Y Caín, celoso de su hermano Abel, lo llevó al campo y lo asesinó. “Porque donde hay envidia y ambición personal, allí hay perturbación y toda obra perversa”.
No, no sabemos aún quién ejercerá de Caín, pero sí conocemos el destierro permanente -tanto de identidad como de ciudad- que sufrirá un Jimmy McGill. Y, por supuesto, también estamos familiarizados con el territorio gravemente moral que habitan las criaturas de Vince Gilligan: el Bien, el Mal, la manzana tentadora, el gris moral, el descenso a los infiernos, la culpa, la redención… Gracias a ese campo semántico Better Call Saul resulta tan irresistible, a pesar de su permanente (y frustrante) clímax interruptus, como describía con donaire Mikel. No extraña que haya críticos que la acusen de aburrida.
(Espoilers de la segunda temporada)
Porque, sin restarle mérito a esta excelente segunda temporada, hay que afearle al relato -quizá contagiados por las explosiones de sangre que jalonaban Breaking Bad– su puñetera habilidad para calentar al espectador prometiéndole una hecatombe… para terminar con una ducha fría donde Mike no dispara, Chuck resucita, los Salamanca quedan en amenaza espectral, Gus Fring asoma la patita como anagrama y Jimmy, nuestro Jimmy, recoge el pie con el que hace las zancadillas.
Porque la historia de Gould y Gilligan sigue humeando con un tran-tran muy peculiar, solo acelerado cuando Mike entra en escena, con su rostro cansado, sus pelotas de acero y su violencia hamletiana. Sin el factor Ehrmantraut, Better Call Saul es un relato que se toma su tiempo, muy verbal, que destila acción con cuentagotas. Y, sin embargo, logra generar tensión de una manera muy efectiva. Unas veces, abonándose a esa cinematografía carnosa a la que tanto jugo extrajo Breaking Bad: desde el virtuosísimo plano-secuencia de “Fifi” -fronterizo, como en aquel Welles-, hasta esa cámara invertida, trabada de alucinaciones, que nos inserta en la pesadilla electrificada de Chuck en “Klick” (2.10.). En otras ocasiones, con los regates narrativos marca de la casa: el enigmático cold open de “Gloves Off”, con ese giro de la cara de amoratada de Mike (2.4.), la aparición de tío Salamanca o de sus letales sobrinos, o ese cardíaco cierre de “Nailed” (2.9.). Estética, relato… y palabra. Porque, por último, Better Call Saul también nos hace saltar de la silla con sus implacables duelos verbales: Tuco y Mike acaban con más que palabras, cierto, pero la espera y los silencios hacen más insoportable la escena; algo similar ocurre con las múltiples batallas dialécticas entre los dos hermanos, hasta culminar en el cazador cazado, ese Chuck obsesivo y vengativo que le da a su hermano su propia medicina. Quizá ambos McGill lleven en la sangre, como una maldición edípica, la respuesta a las constantes humillaciones y engaños que sufría el canelo de su padre.
https://www.youtube.com/watch?v=nbvxuBFyHy0
Para solventar esta falta de acción una serie necesita actores con cadencia de jazz. No tanto por la improvisación, sino por la facilidad para mezclar registros en una misma melodía. Pocas series actuales conjugan de forma tan equilibrada el drama y la comedia, la solemnidad y lo burlesco, la dureza y el vacile, el estrado y la coña. De Bob Odenkirk ya glosamos su sorprendente amplitud dramática y de Johathan Banks ya conocíamos los pliegues emocionales que emboscaba su pétreo rostro. Este año el mayor ascenso ha sido para Rhea Seehorn. No solo por un personaje mucho más complejo, ambicioso, dañado y contradictorio, sino por la capacidad semántica de su mirada, capaz de trasladarnos el ansia juguetona de su segundo timo o ahogarnos en la desesperación por la escapada de Mesa Verde. Tanto ella como el circunspecto Michael McKean, con su pose de iguana, nos resultan más suculentos este año porque, por un lado, ha pasado tiempo suficiente como para que sus conflictos se nos hagan familiares y, por otro, porque precisamente la falta de pasado textual (es decir, de futuro, si somos estrictos desde un punto de vista diegético) les aporta una mayor elasticidad. Tabula rasa. No se rozan con lo que ya sabemos de Breaking Bad.
Por eso la serie hace bien en meter la puntita, pero sin empujar mucho. Un timado ahora al que luego le quemará el coche Walter White, un Jim Beaver que anticipa el arsenal disponible para el 52 cumpleaños de Heisenberg, un Krazy-8 antes de toparse con Pinkman, toda esa pléyade de mafiosos salmantinos… Alusiones que no se agotan en el guiño cómplice para el fan hardcore, sino que se integran con pertinencia en la trama. Es una de las claves para que Better Call Saul haya sabido definir pronto una fuerte personalidad, propia e inimitable.
