Una mezcla de Black Mirror y This is Us. Así se podría sintetizar Years and Years (HBO España), la lustrosa coproducción de la BBC y la HBO que presenta una fábula tecno-distópica entreverada con la saga familiar. Aplaudida por la crítica por lo ambicioso de su concepto, esta miniserie de Rusell T. Davies (Queer as Folk, Dr. Who) nos ubica en un futuro cercano: la próxima década. Y, desde ahí, nos narra el devenir de los Lyons: una familia británica de clase media, con sus cenas de fin de año, sus hijos adolescentes problemáticos y sus crisis matrimoniales, todos ellos interpretados por un puñado de actores muy solventes.
El distintivo de Years and Years es el aroma lúgubre, oscurísimo, del pasado mañana. Por un lado, en un acto reflejo en casi cualquier ciencia ficción, los avances tecnológicos son una suerte de grillete inescapable que deshumaniza las relaciones sociales y aliena a los individuos. La promesa liberadora de la tecnología queda convertida en maldición bíblica: desde un robot casero que permite ahogar las penas amorosas hasta esa hija “transhumanista” que acaba implantándose chips que le habilitan para telefonear desde sus dedos o fotografiar con sus ojos. Dado este pesimismo de fondo ante la tecnología no es casualidad que, conforme avanza la década y el metraje, se dé la paradoja del desabastecimiento: los avances técnicos son excelsos, pero la población se ha quedado sin wifi y los cortes de luz son tales que obligan a resucitar el papel.
No obstante, la verdadera tragedia que anuncia Years and Years es socio-política. Asistimos al colapso de los servicios sociales, la generalización de la xenofobia y el regreso a una inédita Europa violenta, corrupta, sombría y egoísta. Todo ello coronado por el ascenso del totalitarismo. Y ahí, al auparse a la parábola, es donde, no por casualidad, la serie naufraga. Que el personaje con más matices sea la política populista de extrema derecha interpretada por la gran Emma Thompson habla del gran hándicap de Years and Years. La colmena de relaciones y problemas de los Lyons quedan desaprovechada, atenazada la escritura por un insípido buenismo. Ni la oveja negra de la familia acaba siendo realmente tal. El resto son todos nobles, concienciados, generosos, tolerantes e, incluso, paradigma de la diversidad racial, sexual, geográfica y funcional. Esa falta de mala leche en el dibujo de los personajes resta fuerza a la historia, puesto que la indulgencia del mensaje ahoga la ambigüedad del pánico ante el futuro cada vez más negro que se dibuja.
Si los caracteres subordinan la profundidad emocional a la necesidad de apuntalar una determinada tesis, el resultado suele ser un dibujo dramático unas veces plano y otras previsible. A Years and Years le falta sustancia, contradicción, misterio… y le sobra admonición. Es un problema que ya han padecido otras series populares como The Handmaid’s Tale, Masters of Sex o el primer The Newsroom. Como es lógico, la pega no es que haya productos de la cultura popular que contengan una visión concreta del hombre, la sociedad y la política más o menos radical, misántropo o condescendiente. Eso resulta inevitable: toda ficción encierra una cosmovisión. Toda obra siempre parte, aunque sea implícitamente, de unos presupuestos ideológicos y estéticos. Y, por descontado, es lícito que quiera transmitir un mensaje de fondo. La clave radica en calibrar si el ensamblaje de forma y fondo funciona, si la faceta ideológica casa con la estética. Por ejemplo, The Wire enhebraba una rotunda impugnación del sueño americano y la ciudad capitalista, pero su tesis estaba anclada con brillantez a una epopeya dramática compleja, nada maniquea, donde una templada acumulación narrativa dejaba en clamorosa evidencia las fallas del sistema. Desde los antípodas, la reciente Chernobyl ofrece una demoledora denuncia de la fe soviética empleando una estética realista e incómoda. Son dos ejemplos señeros de cómo una potente lectura ideológica y política viene a posteriori, emergiendo orgánicamente de la solidez del relato, es decir, de los dilemas de los personajes, de la profundidad dramática de los conflictos y de la sinceridad del paisaje moral que se retrata.
Esa sutileza en construir el juego ideológico desde atrás es la que falta en Years and Years. Y es una pena, porque el planteamiento del relato es prometedor, intrigante. Incluso algunas de las especulaciones futuras tienen chispa: Mike Pence como presidente de Estados Unidos, una secuela de Pixar titulada Toy Story Resurrection o la extinción de las mariposas. A pesar de la energía de la premisa y sus destellos ingeniosos, la declaración tecnofílica de Bethany en el episodio piloto acaba convirtiéndose en metarreferencial: “Donde voy no hay ni vida ni muerte. Solo datos. ¡Voy a ser datos!”. Porque, al final, a Years and Years le sobran algoritmos y le falta vida.
Mercedes
Muy buena crítica. Me resultó el epítome de la corrección política esta historia a tal punto que casi me la tomé a risa. La abuela patriarca termina echando al nieto de su casa y eligiendo a la esposa de este. Cómo decimos por mi barrio: tomatelas!
Disfruto mucho tus análisis, muy atinados siempre.