría, siempre han “solventado” cualquier obstáculo que haga temblar su antifaz. ¿Por qué no el de Paige?
Lo que no podía yo sospechar es que los creadores optarían por el camino inverso. No el de unos padres que acaban con sus descendientes, sino el de un hijo que se cepilla a sus padres. Es lo que caracteriza a los totalitarismos: esa instrumentalización del individuo por un colectivo que, por definición, siempre es vaporoso. El Bien Mayor. La Causa. El Gran Salto Adelante. Sobran mayúsculas letales a lo largo de la Historia.
“Paige es vuestra hija, pero no es solo vuestra. Pertenece a la causa. Y al mundo. Como todos nosotros” (Claudia, 2.13.)
Con la revelación de Jared en los últimos diez minutos (lo que incluye la conversación con la gran Margo Martindale), The Americans asciende otro peldaño en esa tensión imposible que desde el piloto se respira entre patria y familia, mentira y verdad, disfraz e identidad, deber y querer, colectivo e individuo.
Durante esta segunda temporada, la serie ha conjugado todas esas derivadas de una forma ejemplar, con un crescendo narrativo que, de nuevo esquivando la pirotecnia (*), ha sabido atar todas las tramas en “Echo” (2.13.). A los creadores les ha ayudado dejar de lado las escaramuzas autoconclusivas para centrarse en resolver el misterio del asesinato de Emmett y Leane al tiempo que perseguían el último gran avance de la tecnología estadounidense: el de los aviones furtivos. El misterio ha generado una tanda de 13 capítulos compacta y cohesiva, dosificada con primor, que añadía una nueva fuente de conflictos a la ya atareada existencia de los Jennings. Mediante ese juego de espejos que tanto practica la serie, el horror de la matanza del 2.1. exponía -en carne viva, además- la mayor vulnerabilidad de los Jennings: sus hijos. Elizabeth y Philip están dispuestos a entregar su existencia por el Soviet Supremo, la dictadura del proletariado, el enemigo capitalista y blablabla. Todo menos lo único que jamás ha sido postizo en sus vidas americanas: el amor a sus hijos.
(*) El único bang ha sido descubrir el doble juego de Jared. Por un lado, resulta espeluznante descubrir la frialdad del chaval y su obcecación ideológica (¡y amorosa, no lo olvidemos!). Pero, sobre todo, el shock proviene de lo inesperado de la identidad del asesino. Larrick no mentía. En esta época en la que las teorías en internet hacen casi inexistente el concepto de sorpresa, hay que aplaudirles que nadie viera venir esa bofetada.
Por eso, a pesar de algunos detalles rimbombantes (**), funciona tan, tan bien la clausura de la temporada, porque explicita -al tiempo que sugiere una interesantísima línea de acción para la tercera temporada- uno de los conflictos clave del año: cuáles son los límites de la lealtad. Y lo hace retorciendo una vez más la premisa de la serie, ese partido que se disputa en dos canchas al mismo tiempo. Lo mejor de The Americans siempre ha sido su facilidad para fusionar el drama familiar con el thriller de espionaje. Si miramos con retrovisor, toda la subtrama adolescente de Paige multiplica su empaque (y trasciende el mero conflicto parental) al mirarse en el espejo de Jared. Es más, toda la atención prestada a Paige conduce machaconamente a la misma pregunta de antes: cuáles son los límites de la lealtad. Philip, el sexo débil de la borrachera soviética, lo tiene claro y no duda en mear su territorio delante de Arkady; Elizabeth, sin embargo, con sus pantalones, su ateísmo militante y su emocionalidad dañada, ve posibilidades para una segunda generación de ilegales.