Lo que me sigue resultando un misterio es la efectividad con que la serie lidia con la bifurcación de la trama. Si el año pasado aquel espléndido y dolorido “Five-O” (1.6.) pedía a gritos que la serie se titulara Better Call Mike, este año el viejo Ehrmantraut ha legado episodios memorables como “Gloves Off“, conversaciones marmoladas (como esta genialidad con Héctor), jugadas tácticas (la emboscada al cartel, cómo despacha a sus asaltantes) y sobre todo ha sembrado, una vez más, esos códigos samuráis que lo perfilan como un héroe trágico, atrapado entre las half y las full measures: devolverle la mitad del dinero a Nacho por no cumplir el trabajo, evitar las víctimas mortales y seguir pagando la pena -en tiempo, preocupación y dinero- por haber “roto” a su hijo.
Lo asombroso, decía, es que una trama hard-boiled como la de Mike -a la espera de que desembarque un Gus Fring– conviva sin chirriar con el rollo legal-amoroso de Jimmy y Kim o, aquí está el doble tirabuzón, con las afrentas de los hermanos McGill. Porque, con esa grabadora que se detiene tras la confesión de Jimmy -aún resonando la frase “es tu palabra contra la mía”, aún fresca la memoria de esa madre que antes de morir solo recuerda un nombre-, Better Call Saul entra a tumba abierta en el territorio de los mitos bíblicos. Tan viejos como el hombre. Tan indescifrables.
“¿Soy yo acaso el guardián de mi hermano?”, le espetaba Caín a Dios, haciéndose el longui. En efecto, aún nos queda saber el reparto de papeles en esta relectura. Porque sí sabemos que el uno se deshará del otro, pero aún tenemos la duda de quién blandirá la quijada de burro. “Vagabundo y errante serás sobre la tierra”, le condenó. Y, mientras contemplamos a un tipo paranoico y asustadizo, escondido tras un bigote y una gorra en un Cinnabon de Nebraska, volverán a nosotros, machacones, más versículos del Génesis: “Mi castigo es más grande de lo que puedo soportar”.
Daniel González
Muy buena crítica de la temporada, Alberto.
Sigo tu blog desde hace casi un par de años pero es la primera vez que comento. A mí en líneas generales esta segunda temporada me ha gustado más que la primera. Se va perfilando cada vez más el destino final de Jimmy y los personajes siguen progresando en sus conflictos, también más intensos. A destacar los pequeños guiños hacia Breaking que he disfrutado como un loco, y esa vuelta de Tuco que me chifla, cada vez que sale en pantalla es hipnótico (gran personaje el suyo). El enfrentamiento con Mike me parece de lo más hilarante y a la vez tenso de toda la serie.
Por otro lado, sí es cierto ese tempo que maneja la serie tan peculiar. Van ocurriendo cosas y se precipitan los hechos, pero muchas veces nos dejan con la miel en los labios (como ese final anticipando la llegada de Gus, ¡Dios, tiene que ser él!). Sin embargo, solo ellos son capaces de hacer algo así y mantenerte pegado al televisor. Es fantástico.
Me quedo con las ganas de ver qué pasará (porque sospecho que será una serie en conjunto de menos a más) e intrigado igualmente por cuánto más nos quieren contar. Me gustaría que la serie no terminase con él empezando ya su etapa como Saul, sino que nos dejasen ver un poco cómo lidió al principio con esa nueva identidad y demás.
¡Un saludo!
PD: ¿Nadie más piensa que Chuck es el \”Skyler p*ta\” de esta serie? Hahaha.
AlbertoNahum
Jaja, lo del Skyler de la serie está muy bien visto. En algún sitio leí que la idea eran seis temporadas: dos años pre-Walter, dos años en paralelo a Walter (ahí supongo que todo estaré aderezado de Gus Fring a tope) y, por último, dos años post-BB, que también tienen su miga y, por supuesto, son el final del viaje. Pero, claro, una serie de televisión es algo cambiante, casi por definición…
Maestro Ciruela
Ahora mismo es, de largo, lo que me tiene más enganchado, prácticamente hipnotizado. No le veo ningún fallo en absoluto y quisiera ahondar en la sonrojante aberración que supone acusar a esta serie de aburrida y al mismo tiempo, considerarse uno mismo, “crítico” de lo que sea. Brillante análisis de las dos temporadas, como de costumbre, Sr. Nahum.