“¿Están preparados? Porque quiero que presten atención. Esto es el principio de algo” (Freddy Rumsen, 7.1.)
-En efecto, el principio de algo: del fin para una de las series emblemáticas de la era post-Soprano, aquella que confirmó que el oro televisivo, lejos de agotarse, ha democratizado su riqueza. Por eso la apelación de Freddy -del borracho de Freddy, de la marioneta de Draper– actúa tanto en el nivel narrativo como en el metatextual. Por un lado, es una declaración de intenciones que condensa muchas de los temas recurrentes de Mad Men: la autenticidad y la máscara, la oratoria y la verdad, el fingimiento y la emoción, lo que pudimos ser y lo que somos. Pero, además, ese brillante speech inicial simboliza una constante narrativa: cada escena tiene una segunda lectura, un eco, un complemento semántico fuera de campo. Por eso nunca despega su audiencia: es una serie que obliga al espectador a trabajar.
-Por su cocción a fuego lento, la decisión de partir la última temporada en dos ha restado crescendo. Ha sabido a poco, ha dejado con hambre. Mad Men es una serie sutil, acumulativa, que actúa en el espectador gota a gota. Cada año va atesorando una complicidad dramática que se recoge en los últimos tres o cuatro episodios. Aquí ha quedado interrumpida.
-El estupendo y muy denso “The Monolith” (4.4.), con su remedo de Hal-9000. “Estas máquinas pueden ser una metáfora de cualquier cosa que haya en la mente de la gente”, dice el instalador. El monolito -en Arthur C. Clarke y en Kubrick– es un aviso. Sirve para marcar cuando una civilización está preparada para dar el salto. Para cambiar.
–Mad Men siempre ha sido una serie sobre el cambio. Sobre el cambio y las resistencias para aceptarlo. Por eso, la crítica más repetida –mi quoque!– ha sido la circularidad de los personajes. Los humanos, ay, somos criaturas obstinadas. Tropezar. Piedra. Dos. Veces. Una y otra vez pisando las mismas mierdas, vomitando los mismos martinis, despertando en las mismas camas infelices. Hasta que Don decidió enfrentarse con su origen el año pasado. ¿Eso significa que esta vez todo han sido “felices” y “perdices”? No. Pero sí significa que este año Don Draper… ha empezado a dejar de ser Don Draper.
-Hemos contemplado un Draper cansado, fondón, sumiso, sobrio, incluso impotente. Ninguno de esos adjetivos ha emergido de manera radical y definitiva, cierto, pero resulta inédito, por ejemplo, eso de vagar por la oficina como un juguete roto o, vaya-vaya, renunciar los encantos de una rubia estupenda, fugaz, dispuesta a alcanzar la tercera base tras una reunión de trabajo amañada. La huida ha dejado de ganar siempre la partida, por mucho que viajen.
-Y como ya no hay posibilidad de escape, procuremos al menos pelear con gallardía y elegancia. Con honestidad. Don lo intenta con Megan, pero parece que las tornas han cambiado. Lo importante para nuestro héroe es que ha habido lucha interna, avance narrativo. “De veras pensé que podía lograrlo esta vez”, le susurra Draper al sueño del avión (7.1.). Puede que lo suyo con el amor, a estas alturas, sea ya un imposible. Pero al menos encara el problema. Es fiel, que no es poco. Aún más: es Weiner quien, astutamente, ubica a Megan infectada del viejo draperismo, para que podamos digerir mejor la ruptura: flirtea con carne y pescado, marca su territorio con celo y cheque, compone tríos angelinos…
-También, para dejar de huir, Don cede el trono a Peggy Olson. Esa pobre Peggy que añora lo que no es, que acepta con lágrimas que no tiene ni idea de lo que es ser madre -y eso que lo fue-, que asume que hacer las cosas “a su manera”, como Sinatra, tampoco ha servido para hacerla más feliz. El baile de “The Strategy” supone el reverso de aquel memorable “The Suitcase” (4.7.). Ahora, hasta el chavalín del piso de abajo se le va a Peggy. ¿Merece la pena pagar tanto precio? Es la eterna pregunta de la serie, que posterga un año la respuesta definitiva. Porque sí, Peggy demuestra que puede llegar a ser tan brillante como Draper, en una presentación con ecos del carrusel de Kodak. La nostalgia por la familia, ese reducto donde uno se siente a salvo. En comunión. Como cuando todo el planeta asistió, conteniendo el aliento, a cómo el Hombre tocó el rostro de Dios. “¡Bravo!”