(**) La finale tiene dos pegas notables. La primera es la facilidad que tienen los Jennings para cargarse a Larrick. Un navy seal tan eficaz como Rambo, que ha sido capaz de ir cazando uno por uno a los espías más preparados del mundo, que tiene, además, a sus presas esposadas… y va y se deja disparar por un chavalín de 17 años. Too much! El segundo problema está en la revelación de Jared: una serie especializada en el “show, don’t tell”, de repente se hace expositiva hasta la hinchazón para un largo parlamento que explica todo mientras enrojece cuello. Quedó raro, ortopédico.
Esa misma jerarquía de valores hace diferente la moralidad de Elizabeth y la de Philip. El segundo va acusando el cansancio de la sangre (un Matthew Rhys brillante en esos gestos de desesperación callada). Sabe que matar tiene consecuencias, no solo estratégicas, sino también para su alma, cada vez más atormentada por el automatismo sanguinario de una profesión de la que hace tiempo duda. Los remordimientos le asoman en el 2.1., cuando ha de eliminar a un pobre camarero que pasaba por ahí; o más tarde en ese estudiante que trajinaba con Arpanet. Pero, sobre todo, se le amontonan en el mejor episodio de la temporada: “Martial Eagle” (2.9.), cuando Philip toca fondo tras los asesinatos de la Contra y la muerte helada del camionero. ¿Cuáles son los límites de la lealtad? ¿De qué sirve pelear por una causa que me convierte en un monstruo peor que mi enemigo? “No estoy aquí para ser salvado. No por ti, Tim, ni por tu Dios”, le espeta un furioso Philip al pastor de la Iglesia. La respuesta del clérigo le desarma, al enfrentarle con unos ideales tan férreos como los suyos, pero mucho más humanistas, luminosos y tranquilizadores. Capaces de redención: “Veo que está sufriendo, señor Jennings. Hay gracia y perdón para usted. Para todos”. Philip necesita recordar -entre tanto baile de máscaras- que es una buena persona. Porque lo es.
Es un buen padre y un buen marido. Porque con tanto ajetreo la serie no olvida que, en el fondo, lo suyo es una reflexión sobre el compromiso y el matrimonio. El “amor” de los Jennings partía del politburó, de acuerdo, pero lo crujiente del guión ha sido constatar cómo el afecto verdadero acaba cuajando en el matrimonio. El amor, a diferencia del año pasado, ha sido sólido y genuino durante esta segunda temporada, sin altibajos. Ese vínculo tan potente hace que resulten comprensibles los celos de Elizabeth al descubrir el lado salvaje de Clark y hace tan doloroso el intento interruptus por emularle. El matrimonio establece un grado de complicidad e intimidad sexual que no se puede impostar.
No les ocurre lo mismo al triángulo amoroso formado por Nina, Stan y Oleg. Durante toda la temporada ha sido muy difícil discernir cuánto había de afecto, cuánto de manipulación y cuánto de instinto de supervivencia. Oleg se ha revelado como una adquisición estupenda, que ha contribuido a elevar el nivel de la segunda temporada con su eficacia y su encanto. Ahí se prefigura uno de los espabilados que sabrán recoger las nueces cuando se derrumbe el muro… Nina también se ha confirmado como un personaje muy valioso, que ha ganado profundidad con rememoraciones como la de su infancia, por lo que a uno le llena de melancolía esa última mirada atrás desde el coche que la conduce a la horca o a Siberia. Nos quedaremos sin descifrar la Galicia de su mirada: ¿querría, aunque solo fuera un poco, a Stan? ¿Es verdadera la pasión por Oleg o estaba trabajándose un salvoconducto?
Estuvieron a una hoz y medio martillo de lograrlo, pero Stan Beeman se ha dejado demasiada piel por su país (***) como para dar ese último paso: el de la traición. Su progresivo deterioro físico, emocional e, incluso, psicológico ha estado de nuevo muy bien llevado por Noah Emmerich, que en las últimas instancias del relato parecía encarnar un zombie en vida, consumido por la duda y apaleado por las consecuencias de sus propios actos. No es casualidad que en su sueño confluyeran dos de sus peores víctimas: su esposa, a la que prácticamente ha obligado a abandonarle por otro, y Vlad, aquel inocente chaval de la embajada que le salió la carta de “daño colateral” en la baraja de esta guerra.
