, archivado en Quarry

Combatir contra uno mismo es la guerra más difícil. Pelear contra tus fantasmas es como intentar pisar tu sombra: una tarea tan cansada como estúpida. Los chillidos de aquellos niños carbonizados de Quan Thang y el olor del napalm conforman tus cicatrices, tus gritos del silencio, tu pasaporte hacia tu locura. El regreso es una mentira. Una más. ¡Ay, aquel tormento de las cosas que llevaban los hombres que lucharon…!

Una de las tendencias más sabrosas del cine estadounidense de los setenta es la que cartografía las heridas del desencanto. Una geografía que discurre -vertiginosa, perpleja- desde la metáfora sociopolítica de Jeremiah Johnson hasta la interrogación en carne viva de The Deer Hunter. El final de la inocencia kennedyana de Camelot, encendida por la cólera juvenil e iconoclasta del 68, perpetuó una depresión colectiva que no empezó a sanar hasta el famoso speech de Reagan, en Minnesotta, en 1979. Quarry, la oscura, salvaje y vibrante Quarry, captura con cuajo y sangre esa grisura, esa desesperación, esa violencia moral y física. La de un héroe que regresa a casa para darse cuenta de que aquí es un monstruo. La del hombre incapaz de exorcizar sus pecados. La del combatiente que no puede olvidar Saigón, ¡mierda!

La paleta de colores apagados transmite un aroma setentero alejado del aristohippismo del flower-power. La escena de apertura es toda una declaración estética de intenciones: un anochecer cenagoso, una textura incómoda, una fotografía casi en blanco y negro y una violencia desnuda. Seca. Sin glamour. Así es Quarry, como su protagonista, como Cinemax, una de las hermanas pequeñas de HBO, que se ha labrado su reputación a base de cirugías centenarias (The Knick), operaciones especiales (Strike Back) y muuuuuuchos huesos rotos (Banshee). La referencia que más se mastica al hablar de Quarry es esta última, la desacomplejada y excesiva Banshee. Yo nunca entré en la fantasía, puesto que me molestaba, precisamente, su violenta felicidad. Aunque no le veía el cómic, sí me quedaba asombrado de la espectacularidad de sus salvajadas. Por contra, sí comulgo con Quarry porque adopta un tono más grave, pero lejos aún de cualquier ínfula existencialista y gafapasta. Como si trabajara la gravitas de True Detective… pero sin creérsela del todo. De hecho, la serie con la que más la emparentaría sería con Justified: tipos duros, réplicas marmoladas, sabor local (¡Memphis!), ocasionales y secundarios de postín y toneladas de acción. La gran diferencia es que Quarry carece de ese vacile paródico que convertía a Justified en una golosina.

quarry

Al igual que con el Raylan de Kentucky, una de las mayores virtudes de Quarry -aunque sus críticos escupan, precisamente, desde esa dirección- es la de no perder de vista que su finalidad es la de contar una historia entretenida, vitaminada, trágica y atormentada, sí, pero directa a la mandíbula. Con todo ese petate dramático (la guerra, el regreso, los cuernos, la pesadilla), la serie podía derivar en la meditación existencialista o, peor aún, en el sermón ideológico antibelicista. O, viendo las zurradas dialécticas que se meten Mac y Jonni o la sebosa relación paterno-filial del protagonista, uno podría esperar que un Bergman o un Freud se subieran a la trama. Pero no. Todo conflicto navega a pelo, en bruto, sin cocinar, con la sutilidad del planchazo en la cara. El mayor simbolismo lo aporta una piscina llena de mierda y el misterio más intrigante una pata de palo sanguinaria. Porque lo esencial sigue siendo buscar un plano secuencia memorable por capítulo y puntear una peripecia narrativa bastante básica, pero efectiva, donde las preguntas se responden con tiros en la cabeza y cráneos reventados a puñetazos. Es decir, Quarry es una historia sencilla de personajes complejos en tiempos turbulentos.

Quarry wall

En este sentido, los personajes gozan de una escritura que, de nuevo sin olvidar la horma del tiempo, respiran carne y hueso. Hasta esa pareja de polis que parece que pasaban por allí. No es solo el enmadramiento siniestro de Buddy, un gay de eficacia suicida y hastío asesino, sino que apenacontemplar cómo su ilusión infantil por convertirse en el nuevo mediador es descartada por el Broker con la facilidad de quien le quita a un chaval su caramelo. Brilla menos, pero también demuestra esa virtud Justified en el dibujo de los personajes, el letal Karl y sus conversaciones literarias o, por citar un último ejemplo, sorprende la elasticidad emocional de Moses, frío como el acero, pero otro cuya procesión va por dentro. Le joroba que su trabajo para el Broker se inmiscuya en su rabia racial (1.6.), siente algo por esa madre coraje a la que tiene que joderle la vida en busca del dinero; y seguro que no le importaría ejercer de padre de ese chaval al que aterroriza en una escena que, lejos de la hemoglobina de la serie, provoca un turbador escalofrío: “Porque si dices algo a alguien… ¿lo que le pasó a tu padre? Es lo que va a ocurrirle a tu tía, a tu madre, a tu hermanita pequeña… ¡y a ti!”. Quizá todos tarde o temprano terminen por explotarle al Broker en las pelotas.