-Una familia -esto son los sesenta, ¿no te habías enterado?- que se desintegra a marchas forzadas, barrida por los aires de lo que luego bautizamos como “el 68”. Lo explica muy bien Ramón González Férriz en La revolución divertida, un ensayo político esencial para entender cómo cambió todo. Una precisa banda sonora -aunque haya que leerla- para la serie Mad Men. Para explicarse cómo una revolución que fracasó en su momento acabó llevándose de calle el partido, años, décadas después. La soledad y el cambio en ese bello plano que cierra “The Strategy” (7.6.): la “familia” formada por Don, Peggy y Pete comiendo una hamburguesa. Una cerveza sobre la tarta. Un viejo orden que se desmorona. Una herida que nunca cicatriza. Por eso, en el plano sociológico, Mad Men ha ido diseccionando durante años la pérdida de la inocencia. Esto es: de la familia, del hogar, del cobijo contra la tormenta.
-Una de las películas más tristes y demoledoras que recuerdo es un documental titulado Following Sean. De aquel niño de cuatro años que fumaba hierba en la comuna hippie de sus padres solo quedan, ahora, la poesía de las imágenes y los restos del naufragio. Debajo de los adoquines no había playa, sino un vacío, un picor que martillea el alma sin descanso y que llaman soledad. ¡Ay de las utopías! Todo eso se prefigura en Roger Sterling y su hija. Y su nieta. La madre repitiendo los errores del abuelo. Y todo ese barro a las puertas del paraíso…
-Pero sí, al menos Roger abandona a Peter Pan. Por fin -¡por fin!- ha demostrado su valía empresarial. La muerte también hace extraños compañeros de cama. Los actos tienen consecuencias. Empiezas por hablar de Napoleón, renuncias a quitarte los calcetines (el viejo, viejo orden) y acabas tomando las riendas de tu propia vida y de tu propio negocio. ¿Qué será lo último, ceder tu apellido a tus hijos “bastardos” con Joan para reconocerlos?
–Joan siempre ha sido una melancolía con coraza. Puede que la frase más triste del año sea la que le espeta Bob Benson, tras su anillo pragmático: “Solo estoy siendo realista”. El episodio se denomina “La estrategia”, de nuevo acogiendo -metafórica y narrativamente- todas las líneas argumentales del capítulo, el mejor y más emocionante del año. Hay una estrategia profesional, pero no vital. O quizá sí, como cantará Bert.
-Por contra, el peor capítulo, en una especie de déjà vu sin estupefacientes, fue “The Runaways” (7.5.), un remedo del lisérgico “The Crash” de hace un año. Un episodio donde la peña se dedica a hacer cosas raras, fuera de personaje. Léase el ménage de Megan, Don y la otra zagala, la mutilación de un enloquecido Ginsberg, el cómic de Lou o la espectral aparición de Stephanie.
-A mí me da mucha pena Bobby Draper.
-Para lo deprimente que suele resultar Mad Men, esta semitemporada ha terminado con cierto aroma de happy ending. La humanidad toca el Cielo, Ted Chaough regresa de zombieland, Draper es generoso y hace mejores a los de su alrededor, Peggy deslumbra, Roger madura, la empresa se reinventa… hasta Sally Draper apuesta por el fondo, antes que la forma, con su beso telescópico. Cada vez estoy más convencido -en consonancia con “In Care of“- de que Matthew Weiner sí se atreverá a redimir a sus personajes, después de todo. Porque…
-Porque… Bert Cooper danza en calcetines, cantando que las cosas más importantes de la vida son gratis. Un cierre festivo, ajá. Dennis Potter -compré hace unas semanas en Amazon UK dos de sus clásicos: The Singing Detective y Pennies from Heaven– es uno de los grandes autores de la televisión británica. Un tipo esencial para la evolución del medio. Entre sus rasgos de estilo -un estilo torrencial y surrealista-, destacan esos repentinos números musicales que regateaban al espectador. De hecho, el último baile de Bert Cooper fue un gol por toda la escuadra.
Angell
Muy buenos apuntes, pero aún así me quedo con muchísimas dudas: ¿Te ha gustado esta semitemporada o no? ¿La consideras mejor que la floja sexta temporada? ¿Habrá un análisis completo con las ideas ordenadas?
