A estas alturas todo el mundo sabe que la excelente WandaVision era una suerte de ensayo sobre la pena, que también nos regalaba una breve historia estética de la sitcom. Como argumenté en mi reseña, es la única serie que recuerdo que ha llevado el concepto de metaficción tan lejos, si no en grado, sí en extensión. Es decir, ha habido decenas de propuestas que se han movido por la amplia autopista de la «ficción sobre la ficción» o la «ficción dentro de la ficción» (la distinción tiene su miga), pero ninguna la había integrado de manera tan abrumadora. Porque en WandaVision la extravagante puesta en abismo (mise en abyme queda más cool) es total. No es simplemente un Larry David desguazando su yo, Matt Leblanc vacilando a sus guionistas ni un 30 Rock parodiando la superficie del show business. No. En la serie de Marvel la metaficción es enigma narrativo, cita estética, broma textual y hasta escape existencial. Y es todo eso durante prácticamente la temporada completa.
En uno de los libros clásicos sobre el asunto, Patricia Waugh definía la metaficción como “un término dado a la escritura ficcional autoconsciente y que sistemáticamente dirige su atención a su estatus como artefacto para aclarar con ello cuestiones sobre la relación entre ficción y realidad”. Ese verbo preciso («aclarar») es sobre el que se aúpan los dilemas y olvidos de la superheroína interpretada con solvencia por Elizabeth Olsen. Porque toda metaficción parte -más allá de la vertiente lúdica- de un cuestionamiento y un extrañamiento. Como explicaba el crítico y catedrático Pozuelo Yvancos en su Poética de la ficción, se trata de «contemplar el arte a la luz de sus materiales y en la frontera de la discusión de su legitimidad frente al mundo que pretende representar”. Desnudar los mecanismos del relato para ahondar en los porqués creativos, repasando sus costuras y convenciones.
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