Cora: Te has rendido.
Ambrose: No, no lo he hecho. Me he topado con un muro, eso es todo.
Cora: ¿En el caso o contigo mismo?
Puede que el detective Ambrose también quiera sufrir para purgar su pasado. Esas uñas pisoteadas como amuleto contra el olvido. O quizá es un insano “te lo mereces” que rodea la culpa del superviviente. O puede que el sadismo conjure la vergüenza de aquel niño que sufrió abusos. Ese es el misterio de The Sinner: el porqué.
The Sinner -cuya tercera temporada desembarca en España el próximo viernes- es una serie adictiva, muy eficaz en su aleación de tragedia familiar, introspección dolorosa y misterio maratoneable. Ideal para el anzuelo Netflix, aunque originalmente se emitiera semana a semana por USA Network. Es un drama policial diferente, que se ha labrado una voz reconocible emparentando más con The Killing, incluso con The Night of, antes que con Ley y orden y demás primos hermanos. Adoptando un formato de semi-antología, cada temporada nos acerca un nuevo caso donde la única constante es Harry Ambrose, un sensacional Bill Pullman. Destacan su porte bíblico y la densidad de una mirada que carga con el peso de un pecado insondable. Cada año, Ambrose ha de enfrentarse a un enigma del que, desde la primerísima secuencia, sabemos el whodunnit. Su misión será despejar las razones, colocar las piezas para darle sentido a lo que parece no poder tenerlo. Whydunnit.
La serie ha logrado de un año a otro mantener el aroma sin repetirse. Ayuda una puesta en escena sombría y pesada, a ratos incluso poética, capaz de moverse entre diferentes temporalidades y meterse en las pesadillas de los personajes. Pero también destacan, qué duda cabe, las interpretaciones para lograr la brillantez que desprende The Sinner: una compleja y traumatizada Jessica Biel, el decidido papá coraje de Christopher Abbott, los inquietantes matices infantiles de Elisha Henig o ese portento de matices ante la cámara que siempre es Carrie Coon. Para la tercera, promete Matt Bomer:
A pesar de sus pilotos excepcionales e intrigantes, las tramas de las dos temporadas emitidas hasta la fecha se obligan a pegar unos giros rocambolescos que amenazan con hacer descarrilar al relato. Y, sin embargo, la grandeza de The Sinner es saber mantenerse siempre a flote. Y lo hace precisamente porque en su exploración de los porqués la tridimensionalidad de los personajes pasa a primer plano. La congestionada peripecia narrativa no es más que la excusa para indagar en heridas infantiles, obsesiones familiares, redenciones imposibles y un pasado -doloroso, inesperado- cuyas capas hay que ir desvelando con paciencia clínica, como con esa melodía machacona de la primera temporada. De repente, el silencio al sumergirse en una playa cobra un sentido inesperado, la mirada entre un padre y su hija policía embosca mil secretos o la siniestra duplicidad de la mirada de Carrie Coon obliga al espectador a aventurar que nada es lo que parece.
En esa ambigüedad -siempre atestada de significados y herida por la culpa- es donde Harry Ambrose sabe moverse con la determinación de un perro sabueso. Puede encontrarse un muro en la investigación, pero jamás dejará de olisquear porque en cada una de las pesquisas también parece irle la vida. Su obsesión es la verdad. También la suya. Él es el pecador del título. Y, a las puertas de la tercera temporada, aún nos queda descubrir por qué.
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