, archivado en Upright

Upright poster 2

Hacía tiempo que no veía una serie tan deliciosa como Upright (Sundance Channel). Quizá desde la primera —tan perfecta— temporada de The End of the F*ing World. Con el desierto australiano como espectacular paisaje, Upright regala una road-movie intergeneracional, deslenguada, entrañable y divertida. Sus episodios se beben con la facilidad con la que los parroquianos trasiegan cerveza en un pub de un pueblo en medio de la nada, eso que allá abajo denominan el “outback“.

Ya desde el título la serie sabe jugar con la metáfora sin saturarla de oscuridades semánticas. Porque la serie propone un relato directo, accesible, que trabaja la hondura desde la sencillez. “Upright” es un tipo de piano, el que Lucky transporta como si fuera una cruz… y, como toda cruz, al final del Gólgota siempre asoma la luz. Pero “upright”, como al inicio de cada capítulo se encarga de remarcar un mareante movimiento de cámara, también significa “enderezarse”. Esa es la espina dorsal de la serie: cómo dos inadaptados ansían reconciliarse consigo mismos y con la vida. Cómo peña que vive boca abajo intenta reencontrar la vertical.

Pero no es, ni mucho menos, la única metáfora. Desde Homero sabemos que el viaje del personaje supone una excusa para telegrafiar el crecimiento interior. Upright relata un trayecto y, precisamente por eso, también un relato de maduración con doble sentido. Para el cuarentón inmaduro se trata de crecer haciendo las paces con su pasado, dejando de escuchar los cantos de sirena de sí mismo; para la adolescente endurecida por la vida, por contra, el viaje será la manera de reencontrar la inocencia y regresar al paraíso perdido que es la infancia.

Minchin

Esa dinámica -clásica, básica- es el corazón de la serie. Minchin luce estupendo con su porte desaliñado y su deje cínico, siempre atravesado por un dolor insondable que emerge en los vídeos que su madre le manda o en la melancolía que se le intuye cuando toca el piano. Dándole réplica está la jovencísima Milly Alcock, un torbellino de autenticidad y vacile. Ella es la que insufla a la serie una frescura inigualable. Es la determinación que demuestra en el andar, el punto de rebeldía de su mirada, las agallas para birlar vehículos o retar en el billar, las lágrimas en el memorable mensaje telefónico del séptimo episodio o las divertidas imitaciones de su compañero de fatigas que se marca una y otra vez.

Molly alcock

Como ejemplo canónico de dramedia, Upright sabe enhebrar la lágrima con la carcajada. Ambos personajes empiezan refugiándose tras unos caparazones que, conforme avanzan los kilómetros y queman gasolina, van dejando entrar el diálogo y la confianza en sus corazones. Es en el cuarto episodio cuando Lucky, por fin, atisba la tragedia de Meg, esa niña obligada a crecer demasiado pronto. La delicia proviene de cómo ambos personajes —subvirtiendo la cómica tirantez inicial— ejercen de bálsamo para el otro. Como toda pareja de personajes desde D. Quijote y Sancho, entre ellos se produce un proceso de transferencia: uno se hará más duro, la otra más tierna.

Más allá del dueto protagonista, la serie se beneficia de la clásica bonhomía australiana, la camaradería (¡doy fe!) de un país en el que la solidaridad es obligatoria, puesto que la lucha contra los elementos hace que todo el mundo sople en la misma dirección. Es decir, Upright es paisaje y paisanaje. Por la serie pululan un montón de ocasionales —dibujados con trazo rápido pero preciso— que sirven unas veces para desatascar un callejón sin salida narrativo (los abueletes con caravana, el gruista), otras veces para generar un atosigado enredo cómico (el médico del pueblo, la deliciosamente perversa dueña del caballo) y las de más allá para que los personajes puedan ir exhibiendo su cara B (el poli fan de la banda de rock, los amoríos furtivos del cámping). Todas estas vertientes se condensan a la perfección en el encuentro con los moteros, donde la trama hace un clic primoroso entre humor, emoción, símbolo y avance narrativo:

Upright es una historia de futuro cargada de pasado. ¿O quizá es al revés? De esa confusión nace el empleo constante de flashbacks que se intercalan en la trama. Es un recurso que no termina de encajar del todo, quizá por su excesivo uso, pero sí es cierto que permite generar cierto suspense en en torno al naufragio vital de Lucky. Así, cuando las piezas cuadran la melodía deja de martillear en la cabeza del protagonista. Esa última nota.

El mar es un bálsamo vital y dos personajes tumbados en medio de una carretera desierta, escuchando el asfalto y bromeando sobre la muerte, pueden erigirse en la mejor promesa de redención. Porque en la historia de Lucky y Meg también revolotea la contradicción luminosa que Les Murray, el gran poeta australiano recientemente fallecido, cantaba: “El futuro está justo detrás de tu cabeza; / un poco por encima de todos los horizontes está el pasado. / El alma se sienta estudiando su oferta”.

Una oferta que, al fin y al cabo, todos tenemos que sopesar para poder afinar la melodía de la vida.

Un Comentario

  1. Fred

    Soy lector de tu blog de hace años, pasaba a dejar mi primer comentario solo para agradecerte que me recomendaras esta maravilla, me encantó y si no leyera tu blog jamás la habría conocido.

    Responder

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