¡Ay, el Broker! En la última aparición televisiva que le vi (la indie-gesta Top of the Lake), Peter Mullan petardeaba con tal histrionismo que caía en la parodia. Aquí también trabaja un personaje exagerado que, sin embargo, sí casa con su manierismo verbal. El Broker se sabe superior, lo que permite desechar la austeridad gestual. Es un personaje con carisma, que mueve los hilos y arrastra las sílabas. Un personaje consciente de su grandeza y su misterio:

Como un Gran Hermano que todo lo vigila: desde el patio de un motel de carretera hasta las puertas abiertas de una casa, pasando por el tráfico de opio en Indochina. Ouch. Eso es atar todos los cabos y aplicar circularidad a la trama, leñe.

Como Greg Yaitanes explica en esta estupenda entrevista, el tono tan auténtico de la historia pretendía capturar un tiempo y un lugar: Memphis, con todas las tensiones sureñas, y ese decaimiento colectivo, pastoso, que trajo el fin de la guerra de Vietnam. La serie huele a años setenta en cada plano, desde las gestas de Spitz y la tragedia de Múnich hasta esos moteles destartalados, pasando por el tabaco omnipresente. No recuerdo una serie en la que se fumara tanto desde Mad Men. Y, encima, aquí sin una pizca de elegancia. Humo y ceniza; pura suciedad ambiente. Por eso reconforta ver cómo Yaitanes reclama el estilo sobrio, amarilo-nicotina, feísta a ratos, de emblemas fílmicos de la época que trabajan historias de extrañamiento social y violencia urbana, como The Friends of Eddie Coyle, Dirty Harry, Death Wish (que aquí llamaron El justiciero de la ciudad) o The Homecoming (El regreso). Vamos, que Yaitanes tenía muy claro qué tipo de textura quería para la historia.

Por eso apuesta, también, por el plano-secuencia como marca estética. Para amplificar la sensación de urgencia, de peligro, de desorientación de ese protagonista que ha regresado del mundo de los muertos. Si ya en el segundo capítulo se exhibe una atrevida persecución en coche (impresionante cómo la ruedan) o en el inicio del sexto compartimos la pesadilla de Mac al despertar, el premio gordo se lo lleva la secuencia de la masacre de Vietnam en el último capítulo. Las recurrentes alucinaciones -la máscara- del protagonista, apuntadas en elipsis, se cementan de una manera brillante durante la season finale.

Hace unas semanas, en esas listas bailongas para despedir el año, citaba como secuencia más memorable el impresionante primer plano de Laurie Metcalf en Horace and Pete. Mantengo que aquello era una genialidad, pero hoy habría apostado mis ahorros del banco por esta virguería de 9 minutos:

En los últimos años ha habido planos-secuencia memorables en la teleficción: esta balacera de Fargo, este pasillo y estas escaleras de Daredevil o tantas en The West Wing. Sin embargo, el que más tinta hizo correr fue este de True Detective. Y sí, era algo espectacular en su planificación y ejecución, pero le faltaba a Fukunaga lo que sí tiene aquí Yaitanes: relevancia narrativa. La pirotecnia de Quarry se dispara en el hecho clave del relato, en la mecha de todas las pesadillas, en el secreto que ha sobrevolado la trama desde prácticamente la primera secuencia, con esos pacifistas atosigando a los héroes imposibles. ¡Y eso, guau, eso es oro! Es una lección de cómo la forma debe ir agarrada al fondo.

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El 2016 ha regalado sorpresas como American Crime Story: the People vs. O.J.Simpson, Atlanta, Horace and Pete o Stranger Things. Hay que añadir al panteón este Quarry, una serie obsesiva, agobiante, dura, entretenida, capaz de coser la rabia por un disco de Otis Redding que habla de abandono con la melancolía versionada de Creedence Clearwater Revival: “Volveré a casa pronto, en cuanto pueda ver la luz”, suena. ¡Demonios! Aún queda mucho por llenar en esa alma vacía y seca para que la oscuridad de la locura y la muerte abrace la redención. Y vuelva la luz… O se instale la pesadilla para siempre.

5 Comentarios

  1. Jaime

    Muy buena reseña, a mi me parecio la mayor sorpresa de Cinemax, espero que Cinemax(filial de HBO) la renueve para que podamos seguir esta historia de violencia, el episodio final contando que paso en Vietnam es brutal es sus imágenes y en como lo cuenta y que al final que el Bróker esta detrás de todo, una genialidad, volviéndonos a ese excelente piloto.

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  2. Jaime

    Muy buena reseña, a mi me parecio la mayor sorpresa de Cinemax, espero que Cinemax(filial de HBO) la renueve para que podamos seguir esta historia de violencia, el episodio final contando que paso en Vietnam es brutal es sus imágenes( y de las mascaras de las pesadillas de Mac cobra sentido y un poco todo las secuelas del personaje por sus paso por esa matanza) y en como lo cuenta y que al final que el Bróker esta detrás de todo, una genialidad, volviéndonos a ese excelente piloto.

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  3. Juan F.

    De nuevo Alberto gracias por descubrirme otro serión más y van… Voy por el ecuador y no puedo dejarla aunque mañana tenga que madrugar de lo enganchado que me tiene. Ah, y me alegro que con el nuevo lavado de cara del blog estés más activo publicando reseñas. Un saludo!

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  4. Pabloual

    Completísima reseña
    No sólo gran serie por el estupendo reparto, sino por la mano sin duda de Greg Yaitanes.
    Se nota la influencia “Alan Ball” de Banshee en la que coincidieron
    A ver si confirman o no segunda temporada
    Enhorabuena de nuevo

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