“Lo que importa no es si las personas son buenas o malas. Lo que importa es si intentan ser mejores hoy que ayer. ¿Me preguntaste de dónde viene mi esperanza? Esa es mi respuesta”. Esta sentencia de Michael (un sensacional, siempre elegante, Ted Danson) funciona como síntesis y advertencia: The Good Place es una comedia amable y luminosa, alejada de la descacharrante misantropía que destilan obras cumbre del género como Curb Your Enthusiasm o las series de Ricky Gervais. En The Good Place las collejas son amables, los villanos de opereta, la gente bondadosa y, al final del camino, siempre reina la esperanza.
Ese optimismo existencial es marca de la casa. Michael Schur, el creador de The Good Place, se curtió en la adaptación americana de The Office –mucho menos vitriólica que la original british– y ascendió al Olimpo de la ficción televisiva con Parks and Recreations, con su proverbial equilibrio entre corazón y risotada. El éxito de aquella hilarante y encantadora comedia sobre la burocracia y el sentido de comunidad se ha prolongado en la rumbera Brooklyn Nine-Nine y en este The Good Place que ahora nos ocupa. En todas sus series, Schur despliega un acogedor humanismo, atravesado por una sana, casi infantil, mala leche y sin ajustes de cuentas. Las instituciones acaban funcionando, los errores pueden enmendarse, la redención existe y el amor, oh, triunfa. Uno podría pensar, ante semejante panorama, que las series de Schur son bobaliconas, blanditas, políticamente correctas e indigestas en su almíbar. Pero no.
Porque el milagro creativo de The Good Place es generar buen rollo mediante un concepto dramático tan disparatadamente sofisticado que, una vez puesto en marcha, permite un torrente de salidas salerosas y giros abracadabrantes. Es un relato que reclama no solo mandíbula, sino también una cintura elástica. Los narratólogos de salón serán tan dichosos viendo la serie como los adictos al yogur helado o… los amantes de las aporías éticas. Porque una de las virtudes de The Good Place es la labilidad de la premisa. Al fallecer, Eleanor Shellstrop (Kristen Bell) llega al “Buen lugar” del título –una especie de Cielo exclusivo, hipervitaminado de felicidad y color–, donde aterrizan las personas moralmente más excepcionales. Allí, Michael –el director ejecutivo de este selecto Más Allá– se afana en organizar el día a día con una profesionalidad apabullante. Todo está medido hasta la exageración. ¿Cuál es el problema? Que Eleanor llevaba una vida desastrosa, de joven egoísta y malcriada, por lo que intuye que su presencia en este trasunto del Cielo es un inmenso error. Ella debería pasarse la eternidad oliendo a azufre.
Este punto de partida –una comedia de enredo metafísica– le permite al relato exhibir no solo un baile de identidades y máscaras, sino también darle un centrifugado simpático a preguntas existenciales y dilemas morales. Porque, bajo la corteza de levedad e inventiva propia de una ágil comedia para todos los públicos, late una serie que hace pensar. Que va al núcleo de las primeras preguntas, que también son las últimas. Y lo logra no solo por la agónica indecisión de Chidi (Willian Jackson Harper), un profesor universitario de Filosofía Moral, sino también por la progresión empática de Janet (D’Arcy Carden), una suerte de robot divino que aloja todo el conocimiento del universo, o por el complejo arco de transformación de Michael. Por desgracia, como pasa en otras comedias de Schur, hay algunos personajes que no alcanzan la genialidad de los cuatro ya citados y acaban resultando cargantes, como la pija de manual que es Tahani o el mentecato de Jason. A cambio, la constelación de secundarios, recurrentes e invitados –otra de los rasgos de estilo de Schur– supone un goce continuo. Quienes hayan visto sus cuatro temporadas le habrán cogido cariño a la risita malvada de Shawn, a la crueldad naif de Trevor o a la impredecibilidad de la juez Gen, la que resuelve –en el poco tiempo que le permite su adicción a las series televisivas– las disputas interdimensionales entre el Cielo y el Infierno.
Chidi intenta definir “El buen lugar” que habitan de una manera simple: “Es solo pasar suficiente tiempo con la gente que amas”. Eso es The Good Place también para nosotros, los espectadores. Porque a esta panda se les acaba queriendo muchísimo. Y se nota el vacío una vez terminada. Las cuatro temporadas de The Good Place regalan frases memorables, sorpresas épicas, insultos divertidísimos y episodios inolvidables como el final de la primera temporada, el del dilema del tranvía, el de las múltiples Janets, el del crossover con Justified o aquel en el que se explica cómo funciona la temporalidad en el Más Allá. Pero, sobre todo, lo que quedará en la retina y el corazón del espectador será un carcajada inteligente, diabólica y entrañable.
Flames
Pues coincido con lo que dices, pero para la primera temporada y el inicio de la segunda. Luego creo que descarrila, con una tercera temporada fuera de sitio, sin control; sirva como ejemplo el capítulo donde acaban ofreciendo una pelea de kárate.
Me he dosificado el final de la cuarta temporada, por lo que me quedan por ver unos pocos capítulos. Pero ya no provoca mi interés, y todo el cariño que le acabas cogiendo a los personajes se me ha ido diluyendo.
AlbertoNahum
Vaya, qué curioso. Sí que creo que la tercera es la más débil, a pesar de tener algunos episodios sublimes como el de las Janets. Fïjate que a nosotros nos pasó lo contrario: la primera temporada nos pareció ok, sin más. Y la verdad es que fue el giro del final de la primera lo que nos animó a darle una oportunidad más adelante. Quizá eso influyera en que no nosotros sí pudiéramos pasar el pequeño bache de la tercera temporada.