(***) En todo caso, la señal de alarma se la dio Arkady, al decirle que a las mujeres rusas no había que decirles mucho “te quiero”. Ese detalle le servía a Beeman para ser consciente de que Nina y Arkady andaban conchabados. Si el jefe de la Rezidentura sabía hasta ese detalle tan íntimo, eso implicaba que Nina había cantado como un canario… o que directamente, como era el caso, le estaba utilizando.
En ese inusual sueño -inédito como recurso en la serie- aparece Martha robando documentos del robot que distribuye el correo. Como explicaban Weisberg y Fields en esta exhaustiva entrevista en The AV Club, eso siginifica que el agente Beeman es un gran policía y, aunque sea de forma inconsciente, sabe que algo no cuadra con Martha. Simplemente: tiene tal cacao ahora en la cabeza y en el corazón que aún no ha unido los puntos. A ver si la lejanía de Nina le hace recuperar su olfato sabueso.
Precisamente Martha es uno de los personajes que pensé que acabarían matando esta temporada. Además de un necesario alivio cómico y, desde que quiere ser madre, una nueva fuente de problemas para Clark/Philip, Martha es también una cómplice (ella piensa que de una buena causa). Son demasiados ángulos muertos, es decir, variables no controladas por los Jennings. Si cazan a la secretaria, solo tendrían que tirar un poco del hilo para dar, no ya con Clark, sino con Philip (bastaría con que Beeman viera su retrato de boda). Lo peor, de nuevo, es que uno puede apreciar cómo Philip, aunque esté lejos de amarla, sí le tiene aprecio; un nuevo dilema moral que habrá que despejar -ahora con el añadido de la pistola- en próximas temporadas.
Con el cierre tan explosivo, argumentalmente hablando, The Americans ha cerrado página y ha marcado el camino de la continuación: el bien mayor. El summum bonum. Paige y la segunda generación de ilegales como símbolo de todos los límites que se cuecen en la serie: entre el confort del sectarismo y el riesgo de la libertad, entre el Estado y la familia, entre los dogmas y la autonomía, entre el utilitarismo y el humanismo. “Ella está buscando algo en su vida. ¿Y si fuera esto?”, se pregunta Elizabeth. “Eso la destruiría”, responde Philip. “¿Ser como nosotros?”, insiste Elizabeth. Y las miradas de ambos concluyen el diálogo, entre la sorpresa y el espanto. Porque ya no tienen claro ni quién demonios son ni qué significa ese nosotros, siempre ahogado por el bien mayor.
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Otras consideraciones breves:
-Entre las mejoras de este año se incluye la de dar respuesta a ciertas coñas recurrentes por parte de los fans. La más notable fue la de las pelucas: su extraordinario aguante y la imposibilidad de que Martha no se la descubriera a Clark en algún momento. A la primera se respondió en el mismísimo 2.1., cuando la primera violenta pelea de Philip se salda con un doloroso tirón que deja el mecanismo al descubierto. En el caso de Martha, ocurre en el penúltimo capítulo, cuando le dice a Clark que a ver si se cree que no es tan tonta para saber ese secreto suyo… No deja de ser interesante esta nivelación entre el conocimiento que tienen los personajes y la audiencia.
-La estupenda Margo Martindale ha estado ausente por sus compromisos con otras series. Pero la trama ha sabido justificar su ausencia: era lógico que para seducir a Jared optaran por alguien más joven y vistoso, como Kate.
-“Si hubiera dicho una cosa más sobre resistencia no-violenta… le hubiera dado un puñetazo en la cara”. Me he reído mucho con la ironía de Paige recriminando a sus padres su conformismo con el sistema. Ja.