Por lo menos a mí, me ha gustado mucho, pero muchísimo. Porque es que después del bajón del año pasado y los serios resbalones de la quinta temporada, pensaba que esta séptima no podría ofrecer algo ya visto en la serie sin tener esa seansación de cansancio y repetición… y pues, vaya que sí estaba equivocado.
Lo que me ha transmitido esta temporada ha sido único, insólito. No disfrutaba tanto de Mad Men desde la perfecta cuarta temporada (para mi, la mejor de todas) y en general la estructura narrativa que se ha planteado ha estado de lujo. Por el contrario, a mi el 7.07 \’\’The Runaways\’\’ si me gustó bastante, pues, se pudo deleitar de varios de los mejores momentos de la temporada y era de esperarse que ofrecieran un capítulo de esta índole siguiendo la estela de temporadas anteriores con episodios tales como el 5.06 \’\’Far Away Places\’\’ y el ya citado 6.08 \’\’The Crash\’\’ puede que con el tiempo ganen profundidad.
Por otra parte, no sabría decir qué episodio me ha gustado más. Los más potentes han sido, de lejos, el 7.06 \’\’The Strategy\’\’ y el 7.07 \’\’Waterloo\’\’. Ambos han sido poesía audiovisual, un par de joyas dignas de revisionar siempre que se pueda. Mis momentos favoritos fueron: el ya mítico baile de Don y Peggy y la ruptura entre Don y Megan… tan triste, pero tan necesaria.
El Don más puro, el auge de Peggy, la reividicación de Roger, la madurez de Sally -y sus ecos con Betty-, el constante cinismo de Pete, la frustración de Joan, el Cutler más avaricioso, unos Ted y Megan potenciados al sólo aparecer lo justo y lo necesario, la ida de olla de Ginsberg, el look psicodélico, la familia como centro argumental, conflictos empresariales dentro de la agencia, la poética de la llegada del hombre a la luna y un estupendo número musical para cerrrar recordándonos lo genial que fue un personaje como Bert Cooper. Sin duda, una temporada sobresaliente, una temporada para recordar.
Eh, me he olvidado de Harry Crane, pero no importa, todo el mundo lo hace ¿no?
Richard
Genial mitad de temporada de Mad Men. Una serie que parece que nos cuenta siempre la misma historia (Draper cae a los infiernos) y todas las temporadas nos temrina dando un nuevo ángulo. A mí lo que me preocupa es que al haber temrinado tan \”happy\” esta mitad de temporada es porque Weiner tiene algo feo, muy feo para la segunda mitad. Yo si quiero que haya redención.
Y sorbe el baile de Cooper..espectacular. Lo he visto como 50 veces. Mi pregunta final sería, bueno dos…Cual fue el mejor drama de señal abierta: hannibal o The Good Wife? y la otra…Con que que drama de cambio de status quo en oficinas te quedas: Mad Men o The Good Wife? saludos.
Richard
yurik
\”¿Qué hombre se tumbó a contar las estrellas y pensó en un número?\”
thc
A mí esta media temporada me ha encantado, me ha parecido más centrada que la anterior y que nos va colocando poco a poco en lo alto de una montaña rusa que tendrá su caída y grand finale el año que viene, espero grandes cosas.
Quizás porque tiro para casa, pero para mí esta serie siempre ha tenido un foco muy importante en las mujeres y su rol en la sociedad, como las contempla un hombre, un farsante triunfador, un líder. Por eso esta temporada me ha parecido sublime, el tratamiento de los roles femeninos y la interacción de Don con ellos ha sido impecable: Don empieza a perder pie, porque este ya no es su mundo, ya no son sus reglas, y sobre todo, no entiende a las mujeres: Megan, Peggy y Sally, tres arquetipos, se le escapan de las manos.
Peggy, está demoledora, imposible no empatizar con ella, Elisabeth Moss (que si no la has visto en Top of the lake, ya estás tardando) que se va a comer el mundo.
Sally, ¡qué peazo personaje! encantada me tienen de que la hijita rubia de turno tenga voz, voto, y un punto de vista bien ácido. El beso telescópico nos augura grandes cosas, espero.
sofia
A mí me encanto Mad Men desde el principio es una serie tan bien realizada que es difícil no dejarse seducir por ella, el papel de Don Draper es tan perfecto que es casi imposible no sentir amor y odio hacia él, lo que espero en el final de la serie es que todas las cosas queden en el lugar que se merece y si duda el destino de Don esta tendiendo de un hilo.