-El asesinato más estremecedor del año, al menos para mí, fue el de “Yousaf” (2.10.), en la piscina del hotel. ¡Qué hielo el de Elizabeth!
Maxi
Brillante temporada. De lo mejor del año.
Matthew Rhys se merece premios, premios y más premios: \”You respect jesus but not us?!\” Wow a la altura de los grandes momentos de D. Walter White esta escena en mi modesta opinión. Piel de gallina.
Virada02
Enhorabuena por el comentario; gran análisis de una realmente sensacional temporada que, a pesar del gran nivel de la primera, ha dado un salto de calidad que, confieso, me ha sorprendido.
Solo un desacuerdo con una de las citas sobre la muerte de Larrick. Partiendo de que la serie no busca la verosimilitud absoluta, el personaje recuerda a veces a un súper héroe de una película de los 80 al que casi todo le sale bien:explota la centralita pero recompone las conexiones, encuentra a unos agentes dobles a los que el FBI lleva años buscando, siempre le contestan con exactamente la información que necesita y todos recuerdan al que busca. etc.. En ese contexto de \”fantasía\”, lo lógico es que solo pueda con él alguien del que no se esperaba el ataque.
Pero es un pequeño detalle que no empaña un extraordinario guión que apuntala la tesis global de la temporada: las lealtades prioritarias, el conflicto entre verdad y falsedad, y el bien común \”la causa\” como justificación.
Creo que, en ese sentido, el 2.08, \”New Car\”, es quizá el mejor, si de uno \”mejor\” debe hablarse, de la temporada. La escena de la muerte de la sandinista Lucía, a la que Elizabeth literalmente deja que asesinen, es capital para entender lo que ellos son; no hay sentimientos frente al \”bien común\”. Y el cierre del capítulo, con el hijo llorando e insistiendo en que es \”una buena persona\” es un ejemplo (y de los grandes) de como la serie utiliza situaciones paralelas simbólicas para subrayar conflictos interiores que no verbalizan los protagonistas. Parece fácil hacerlo, si; pero hacerlo tan bien…..
Mobius87
Gran crítica de una gran temporada.
Solo una cosa totalmente ajena a todo ello. \”Nos quedaremos sin descifrar la Galicia de su mirada\”. En mi vida había oído esa expresión.
Selva Iris
Excelente tu review, la disfruté tanto como la season finale.
The Americans se ha convertido en una de mis series favoritas, casi-casi parece inglesa! XD
María
La revelación del último episodio. Lo que plantea esa última escena y conversación de cara a la tercera temporada. La expressión de Philip tras la conversación con el sacerdote. Los paralelismos/comparaciones entre la vida familiar y la vida de espionaje (como han comentado antes, Henry llorando diciendo que es una buena persona o Paige enfrentándose a sus padres por conformistas). Sigo pensando que \’The Americans\’ es como un buen partido de tenis: te tiene al borde del sofá y no sabes por dónde va a salir, cómo va a acabar.
Y hablando de Paige con una amiga que ve ésta y \’Homeland\’ comentábamos cómo los guinistas han sabido aquí integrar la trama de la hija a la trama principal de forma natural, mientras que \’Homeland\’ se olvida de la pobre Dana –de toda la familia de Brody, en realidad– de forma bastante abrupta. Y eso que podrían haberle sacado mucho juego.
PZ
También iba a mencionar esa gran escena de Phillip arrancandonlas hojas de la biblia y gritándole a su hija con marcado acento. Hay q destacar el valor simbólico q esto tiene para el espectador americano. Sin dudas Rhys es un actor para quedar en la historia, merecido emmy terminó recibiendo.
Por otro lado, tmb me parece importante la crisis de identidad q le genera a Phillip tener q ser Clark con su esposa. Esa escena fue muy criticada, pero nos muestra q the americans sabe nadar en aguas controversiales. Esta desestabilización de Phillip cuando Elizabeth se acerca al mundo Clark vuelve a aparecer en la 4ta temporada.